Pese a que no nos acaba de gustar la presentación del artículo, su toque sensacionalista y el tratamiento general que se da al tema, si consideramos interesante que podais leer el texto y sacar las cosas interesantes.
Apelo con en otras ocasiones a una lectura crítica del texto que está sacado de el diario El Mundo, de la mano de su enviado especial en Belfast Carlos Fresneda.
Cayó el muro de Berlín, pero ahí están los 99 muros de Belfast. Se extienden a lo largo de 20 kilómetros y miden a veces más de siete metros de alto. Están hechos de piedra y metal, con alambres de espinos y cámaras de vigilancia que les confieren un aire de campo de concentración. Sirven para segregar a protestantes y católicos...
"Yo crecí en Belfast antes de que se levantaran los muros, pero las últimas dos generaciones han crecido entre ellos y lo ven como algo normal", reconoce Joe O'Donnell, ex vicealcalde de la capital norirlandesa y primer concejal católico (por Sinn Féin) del conflictivo este de la ciudad.
"Tengo 62 años y he vivido también muy de cerca los peores momentos de The Troubles, cuando media ciudad se enfrentaba con la otra media en las calles", admite O'Donnell. "Yo también aspiro a derribar algún día todos esos muros, pero aún nos queda bastante por hacer. Antes que nada hay que derribar los muros mentales".
O'Donnell dirige ahora el Proyecto Interface de Belfast, que trabaja con 50 comunidades locales intentando promover la aceptación, el entendimiento y el intercambio entre protestantes y católicos. Pese a todo el camino avanzado desde el Acuerdo de Viernes Santo, en 1998, los muros han seguido surgiendo por doquier. Y lo que es peor, la gente los sigue considerando "necesarios".
Según un sondeo del 2011, el 78% de los norirlandeses querría derribar las así llamadas "líneas de la paz" (un eufemismo al más puro estilo orwelliano). Pero el 69% de los residentes que viven en las zonas "limítrofes" de barrios católicos y protestantes siguen considerando las barreras como "necesarias" para garantizar su seguridad.
"Los muros sirven para perpetuar la mentalidad que da pie al conflicto", reconoce Peter Shirlow, profesor de transición post-conflicto en la Queens University de Belfast. "En Belfast, si un niño te pregunta: "¿Por qué está ahí ese muro?", lo más normal es que le respondan: "Para que la gente del otro lado no nos haga daño".
Shirlow, 47 años, crecido en barrio protestante y testigo de la explosión de una escuela, pertenece a la primera generación que creció con los muros (erigidos desde finales de los sesenta). Casado con una católica, optimista a pesar de los recientes disturbios, Shirlow reconoce sin embargo que le cuesta imaginar un Belfast sin barreras: "Yo soy positivo sobre el proceso de paz y creo que las cosas irán a mejor en Irlanda del Norte, pero no pongo la mano en el fuego por la caída de los muros de aquí a seis, siete u ocho años".
Murallas infranqueables
Los muros no son sólo la prueba palpante del conflicto, sino que siguen siendo la principal atracción turística de Belfast (y casi la única, hasta que construyeron hace un año la Experiencia Titanic). Decenas de taxistas descargan a diario a los turistas europeos, americanos o japoneses que vienen a hacerse la foto de turno junto al Guernika de Falls Road o junto a los graffitis de Cupar Way.
A un lado (el católico) persisten aún las llamadas a las armas, recordando que la paz no será posible mientras dure la ocupación británica. Al otro (el protestante), emergen los fantasmas de los paramilitares en medio de un ondear incesante de Union Jacks. A uno y otro lado, amortiguando la sensación siniestra, abundan los mensajes de esperanza como ese 'It´s all good' (Todo es bueno) en las vallas que rodean la calle Tres de Shankill Road.
En el norte del Belfast, la zona más segregada, el Interface Project ha censado 44 muros. Muchos de ellos fueron levantados en tiempos por el Ministerio de Justicia, secundado por el Departamento de Vivienda o por los propios vecinos, usando metales y materiales caseros. En algunos casos son vallas de apenas metro y medio, o tabiques más o menos gruesos. En otros son auténticas murallas infranqueables que proyectan su funesta sombra sobre las casas o que convierte los patios traseros en auténticas cárceles.
También abundan en los muros de Belfast las puertas metálicas, algunas chapadas a perpetuidad, otras abiertas sólo durante el día y cerradas en el "toque de queda" inaudible que suena en muchos barrios de la ciudad en cuanto cae la noche. Sobre todo en el este de Belfast.
"Los manifestantes lealistas se han empeñado en llevar sus protestas hasta Short Strand, una de las zonas más calientes entre católicos y protestantes", asegura Joe O´Donnell, el director del Interface Project. Allí, rodeados de 66.000 protestantes, viven 6.000 católicos, amparados por muros de siete metros como el que separa la calle Madrid (en memoria de la relación histórica entre españoles e irlandeses).
No hay un alma en Madrid Street en una mañana cualquiera. A nuestro paso se escuchan voces lejanas, postigos que se cierran, el ladrido de un perro. Sale por fin a nuestro paso un hombre entrado en años que ha salido de su casa a fumarse un triste pitillo. Estamos en el número 123, a los pies de la imponente muralla con alambres de espinos y sin ornamentos.
"Es verdad que impone a primera vista, pero desde que la levantaron nos sentimos más seguros y protegidos", reconoce Phil Fermanagh, albañil jubilado, presto en enseñarnos los impactos de los adoquines y los clavos que frecuentemente "llovían" sobre su casa...
"Ahora por lo menos podemos dormir tranquilos y no ver a diario peleas en las calles, ni escuchar tiros por las noches. Yo mismo me he llevado unos buenos puñetazos en el barrio, sobre todo cuando era joven. Sé que no es muy católico, pero crecimos odiando al vecino, y viceversa. Madrid Street fue una de las zonas más calientes durante "The Troubles". Aunque no lo sé, seguro que si preguntas en el otro lado te cuentan otra historia".
Para llegar "al otro lado", al vecindario protestante, hay que recorrer el medio kilómetro de muro a lo largo de Bryson Street y persignarse ante la iglesia de St. Matthews (escenario de la famosa "batalla" entre católicos y protestantes que se cobró dos muertos y decenas de heridos en 1970). Doblando la esquina, se pasa por la iglesia presbiteriana de Westbourne y una sensación extraña se mete en el cuerpo...
Caen las barreras mentales
"Loyalist East Belfast", leemos en el mural desde el que nos vigilan los "verdugos" de la Asociación de Defensa del Ulster, persiguiéndonos allá donde vayamos con los cañones de sus fusiles pintados. En otro mural, el espectro de la muerte, con una bomba en la mano, nos informa que estamos en "zona segura" para los niños. Un cartel pide justicia en el nombre de Jimmy McCurrie y Bobby Neill, asesinados por el IRA. Por todos los lados, una borrachera incesante de banderas británicas...
"Queremos ver la Union Jack ondeando todos los días en el Ayuntamiento y por eso nos manifestamos", reconoce Heather Murray, 37 años y vecina de Susan Street, al otro de lado del muro. Como la mayoría de los vecinos de su barrio, Murray reconoce que no se habla con sus vecinos católicos: "Vivimos en dos mundos distintos, queremos un futuro distinto para el Ulster y creemos en otras cosas. Aunque en el fondo pienso que le rezamos al mismo Dios y que alguna vez escuchará nuestra plegaria".
A pesar del ruido y el fuego, algo está cambiando en este Belfast de los 99 muros. Las barreras mentales están cayendo fuera de esas doce áreas segregadas. La mayoría de sus 270.000 habitantes han decidido seguir avanzando por una senda conjunta y lejana de los recientes disturbios. Hace exactamente un año se puso en marcha el Peace Walls Program, con el objetivo más o menos difuso de derribar los muros.
"La generación de mis hijos y mis nietos ven los muros como algo inevitable en Belfast", confiesa Joe O´Donnell. "Mi sueño es seguir trabajando para erradicar el virus del sectarismo y crear las condiciones para eliminar las barreras físicas y mentales que aún dividen Irlanda del Norte".
Apelo con en otras ocasiones a una lectura crítica del texto que está sacado de el diario El Mundo, de la mano de su enviado especial en Belfast Carlos Fresneda.
Cayó el muro de Berlín, pero ahí están los 99 muros de Belfast. Se extienden a lo largo de 20 kilómetros y miden a veces más de siete metros de alto. Están hechos de piedra y metal, con alambres de espinos y cámaras de vigilancia que les confieren un aire de campo de concentración. Sirven para segregar a protestantes y católicos...
"Yo crecí en Belfast antes de que se levantaran los muros, pero las últimas dos generaciones han crecido entre ellos y lo ven como algo normal", reconoce Joe O'Donnell, ex vicealcalde de la capital norirlandesa y primer concejal católico (por Sinn Féin) del conflictivo este de la ciudad.
"Tengo 62 años y he vivido también muy de cerca los peores momentos de The Troubles, cuando media ciudad se enfrentaba con la otra media en las calles", admite O'Donnell. "Yo también aspiro a derribar algún día todos esos muros, pero aún nos queda bastante por hacer. Antes que nada hay que derribar los muros mentales".
O'Donnell dirige ahora el Proyecto Interface de Belfast, que trabaja con 50 comunidades locales intentando promover la aceptación, el entendimiento y el intercambio entre protestantes y católicos. Pese a todo el camino avanzado desde el Acuerdo de Viernes Santo, en 1998, los muros han seguido surgiendo por doquier. Y lo que es peor, la gente los sigue considerando "necesarios".
Según un sondeo del 2011, el 78% de los norirlandeses querría derribar las así llamadas "líneas de la paz" (un eufemismo al más puro estilo orwelliano). Pero el 69% de los residentes que viven en las zonas "limítrofes" de barrios católicos y protestantes siguen considerando las barreras como "necesarias" para garantizar su seguridad.
"Los muros sirven para perpetuar la mentalidad que da pie al conflicto", reconoce Peter Shirlow, profesor de transición post-conflicto en la Queens University de Belfast. "En Belfast, si un niño te pregunta: "¿Por qué está ahí ese muro?", lo más normal es que le respondan: "Para que la gente del otro lado no nos haga daño".
Shirlow, 47 años, crecido en barrio protestante y testigo de la explosión de una escuela, pertenece a la primera generación que creció con los muros (erigidos desde finales de los sesenta). Casado con una católica, optimista a pesar de los recientes disturbios, Shirlow reconoce sin embargo que le cuesta imaginar un Belfast sin barreras: "Yo soy positivo sobre el proceso de paz y creo que las cosas irán a mejor en Irlanda del Norte, pero no pongo la mano en el fuego por la caída de los muros de aquí a seis, siete u ocho años".
Murallas infranqueables
Los muros no son sólo la prueba palpante del conflicto, sino que siguen siendo la principal atracción turística de Belfast (y casi la única, hasta que construyeron hace un año la Experiencia Titanic). Decenas de taxistas descargan a diario a los turistas europeos, americanos o japoneses que vienen a hacerse la foto de turno junto al Guernika de Falls Road o junto a los graffitis de Cupar Way.
A un lado (el católico) persisten aún las llamadas a las armas, recordando que la paz no será posible mientras dure la ocupación británica. Al otro (el protestante), emergen los fantasmas de los paramilitares en medio de un ondear incesante de Union Jacks. A uno y otro lado, amortiguando la sensación siniestra, abundan los mensajes de esperanza como ese 'It´s all good' (Todo es bueno) en las vallas que rodean la calle Tres de Shankill Road.
En el norte del Belfast, la zona más segregada, el Interface Project ha censado 44 muros. Muchos de ellos fueron levantados en tiempos por el Ministerio de Justicia, secundado por el Departamento de Vivienda o por los propios vecinos, usando metales y materiales caseros. En algunos casos son vallas de apenas metro y medio, o tabiques más o menos gruesos. En otros son auténticas murallas infranqueables que proyectan su funesta sombra sobre las casas o que convierte los patios traseros en auténticas cárceles.
También abundan en los muros de Belfast las puertas metálicas, algunas chapadas a perpetuidad, otras abiertas sólo durante el día y cerradas en el "toque de queda" inaudible que suena en muchos barrios de la ciudad en cuanto cae la noche. Sobre todo en el este de Belfast.
"Los manifestantes lealistas se han empeñado en llevar sus protestas hasta Short Strand, una de las zonas más calientes entre católicos y protestantes", asegura Joe O´Donnell, el director del Interface Project. Allí, rodeados de 66.000 protestantes, viven 6.000 católicos, amparados por muros de siete metros como el que separa la calle Madrid (en memoria de la relación histórica entre españoles e irlandeses).
No hay un alma en Madrid Street en una mañana cualquiera. A nuestro paso se escuchan voces lejanas, postigos que se cierran, el ladrido de un perro. Sale por fin a nuestro paso un hombre entrado en años que ha salido de su casa a fumarse un triste pitillo. Estamos en el número 123, a los pies de la imponente muralla con alambres de espinos y sin ornamentos.
"Es verdad que impone a primera vista, pero desde que la levantaron nos sentimos más seguros y protegidos", reconoce Phil Fermanagh, albañil jubilado, presto en enseñarnos los impactos de los adoquines y los clavos que frecuentemente "llovían" sobre su casa...
"Ahora por lo menos podemos dormir tranquilos y no ver a diario peleas en las calles, ni escuchar tiros por las noches. Yo mismo me he llevado unos buenos puñetazos en el barrio, sobre todo cuando era joven. Sé que no es muy católico, pero crecimos odiando al vecino, y viceversa. Madrid Street fue una de las zonas más calientes durante "The Troubles". Aunque no lo sé, seguro que si preguntas en el otro lado te cuentan otra historia".
Para llegar "al otro lado", al vecindario protestante, hay que recorrer el medio kilómetro de muro a lo largo de Bryson Street y persignarse ante la iglesia de St. Matthews (escenario de la famosa "batalla" entre católicos y protestantes que se cobró dos muertos y decenas de heridos en 1970). Doblando la esquina, se pasa por la iglesia presbiteriana de Westbourne y una sensación extraña se mete en el cuerpo...
Caen las barreras mentales
"Loyalist East Belfast", leemos en el mural desde el que nos vigilan los "verdugos" de la Asociación de Defensa del Ulster, persiguiéndonos allá donde vayamos con los cañones de sus fusiles pintados. En otro mural, el espectro de la muerte, con una bomba en la mano, nos informa que estamos en "zona segura" para los niños. Un cartel pide justicia en el nombre de Jimmy McCurrie y Bobby Neill, asesinados por el IRA. Por todos los lados, una borrachera incesante de banderas británicas...
"Queremos ver la Union Jack ondeando todos los días en el Ayuntamiento y por eso nos manifestamos", reconoce Heather Murray, 37 años y vecina de Susan Street, al otro de lado del muro. Como la mayoría de los vecinos de su barrio, Murray reconoce que no se habla con sus vecinos católicos: "Vivimos en dos mundos distintos, queremos un futuro distinto para el Ulster y creemos en otras cosas. Aunque en el fondo pienso que le rezamos al mismo Dios y que alguna vez escuchará nuestra plegaria".
A pesar del ruido y el fuego, algo está cambiando en este Belfast de los 99 muros. Las barreras mentales están cayendo fuera de esas doce áreas segregadas. La mayoría de sus 270.000 habitantes han decidido seguir avanzando por una senda conjunta y lejana de los recientes disturbios. Hace exactamente un año se puso en marcha el Peace Walls Program, con el objetivo más o menos difuso de derribar los muros.
"La generación de mis hijos y mis nietos ven los muros como algo inevitable en Belfast", confiesa Joe O´Donnell. "Mi sueño es seguir trabajando para erradicar el virus del sectarismo y crear las condiciones para eliminar las barreras físicas y mentales que aún dividen Irlanda del Norte".
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