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sábado, 3 de diciembre de 2011

La Linen Hall Library

Un más que interesante artículo sobre la ya mítica librería Linen Hall Library de la mano del Blog de , corresponsal de EL PAÍS en Londres y antes en Bruselas.

Jimmy Vitty, bibliotecario de la entonces decadente Linen Hall Library, estaba en 1969 en un pub del centro de Belfast cuando alguien le entregó una octavilla sobre la campaña de los derechos civiles. Hizo lo natural en su profesión: guardar el papel. Aquella simple octavilla se convertiría con el tiempo en la primera pieza de un archivo histórico: los más de 350.000 documentos que forman hoy la colección más completa y neutral sobre el conflicto que durante más de 40 años haría desangrarse a Irlanda del Norte.

Belfast quiere ponerse de moda, intenta mirar al futuro. Aunque, en los barrios más conflictivos, los llamados muros de la paz siguen separando a católicos y protestantes, los modernos centros comerciales y los acristalados complejos de oficinas empiezan a llenar de color una ciudad que uno tiende a recordar en blanco y negro, como las imágenes de la violencia que sacudió el Ulster desde finales de los años 60.

Ahora, ex paramilitares de ambos bandos se han reconvertido en guías turísticos y llevan al visitante por calles míticas del imaginario de aquel conflicto, como la protestante Shankill Road o la católica Falls Road, para que el turista fotografíe los murales que glorifican a cada bando. Quedan murales de la época, pero hoy son sobre todo murales nuevos, en los que el sectarismo se camufla detrás de cantos a los viejos héroes y a casi todas las causas perdidas: una forma de justificar las acciones propias en el pasado sin caer en la apología de la violencia. Los hay también sorprendentemente hermosos, pintados por artistas extranjeros llegados a Belfast quizás con la intención íntima de convertir la capital del Ulster en un nuevo Berlín. Tarea difícil, eso sí, aunque muros de la vergüenza y cerveza a granel conforman un primer punto de encuentro.

La Linen Hall Library no está en esos itinerarios turísticos, pero debería ser de visita obligada para el forastero que de verdad quiere profundizar en la atormentada historia de Irlanda. Un país en el que en tiempos no tan lejanos te clasificaban según caminaras por el lado izquierdo o derecho de una calle que tenía la desgracia de ser frontera invisible entre las dos comunidades. En el que saben de qué pie calzas según digas Irlanda del Norte o digas Norte de Irlanda. O según te refieras a Derry o a Londonderry.

Nada de eso existe en la modesta azotea reconvertida en sala de trabajo que acoge a quienes vienen a la biblioteca a estudiar “el conflicto”. O simplemente a curiosear entre las estanterías. “Esto siempre ha sido un lugar muy neutral de trabajo”, presume el actual bibliotecario. “Ninguna institución en Irlanda del Norte ha hecho más para promover la ilustración y representa un futuro mejor para todos nuestros ciudadanos”, ha proclamado el poeta y premio Nobel de Literatura, Seamus Heaney, un católico lo bastante tolerante como para compartir mantel con la reina de Inglaterra pero lo bastante comprometido como para negarse a brindar por el monarca y rechazar un premio al mejor poeta británico porque él, hijo del Norte de Irlanda, se considera irlandés.

Hay también cumplidos desde el otro lado. “Considero esta colección de una importancia trascendental. Cuando los futuros eruditos vengan a analizar el conflicto de Irlanda del Norte será un punto de partida indispensable”, ha proclamado Paul Bew, un académico protestante especializado en la historia de Irlanda que en los primeros años del conflicto se manifestaba en defensa de los derechos civiles de la población católica y al que la reina convirtió en lord, el barón Bew de Donegore, por sus esfuerzos a favor del proceso de paz.

Hoy en día la Linen Hall Library dispone de más de 350.000 piezas de documentación, desde libros, folletos, periódicos, programas electorales y panfletos a posters, fotografías, cartas, felicitaciones navideñas, películas o vídeos. Con un núcleo duro de 14.000 libros sobre los disturbios, analizados desde todos los ángulos. Una colección de material que “documenta las actividades y puntos de vista de todas las partes implicadas en el conflicto, desde los paramilitares a los gobiernos”, según la entidad.

La biblioteca está situada en el corazón de Belfast, en un antiguo almacén textil en los que hoy son los números 17 y 19 de Donegall Square North, enfrente del más bien pretencioso edificio del City Hall. Para los que ni siquiera tengan interés por los libros, la cafetería de la biblioteca es un agradable remanso de paz y un lugar ideal para hacer un alto a media mañana o tomar una bebida caliente y un pedazo de pastel a media tarde. Sobre todo ahora que llega el invierno.

Y la Linen Hall Library no es sólo un foco de lectura y estudio sobre los disturbios del Ulster, sino sobre la historia y la cultura de toda Irlanda. Sus orígenes se remontan a hace más de dos siglos. Aún no rodaban cabezas al pie de la guillotina en el París revolucionario cuando los artesanos locales fundaron en 1788 la Sociedad de Lectura de Belfast como alternativa a las bibliotecas de la nobleza. Cuatro años después se convirtió en la Sociedad de Belfast para la Promoción del Conocimiento, una mezcla de biblioteca, museo y academia dominada por radicales y revolucionarios en un momento de especial efervescencia en Europa. Su segundo bibliotecario, Thomas Russell, fue un líder de los United Irishmen que fue detenido en los locales de la entidad y posteriormente ejecutado.

Ya convertida en Linen Hall, entró en un largo periodo de sopor y decadencia que la dejó a las puertas de la desaparición hasta que en 1888 se trasladó a sus actuales locales y floreció de nuevo. En 1918 entró una vez más en declive y en 1980 el ayuntamiento propuso su cierre. Se salvó porque hubo una revuelta contra las intenciones del consistorio y, tras una campaña popular de recogida de fondos, volvió a florecer. Gracias a ese dinero y al de donantes tan heterogéneos como la Lotería Nacional británica o la Unión Europea. Y así sigue. Más bien pobre, pero con más prestigio que nunca.

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