Pongo un artículo de - WALTER OPPENHEIMER - Londres - 10/01/2010 - que me parece entretenido para leer,y refleja bastante bien ciertas posturas puritanas,y evidentemente,tras los acontecimientos recientes,hipócritas:
Ésta es una de esas raras veces en que la realidad supera a la ficción. La verdadera Mrs. Robinson, la protagonista de la célebre película El graduado, vive en Belfast. En la ficción, Anne Bancroft representa a una aburrida y madura ama de casa estadounidense que acaba cayendo en la tentación de la carne fresca. El personaje real, es mucho más que eso: Iris Robinson es una devotísima cristiana protestante pentecostal y miembro del Tabernáculo Metropolitano de Belfast; es también la esposa del ministro principal de Irlanda del Norte, Peter Robinson; ella misma es diputada en Westminster y en la Asamblea del Úlster, y famosa por su fuerte personalidad y su tendencia a apelar a la Biblia para justificar su extremismo religioso y su puritanismo en las costumbres.
Él se asemeja algo más al tímido estudiante representado por Dustin Hoffman: es Kirk McCambley, 19 años en la época de su tórrido romance con una mujer que le lleva casi 40. Es el hijo de un carnicero de un barrio lealista protestante del Este de Belfast que acabó trabando una fuerte amistad con Iris, una de sus clientas, hasta el punto de que, estando el carnicero en el lecho de muerte, ella se comprometió a velar por el chico. Sus maternales desvelos acabaron convirtiéndoles en amantes.
Los burgueses ambientes de suburbio estadounidense de la película que Mike Nichols dirigió en 1967 son en esta versión de la vida real mucho más imaginativos. Hay mucho más que sexo entre quienes podrían ser abuela y nieto. Hay política, dinero, religión, tráfico de influencias y un trasfondo digno de que alguien vuelva a llevar esta historia a las pantallas: el ambiente endogámico, pacato, beato y sectario de la muchas veces tenebrosa pero al parecer también lujuriosa Irlanda del Norte, una tierra famosa sobre todo por el sectarismo, el odio, el fanatismo y la muerte.
Kirk McCambley quizás no sea un buen actor -o quizás sí, ¿quién sabe?-, pero no le falta presencia para dar el salto a la pantalla. Una publicación gay británica, Attitude, ha intentado sin éxito contactar con el apuesto amante de la señora Robinson para llevarle a la portada de la revista. Hay algo más que oportunismo o pitorreo detrás de ese intento: es una manera de vengarse de una mujer que desde junio de 2008 está en la lista de cuentas pendientes de la comunidad gay anglo-irlandesa.
Porque la ardiente Iris Robinson es la misma que aquel verano, al día siguiente de que su marido fuera nombrado ministro principal de Irlanda del Norte y la misma semana en que un homosexual fue brutalmente apaleado en Belfast en un ataque homófobo, decidió ignorar las leyes británicas que protegen la no discriminación por razones de sexo y eligió refugiarse en la Biblia para condenar al homosexual. "La homosexualidad es abominación", vociferó la evangelista a pies juntillas, apelando así a los versículos del Levítico que proclaman: "Y cualquiera que tuviere ayuntamiento con varón como con mujer, abominación hicieron; entrambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre". "No es Iris Robinson quien determina que la homosexualidad es una abominación, fue el Todopoderoso", terció Peter Robinson.
Pero en aquellos días Iris ya estaba enfrascada en su tórrido romance con el joven Kirk. Y la madura esposa olvidó entonces que el Deuteronomio advierte: "Si se encuentra a un hombre acostado con una mujer casada, los dos morirán; el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer". Todo político, como cualquier ciudadano, tiene derecho a una vida privada, a hacer de su capa un sayo. Pero un político que apela a la religión para intentar imponer un modelo de comportamiento al conjunto de la ciudadanía, tiene que ser consecuente con ese credo. Y predicar con el ejemplo.
Y esta Iris Robinson es también la misma que, en plenas primarias para las últimas elecciones de EE UU, reprochó a Hillary Clinton que perdonara las infidelidades de su marido. "Ninguna mujer puede aceptar lo que ella toleró a su marido cuando era presidente. Sólo estaba pensando en el futuro de su propia carrera política", declaró. "Iris Robinson es una hipócrita", ha proclamado estos días Peter Tatchell, uno de los más comprometidos activistas homosexuales en el Reino Unido.
Pero hay mucho más que hipocresía, adulterio u homofobia en las tribulaciones de la señora Robinson. Para comprender el impacto que el caso está teniendo en el Ulster hay que tener en cuenta la importancia que la religión tiene en esa sociedad. Peter Robinson no bebe alcohol por razones religiosas. Iris se tomaba su vasito de vino de vez en cuando, pero acabó dejándolo porque le parecía que daba un mal ejemplo. En 10 años sólo han cenado una vez en un restaurante en Belfast. Pero, sobre todo, más aún que en el sexo y otros placeres hedonistas, el puritanismo alcanza su cúspide al tratar las cuestiones del dinero o la quiebra de la confianza depositada en una persona.
Para el bloguero Norn Iron, "aunque la moralidad sexual es importante, el sexo no es ni de lejos tan importante políticamente como el dinero" para los evangelistas protestantes. A fin de cuentas, todo pecado puede ser perdonado si hay arrepentimiento y la atribulada Iris no sólo ha hecho acto público de contrición, sino que intentó suicidarse cuando en marzo del año pasado su marido lo descubrió todo.
Pero, ¿pueden los votantes del DUP, el partido que dirige Peter Robinson, pasar por alto los tufos económicos y de tráfico de influencias que se desprenden de todo el asunto? Eso está por ver.
Iris y Kirk se conocen desde que él, adolescente, ayudaba en la carnicería familiar. Cuando el padre murió a principios de 2008, ella se comprometió a velar por él. Se veían mucho y daban largos paseos juntos. Por lo que sea, esa tutela maternal derivó en romance. Y la madura Iris quiso convertir en provechoso empresario a aquel huérfano sin experiencia.
Un día, paseando por la rivera del río Lagan, en el sur de Belfast, vieron un viejo caserón de piedra que el Ayuntamiento quería convertir en café. Como por azar, Iris Robinson tenía todas las claves para que el negocio acabara en manos de Kirk. Le consiguió el dinero: dos cheques equivalentes a 27.000 euros cada uno procedentes de sendos constructores amigos. Y, siendo ella concejal del consistorio local, no fue difícil que éste le otorgara la licencia a su amante.
El problema es que Iris, diputada en Westminster y en la Asamblea de Irlanda del Norte además de concejal, nunca dio cuenta de sus intereses personales en esas operaciones. No sólo sentimentales: también económicos. Se quedó con un 10% del dinero que consiguió para Kirk para saldar sus propias deudas. Y cuando rompieron peras tras varios meses como amantes, le exigió la devolución del dinero y quiso que la mitad fuera directamente a las arcas de su Iglesia. Los pecados de la carne se redimen rezando; los de la bolsa, no.
Ésta es una de esas raras veces en que la realidad supera a la ficción. La verdadera Mrs. Robinson, la protagonista de la célebre película El graduado, vive en Belfast. En la ficción, Anne Bancroft representa a una aburrida y madura ama de casa estadounidense que acaba cayendo en la tentación de la carne fresca. El personaje real, es mucho más que eso: Iris Robinson es una devotísima cristiana protestante pentecostal y miembro del Tabernáculo Metropolitano de Belfast; es también la esposa del ministro principal de Irlanda del Norte, Peter Robinson; ella misma es diputada en Westminster y en la Asamblea del Úlster, y famosa por su fuerte personalidad y su tendencia a apelar a la Biblia para justificar su extremismo religioso y su puritanismo en las costumbres.
Kirk McCambley quizás no sea un buen actor -o quizás sí, ¿quién sabe?-, pero no le falta presencia para dar el salto a la pantalla. Una publicación gay británica, Attitude, ha intentado sin éxito contactar con el apuesto amante de la señora Robinson para llevarle a la portada de la revista. Hay algo más que oportunismo o pitorreo detrás de ese intento: es una manera de vengarse de una mujer que desde junio de 2008 está en la lista de cuentas pendientes de la comunidad gay anglo-irlandesa.
Porque la ardiente Iris Robinson es la misma que aquel verano, al día siguiente de que su marido fuera nombrado ministro principal de Irlanda del Norte y la misma semana en que un homosexual fue brutalmente apaleado en Belfast en un ataque homófobo, decidió ignorar las leyes británicas que protegen la no discriminación por razones de sexo y eligió refugiarse en la Biblia para condenar al homosexual. "La homosexualidad es abominación", vociferó la evangelista a pies juntillas, apelando así a los versículos del Levítico que proclaman: "Y cualquiera que tuviere ayuntamiento con varón como con mujer, abominación hicieron; entrambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre". "No es Iris Robinson quien determina que la homosexualidad es una abominación, fue el Todopoderoso", terció Peter Robinson.
Pero en aquellos días Iris ya estaba enfrascada en su tórrido romance con el joven Kirk. Y la madura esposa olvidó entonces que el Deuteronomio advierte: "Si se encuentra a un hombre acostado con una mujer casada, los dos morirán; el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer". Todo político, como cualquier ciudadano, tiene derecho a una vida privada, a hacer de su capa un sayo. Pero un político que apela a la religión para intentar imponer un modelo de comportamiento al conjunto de la ciudadanía, tiene que ser consecuente con ese credo. Y predicar con el ejemplo.
Y esta Iris Robinson es también la misma que, en plenas primarias para las últimas elecciones de EE UU, reprochó a Hillary Clinton que perdonara las infidelidades de su marido. "Ninguna mujer puede aceptar lo que ella toleró a su marido cuando era presidente. Sólo estaba pensando en el futuro de su propia carrera política", declaró. "Iris Robinson es una hipócrita", ha proclamado estos días Peter Tatchell, uno de los más comprometidos activistas homosexuales en el Reino Unido.
Pero hay mucho más que hipocresía, adulterio u homofobia en las tribulaciones de la señora Robinson. Para comprender el impacto que el caso está teniendo en el Ulster hay que tener en cuenta la importancia que la religión tiene en esa sociedad. Peter Robinson no bebe alcohol por razones religiosas. Iris se tomaba su vasito de vino de vez en cuando, pero acabó dejándolo porque le parecía que daba un mal ejemplo. En 10 años sólo han cenado una vez en un restaurante en Belfast. Pero, sobre todo, más aún que en el sexo y otros placeres hedonistas, el puritanismo alcanza su cúspide al tratar las cuestiones del dinero o la quiebra de la confianza depositada en una persona.
Para el bloguero Norn Iron, "aunque la moralidad sexual es importante, el sexo no es ni de lejos tan importante políticamente como el dinero" para los evangelistas protestantes. A fin de cuentas, todo pecado puede ser perdonado si hay arrepentimiento y la atribulada Iris no sólo ha hecho acto público de contrición, sino que intentó suicidarse cuando en marzo del año pasado su marido lo descubrió todo.
Pero, ¿pueden los votantes del DUP, el partido que dirige Peter Robinson, pasar por alto los tufos económicos y de tráfico de influencias que se desprenden de todo el asunto? Eso está por ver.
Iris y Kirk se conocen desde que él, adolescente, ayudaba en la carnicería familiar. Cuando el padre murió a principios de 2008, ella se comprometió a velar por él. Se veían mucho y daban largos paseos juntos. Por lo que sea, esa tutela maternal derivó en romance. Y la madura Iris quiso convertir en provechoso empresario a aquel huérfano sin experiencia.
Un día, paseando por la rivera del río Lagan, en el sur de Belfast, vieron un viejo caserón de piedra que el Ayuntamiento quería convertir en café. Como por azar, Iris Robinson tenía todas las claves para que el negocio acabara en manos de Kirk. Le consiguió el dinero: dos cheques equivalentes a 27.000 euros cada uno procedentes de sendos constructores amigos. Y, siendo ella concejal del consistorio local, no fue difícil que éste le otorgara la licencia a su amante.
El problema es que Iris, diputada en Westminster y en la Asamblea de Irlanda del Norte además de concejal, nunca dio cuenta de sus intereses personales en esas operaciones. No sólo sentimentales: también económicos. Se quedó con un 10% del dinero que consiguió para Kirk para saldar sus propias deudas. Y cuando rompieron peras tras varios meses como amantes, le exigió la devolución del dinero y quiso que la mitad fuera directamente a las arcas de su Iglesia. Los pecados de la carne se redimen rezando; los de la bolsa, no.
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