Nos envía Manuel, un lector del blog, el siguiente enlace, que pasamos a reproducir integramente (pedimos como es costumbre una lectura crítica del mismo). Fue publicado originalmente en la sección cultural de El País el 10 de septiembre.
El secuestro en Belfast, en 1972, de Jean McConville, viuda y madre de 10 niños, siempre estuvo rodeado de un espeso y ominoso silencio.
Su cuerpo fue finalmente hallado en 2003, más de tres décadas después.
Pero nadie sabía a ciencia cierta por qué la sacaron aquella noche de
casa delante de sus hijos, diciendo que volvería en un par de horas, qué
pasó, por qué no volvió y quién la mató. En 2010, Dolours Price,
destacada miembro del IRA que participó en aquel crimen, decidió echar
la vista atrás en una entrevista en la que habló de aquella funesta
noche, y señaló a la viuda como confidente del ejército británico
—extremo que sus hijos niegan—, pero sin acabar de resolver quién la
disparó.
Quizá
no resulte del todo extraño que en el título de la última y definitiva
aportación a la historia de este crimen resuene ese silencio fatal que
acompañó a los Troubles, como se denomina al conflicto de Irlanda del Norte. No digas nada es la investigación periodística en la que el estadounidense Patrick Radden Keefe aborda esos Troubles
que convirtieron Irlanda del Norte en zona de guerra y dejaron unos
3.500 muertos. El libro obtuvo el Premio Orwell, el del Círculo de la
Crítica de Estados Unidos y quedó finalista en el National Book Award,
y, dos años después de su éxito en el mundo anglosajón, donde fue
saludado como uno de los libros del año por la crítica, llega su versión
en español de la mano de Reservoir Books (en catalán, Periscopi).
Un
obituario de Dolours Price que hablaba de las entrevistas que esta
concedió y de un archivo de historia oral en la Universidad de Boston
con miembros del IRA fue lo que puso a Radden Keefe tras la pista de
este crimen sin resolver. “Lo primero que me sorprendió, como alguien
que llegaba de nuevas a este tema, es lo viva que está la historia.
Cosas que pasaron antes de que yo naciera todavía se sienten como algo
eléctrico y peligroso en Irlanda del Norte hoy”, explica por
videoconferencia este reportero de 44 años de la revista The New Yorker.
Su
trabajo incluye desde reportajes sobre El Chapo Guzmán hasta un
memorable perfil del cocinero Anthony Bourdain con quien pasó casi un
año viajando. Ahora, acaba de lanzar el podcast Winds of Change sobre el papel que jugó la CIA en la gestación y difusión de aquella canción de la banda alemana de heavy Scorpions,
y también prepara un libro sobre la familia Sackler, filántropos y
propietarios de la farmacéutica que vende el oxycontin, sustancia que
está detrás de la brutal crisis de los opiáceos en Estados Unidos. Pero
la historia del secuestro de la viuda Jean McConville le atrapó,
confiesa, no solo por “el material inherentemente muy dramático con
mentiras y secretos, espías y contraespías, fugas de prisión…”, sino
también por la capacidad expresiva, la forma que los personajes —a
ninguno de los cuales ha conocido— tenían de contar la historia. Radden
Keefe es un maestro a la hora de relatar en profundidad hechos a partir
de gente que se resiste a hablar con él. Dice que la clave es buscar
todos los registros que permitan recrear los detalles y acercarse al
máximo a los personajes.
Aunque
logró resolver el crimen de McConville (sucede en el último capítulo,
al revisar unas grabaciones, aunque mejor será no desvelar el enigma),
el autor dice que no quería hacer una novela de misterio. Radden Keefe
echa mano, con todo, de las herramientas de la novela y esto acelera y
marca el tono de No digas nada. “Siempre he pensado que hay cosas
en ellas que son muy útiles para el escritor de no ficción. No pido
perdón, parte del reto es pensar cómo coges un tema que parece remoto y
puede que incluso intimidatoriamente complejo y metes al lector dentro.
La respuesta para mí está en los personajes”.
¿Es heredero del Nuevo Periodismo?
“No siento que esté ahí mi fuente de inspiración, había algo chillón en
ese movimiento, algo con lo que no me identifico. Me ha influido más
Robert Caro [reputado biógrafo estadounidense que lleva varias décadas
volcado en la historia de Lyndon Johnson], que es un riguroso reportero,
y además sabe cómo escribir una escena y meterte dentro y hacer sentir
que escuchas la voz y conoces a la persona; que lo estás viendo”.
Dice
haber tenido sentimientos encontrados sobre todas las personas de las
que escribe en el libro. Sus ideas acerca de lo que pasó fueron
cambiando. “La gente es complicada y la historia es complicada y a
menudo se escribe sobre los Troubles de una manera que tiende a
simplificar. Gerry Adams es o un héroe total o un villano horrible.
Siempre acaba en la caricatura. Pero la verdad es que es una persona
increíblemente complicada y si piensas que puedes simplificarlo es que
no estás discurriendo lo bastante. Lo mismo se puede decir de Dolours
Price, alguien capaz de rozar la grandeza y de hacer también cosas
terribles”, reflexiona. “Igual que pasa con un amigo o un miembro de tu
familia, conocer a alguien bien, y pensar en ellos de una manera
honesta, es tener sentimientos encontrados y cambiar de idea porque
todos somos complejos”.
Cuando empezó a leer sobre los Troubles
le chocó las muchas versiones que había sobre lo ocurrido y también lo
partidistas que eran. “Puedes leer dos libros sobre el mismo periodo y
pensar que están contando historias totalmente distintas”, cuenta. Su
propósito era construir un relato que permitiera al lector sentir de
cerca a los personajes de Dolours Price, Gerry Adams
y Brendan Hughes, otro destacado miembro del IRA, y que fuera
“desapasionado, para que nadie pensara que estaba haciendo un defensa de
una de las dos partes”. ¿Quiere decir que buscaba la objetividad, esa
que hoy se pone en cuestión desde los medios estadounidenses, que tratan
de dilucidar si es una aspiración legítima o siquiera útil? “No creo
que haya una sola verdad y no creo que deba haberla. Es peligroso el
mito que sostiene lo contrario. Pero soy periodista y mi manera de
trabajar es salir y hablar con cuantas personas puedo”, responde. En No digas nada
incluye casi 100 páginas de notas: “Explico de dónde sale cada
afirmación que hago, lo muestro todo y creo que esto es importante
porque yo no soy la voz de Dios”.
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