Foto de Laura Muñoz |
Adrian McKinty (Belfast, 1968) no parece un ideólogo, ni un tipo duro, ni alguien que dedique parte de su vida a denunciar el silencio que a su juicio impera en Reino Unido e Irlanda sobre el conflicto irlandés. Espera su entrevista en una terraza de Gijón, tercio de cerveza en la mano y pantalones cortos y chancletas. "Hey. Prometo que he llegado a Gijón con pantalones negros y mis Dr Martens. Ahora he arruinado mi imagen. Ningún tipo duro puede llevar sandalias. ¿Quién va a creer que escribo novelas negras llenas de violencia?", suelta de una vez, nada más llegar, sin parar de mover las manos, rápido, con tres o cuatro inflexiones de voz, puro estilo McKinty.
McKinty es el responsable de una docena de obras, pero su popularidad empezó cuando se decidió a abordar el conflicto irlandés a través del personaje de Sean Duffy (Alianza ha publicado las dos primeras novelas de la serie, Cold, Cold Ground y Oigo sirenas en la calle), un policía católico en el Ulster de los tiempos más duros del conflicto, allá por los inicios de los ochenta. Personaje de lealtades divididas, un tanto alcoholizado, Duffy es un policía amante de su trabajo, ahogado por el conflicto, loco por una música que nadie aprecia. Un hombre completamente fuera de lugar, odiado por uno y otro bando, acusado de traidor colaboracionista por los católicos, de feniano lamentable por los protestantes, universitario en un lugar donde casi nadie, y menos policía, estudiaba, un tipo cosmopolita, un desastre.
Al contrario que su personaje, McKinty no parece encontrarse fuera de sitio en Gijón donde acudió a la Semana Negra. Nunca ha estado en el norte de España, aunque ha ido "como todo anglosajón vivo" a Málaga y a Baleares. Su capacidad para pasar de las anécdotas (una para cada historia) y las bromas al análisis serio de una sociedad que vive todavía dividida es sorprendente e incluso desconcertante. "Hay un lema que dice en Belfast: ‘Digas lo que digas no digas nada", arremete cuando se le pregunta qué le llevó por estos periplos de la denuncia. "No hables del pasado, de lo que sabes. Sobre todo, estate calladito", añade.
McKinty relata con la sorna propia del triunfador su peripecia cuando pudo vender a la BBC su proyecto y la negativa del responsable —"un hombre mayor, el más sabio con el que me había encontrado nunca"— fue rotunda. "Joven", le dijo, "esa es la peor idea que he oído en mi vida. Nadie en Irlanda del Norte quiere ver, oír o leer nada sobre los peores años. En Inglaterra tampoco. Y en América tampoco. ¿Puedo darte un consejo sobre tu carrera? No hables de los conflictos", cuenta McKinty. "Como ves, estaba en lo cierto", asegura con cierta malicia antes de explicar los porqués del giro de su carrera. "Cuando escribí el primer libro pensé: si nadie quiere que lo escriba ¿no es esa la mejor razón para escribirlo? Si te tomas en serio este oficio tienes que escribir sobre cosas que ponen nerviosa a la gente, que la ofenden, que la indignan, que la enfadan".
El espectáculo y despliegue de optimismo sólo cesa cuando hablamos del futuro. Pesimista sobre una Irlanda en la que no vive y que visita desde Melbourne una vez al año, teme que el terrorismo de ambas partes pueda volver en cualquier momento. "Me da miedo que esta situación sea temporal, que ocurra como el periodo de entreguerras en el siglo XX. Me pregunto si no va a volver a empezar todo de nuevo. El odio sigue ahí. Las reservas de odio siguen ahí. Y hay problemas estructurales que no han cambiado para nada. Los colegios siguen estando separados, los niños juegan deportes distintos (protestantes: fútbol y rugby; católicos: fútbol gaélico); viven en barrios separados y no se llegan a conocer. No se casan entre ellos", afirma compungido. Pero el torrente de energía vuelve y pide el portátil del periodista para buscar unas imágenes de los murales de al lado de su casa (en la imagen y aquí relatadas en su blog), pinturas protestantes cerca de Coronation Road, calle en la que nació y creció y en la que sitúa a su personaje. "Da miedo, de verdad. Esto es hoy, en 2014", dice con toda la seriedad.
¿Ha cambiado esa sociedad ultraconservadora, homófoba, machista, encerrada en sí misma y destrozada por el terrorismo que aparece en sus libros? "En algunas cosas. Ahora puedes ser gay y no vas a prisión. Pero el aborto sigue siendo ilegal y tienes que ir a Liverpool si quieres abortar. Es todavía una sociedad muy muy conservadora".
Cuando investiga una serie de muertes en Cold Cold Ground, Sean Duffy tiene una tesis muy curiosa: en la Irlanda de los setenta y los ochenta no podía haber asesinos en serie porque estaban todos en las filas de los grupos terroristas de uno y otro lado. ¿Y ahora? "En los setenta, si estabas loco, te alistabas en alguna de las dos partes, matabas a cuanta gente querías y te consideraban un héroe", asegura antes de avisar, vuelta al pesimismo: "Los chicos malos no se han ido, no han desaparecido. No vuelan cosas por los aires, no se pegan tiros unos a otros. Ahora son todos criminales: trafican con drogas, cobran por protección, tienes que pagar por abrir un negocio. Ya no hay idealismo, sólo el dinero. Sigue todo en cierto modo igual".
En sus novelas aparecen Gerry Adams, algunos líderes terroristas protestantes, su vecina cuarentona de buen ver o Stakeknife, un jefe del IRA de la época que en realidad era un infiltrado del espionaje británico. ¿Miedo a que le acusen de manipulador? "No, la ficción es así. Sí tengo miedo a toparme por la calle con un vecino que mató a tres católicos, fue condenado a cadena perpetua y salió durante el proceso de paz. Un psicóptata. Pero a ese señor o a mi vecina les he cambiado la descripción física y los nombres", cuenta antes de saltar a otra anécdota y terminar en Tom Waits, su amado Tom Waits. Al cantante debe los títulos de sus tres novelas y una adolescencia diferente. Excitado cuando descubre que puede compartir su pasión, se vuelve a apoderar del portátil y pone la canción que da título a su tercera novela de la serie, In the morning, I’ll be gone, para hablar de la inmigración que vacía Irlanda y su vuelta a su tierra. "¿Me voy o me quedo en esta sociedad enferma?", se pregunta mirando al suelo. "Y la pregunta esencial: ¿Quiero que mis hijos crezcan aquí? Es un sitio maravilloso, lo puedes ver en Juego de tronos, esas montañas, eso es Belfast, eso es Irlanda. Es maravilloso, pero no sé si merece la pena con tanta locura y tanto mal", concluye. "¡Ah! Son geniales. Me quedo con los tatuajes", dice, ya recuperado, mirando sus brazos y a modo de despedida.
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