Esta batalla hoy en día es "el espejo" de la conmemoración estival en la que decenas de marchas unionistas/lealistas recuerdan en todo el norte de Irlanda dicho acontecimiento bélico, en el que el rey Guillermo III de Orange derrotó al católico Jaime II, en julio de 1690.
Aunque en orígen se conmemoraba otra batalla, La Batalla de Aughrim que fue el enfrentamiento decisivo de la Guerra Guillermita de Irlanda y en él se encontraron los jacobitas y las fuerzas de Guillermo de Orange el 12 de Julio de 1691 en las cercanías de Aughrim, en el condado de Galway.
Fue la batalla más sangrienta de la historia irlandesa con más de 7.000 muertos. Significó el fin efectivo de la causa jacobita en Irlanda, aunque la ciudad de Limerick aún resistió hasta el otoño de ese año.
Debido a su trascendencia en la guerra, Aughrim se convirtió, hasta comienzos del siglo XIX, en el lugar de celebración de los lealistas en Irlanda, en especial de la logia orangista.
Más tarde, la conmemoración de la batalla del Boyne adquirió una mayor relevancia.
Durante las marchas los lealistas/unionistas pasan por zonas nacionalistas/republicanas católicas en un alarde de superioridad que genera violentos enfrentamientos.
El texto:
La disputa del Parlamento contra las ideas absolutistas de Carlos I, monarca de Inglaterra, había llegado a su punto más álgido con la ejecución del rey en 1649. Desde entonces, el protestantismo pasó a ser la primera religión y el Parlamento, amo y señor del reino, el único poder capaz de promulgar leyes y dirigir los destinos de la nación. En ese sentido, ninguna contribución más decisiva para la guerra como la del parlamentario Inglés Oliver Cromwell, (Lord Protector) líder del ejército que derrotó a Carlos I, marcando el comienzo de la nueva República denominada Commonwealth (o Mancomunidad de reinos ingleses)
Después de la muerte de Cromwell, los burgueses más poderosos (muchos de ellos arruinados por la continua guerra entre católicos y protestantes), y que necesitaban establecer la paz y orden para acrecentar sus negocios, llegaron a un acuerdo formal con la nobleza para tranquilizar el convulsionado panorama social. Allanado el camino de la reconciliación, en 1660 la monarquía fue restaurada nuevamente en la persona de Carlos II Estuardo, hijo del decapitado Carlos I, quien a diferencia de su progenitor, fue bastante hábil en su relación con el Parlamento. Durante su reinado se crearon los partidos Whig (liberal) y Tory (conservador) y hubo mayor tolerancia a las distintas posturas. Católico de corazón, no fue hasta su lecho de muerte cuando se inclinó por esa religión, convirtiéndose así en el primer católico romano que reinaba en Inglaterra desde la muerte de María I en 1558.
El romance entre el monarca y el Parlamento no duraría mucho. A la muerte de Carlos II la feliz convivencia se rompió con la ascensión al trono de Jacobo II (23 de abril de 1685), hijo menor de Carlos I, católico, con tendencias absolutistas, odiado por el Parlamento. Muy pronto se notó que la Cámara de los Lores evitaría con cuanto estuviera a su alcance, que Jacobo II tomara el mando. El nuevo rey, impresionado y decepcionado a la vez, no encontró apoyo para restablecer la monarquía absoluta. Honestamente, no había forma. La nobleza, vital para sus aspiraciones, era casi toda protestante y además, la mayor parte de la sociedad quería olvidar los horribles sucesos de la revolución civil. La supuesta amenaza absolutista motivó a la unión de nobles y burgueses, quienes coincidieron en la necesidad de destronar al rey. Jacobo II, enterado de esto, cayó en la indignación. Su posición era casi inexpugnable: Era hijo de Carlos I y además, Duque de York; no podía sacársele del trono
La conjura contra Jacobo II
Sus enemigos comprendieron que a la falta de argumentos, bien podría servir la intriga, la maquinación y por último, la fuerza. Convencidos que el destronamiento del rey en este caso era ilegal, pero impulsados por el horror de una monarquía católica, en 1688 nobles y burgueses ofrecieron al príncipe holandés Guillermo de Orange la corona del reino (el llamado Campeón del protestantismo por su lucha contra Luis XIV de Francia) con sólo 2 condiciones: Primero, debía mantener el protestantismo y segundo, dejar gobernar al Parlamento. Guillermo aceptó de inmediato. La noticia dejó petrificado al nuevo rey que perdió de pronto, todo iniciativa.
El 30 de junio de 1688 un grupo de nobles protestantes solicitaron al príncipe de Orange venir a Inglaterra con un ejército, lo cual fue sabido de inmediato por Jacobo. Ante la amenaza, recibió la promesa de ayuda del enemigo de Guillermo de Orange, el rey Luis XIV, pero Jacobo, torpemente, declinó la oferta pues temió una mayor antipatía parlamentaria. Esa decisión lo sacó del trono. Cuando Guillermo llegó a Inglaterra el 5 de noviembre de 1688, todos los oficiales protestantes del rey desertaron. Jacobo II, abandonado por casi todos los grupos sociales y sin país que gobernar, dejó el trono en casi el más absoluto silencio. Nunca se vio algo así. Así, sin violencia, de la forma más feliz posible, triunfó la llamada Revolución Gloriosa (como la llamaron los hombres de la época), que abolió definitivamente la monarquía absoluta e inició en Inglaterra la época de la monarquía parlamentaría para siempre. El 23 de diciembre de 1688, Jacobo fue recibido por Luis XIV, que le ofreció un palacio y una abundante pensión.
Su alejamiento sirvió de perfecto pretexto para sus enemigos. Guillermo de Orange aprovechó la ocasión para confabularse con los nobles y burgueses para convocar una ilegal Convención. Ésta, claramente amañada, declaró el 12 de febrero de 1689 que la huida de Jacobo el 11 de diciembre constituyó una abdicación de hecho, y que el trono entonces había quedado vacante. Al originarse tal vacío de poder, lo natural hubiera sido nombrar al hijo mayor de Jacobo II, Jacobo Francisco Eduardo (de apenas meses de nacido), como heredero y a su madre, la reina italiana María Modena (también católica) como la reina regente. Nada de eso ocurrió. Felonamente, prefirieron nombrar a la hija mayor de Jacobo II, María (que traicionó a su padre) como la nueva reina en conjunto con su “amado” (obligado) esposo Guillermo de Orange, en adelante Guillermo III. Escocia, fiel a su protestantismo, reconoció a los nuevos soberanos el 11 de abril del mismo año.
Mientras tanto Jacobo II, a instancias del rey francés, se mantuvo muy activo en el exilio supervisando el ejército puesto a su disposición. En marzo de 1689, invadió el país. Su llegada reavivó los sentimientos católicos aún existentes y el Parlamento Irlandés, viendo en ello la posibilidad de deshacerse del yugo protestante, declaró ilegal su destitución, quedando inmediatamente obligado a prestarle su ayuda. La fuerza de ambos bandos (estimada en 25,000 hombres), estaba dirigida además de Jacobo, por los comandantes Ricardo Talbot, Primer Earl de Tyrconnell (Lord Protector de Irlanda) y el general francés Antoine Nompar de Caumont. En la orilla sur del río Boyne, no lejos de la desembocadura de este río, se entablaría la batalla.
Luchando contra el Catolicismo: Guillermo III
Guillermo III veía en esta batalla, a diferencia de los ingleses, sólo un frente más en su larga lucha contra el poder católico francés. El apoyo del Parlamento, y la mano de la hija de Jacobo II, le habían brindado la posibilidad de legitimarse en el trono del único país capaz de vencer a Francia en aquel momento. Sin embargo, la lucha no llegaba en momentos tan propicios. Su campaña contra los jacobitas irlandeses (movimiento político que intentaba conseguir la restauración en los tronos de Inglaterra y Escocia a los miembros de la Casa Católica de los Estuardo) había conseguido muy pocos éxitos. Derrotar a los jacobitas y por añadidura a las tropas francesas de Jacobo, podía significarle resolver ambos problemas a una vez.
Por ello se preparó a conciencia. Su ejército, compuesto por tropas danesas, inglesas, escocesas, hugonotes franceses y holandeses, era de unos 36,000 soldados. El segundo al mando era Fréderic Armand, duque alemán de Schomberg, quien como Guillermo, sabía perfectamente cuan de bien estaban preparadas sus tropas. Entretanto, Jacobo II, ya inmerso en las soledades agrestes y salvajes de la cuenca del Boyne, situó el grueso de sus 25,000 hombres sobre una colina de Oldbridge. No había más que un puente en toda la región (en Drogheda, a 5 km al este). Si Guillermo quería obligarlo a pelear, pensaba Jacobo, forzosamente debía pasar por aquel lugar. Se había equivocado.
El 30 de junio, ambos ejércitos estaban frente a frente y entablaron el duelo artillero cada uno desde su lado del río. Hacia el anochecer, Guillermo había descubierto otras zonas del río bastante vadeables y ordenó que el ejército se prepare para cruzar el río. No obstante, esto podría exponer demasiado a sus tropas al cañoneo rival y entonces, planeó una nueva estrategia: Una maniobra distractora. Para ello encomendó al hijo del duque de Schomberg, Conde Meinhard, marchar en dirección oeste en medio de la niebla y cruzar el río con el grueso de su división. Apenas supo que la maniobra fue exitosa, ordenó a una segunda brigada al mando del General James Douglas, ir como refuerzo. La maniobra surtió resultado. Desde lejos, Jacobo II vio el vadeo del río de sus enemigos y ordenó que dos tercios de sus mejores tropas vayan a su encuentro.
El Boyne: El desastre irlandés
El mismo 1 de julio, a las 10 de la mañana, Guillermo ordenó a sus Guardias Azules Holandeses, seguidos por los regimientos hogonotes, ingleses e irlandeses, atravesar el vado principal del río en Oldbridge. Jacobo descubrió la maniobra algo tarde y a pesar del asedio, los guillermistas se abrieron paso gracias al poder de sus cañones e incluso, a su mejor manejo de las bayonetas. El combate, en los dos frentes, se hizo crítico. Se combatía casa por casa y los defensores tuvieron que evacuar las ciudades colindantes. De nada sirvieron los escuadrones irlandeses contra los Guardias Azules. Estos hicieron uso de su mejore preparación y el paso fue exitoso.
Notando la debilidad de las tropas defensoras, Guillermo ordenó añadir un grueso de 12,000 hombres más, daneses en su mayoría, para superar el río más debajo de Oldbridge, allí donde el enemigo pensaba que era infranqueable. Este nuevo movimiento anunció el fin de la resistencia jacobita. Superados en ambos frentes, los jacobitas no pudieron evitar que la poderosa caballería inglesa cruzara el río por el vado de Drybridge, 3 km al oeste de Drogheda. El mayor oficio y número de las tropas de Guillermo sembraron el pánico y viendo completado el paso del río por sus enemigos, la infantería y caballería jacobita se batieron en retirada. La victoria de Guillermo era inexcusable.
De los aproximadamente 50,000 participantes, cerca de 2,000 murieron, tres cuartos de ellos Jacobitas. Desmoralizados por su derrota, muchos infantes irlandeses desertaron. Los Guillermistas marcharon triunfalmente en Dublín dos días después de la batalla. El ejército Jacobita abandonó la ciudad y se retiro a Limerick, detrás del río Shannon, donde fueron sitiados. Jacobo, después de su derrota, no se quedó en Dublín, sino que cabalgó con una pequeña escolta a Duncannon y regresó al exilio en Francia. Para los irlandeses, la derrota supuso un recrudecimiento de la represión ejercida por Inglaterra, que dispuso el ahorcamiento de cualquier católico que poseyera una espada. No solamente se conformaron con eso. También prohibieron que sus sacerdotes oficiaran misa sin jurar lealtad a la Corona Protestante, a lo cual ellos, naturalmente, se negaron. Irlanda, con los años, se vería rebasada por el poder inglés. Nunca más ascendería al trono algún rey de creencia católica. El protestantismo había triunfado.
Referencias usadas:
No hay comentarios:
Publicar un comentario