Desde Innisfree desarrollan la entrada de la siguiente manera:
Ignacio Pato entrevista en Apuntes de clase (en el semanario La Marea) a la escritora norirlandesa Jan Carson, ganadora del Premio de Literatura de la UE en 2019 por su novela Los incendiarios, publicada ahora en español.
Jan Carson: “El legado más preocupante del conflicto de Irlanda del Norte se aprecia en la salud mental”
Una conversación sobre el conflicto del Norte de Irlanda, masculinidad tóxica y clase social con la autora de la novela ‘Los incendiarios’
Ignacio Pato | Apuntes de clase (La Marea) | 16/07/2020.
El adjetivo “esencial”, aún sometido a cierto vaciado durante esta pandemia, es el adecuado para describir a dos empleados de una de las ubicuas en Reino Unido cafeterías Costa. Sin que esos trabajadores hubieran encontrado el portátil en el que Jan Carson (Ballymena, Irlanda del Norte, 1980) escribía Los incendiarios (Hoja de Lata, 2020), esta novela, ganadora del Premio de Literatura de la Unión Europea el año pasado, no existiría.
El médico pavisoso Jonathan y el exparamilitar unionista Sammy –un personaje este que sería perdecto para el actor Stephen Graham y su registro atormentado en The Virtues– rivalizan en complejos no resueltos que entorpecen sus vidas. Para colmo, la ciudad se llena de columnas de fuego y aparece una sirena. Por una vez no de la policía, sino de las otras. Es la época menos indicada, los veraniegos días de los desfiles protestantes, para embrollar nada en Belfast. La ciudad que durante años fue fuente de empleo de corresponsales de todo el mundo es otra de las grandes protagonistas de Los incendiarios. También las cicatrices que en un comportamiento masculino habituado a la aspereza y la rigidez deja un conflicto al que esa palabra y también su nombre en inglés, The Troubles, suavizan.
No se suele imaginar, al menos a miles de kilómetros, Belfast de otra manera que no sea un sitio gris, sin lugar a demasiadas abstracciones o fantasías. Sin embargo Los incendiarios podría ser descrita como realismo mágico. ¿Qué opinas de esa etiqueta para la novela?
—El canon de la literatura norirlandesa está ampliamente basado en la ficción desde la realidad. Estoy muy cómoda con que mi trabajo se reconozca como realismo mágico. Creo que encaja bien con la tradición de ese género que trata con temas sociales y políticos. Gabriel García Márquez, Günter Grass y Salman Rushdie jugaron un papel importante en mi desarrollo como escritora. Me gusta enfatizar el potencial de lo maravilloso, la belleza y lo milagroso en la comunidad protestante, a la que se retrata a menudo como aburrida y demasiado seria. Tejiendo mi exploración del protestantismo de elementos fantásticos espero que mis lectores puedan ver que esta comunidad es capaz de crear, imaginar y maravillarse.
Hubo un tiempo en que Belfast aparecía en los telediarios extranjeros. Pero “el mundo ya no está esperando el siguiente capítulo de nuestra historia, hay otros cuyas voces suenan con más fuerza”, escribes. Una noticia de estos días parece encajar pefectamente con esta descripción: una tienda ha tenido que retirar camisetas con el lema Orange & Green Lives Matter (referencia a las mitades católica pro-irlandesa y protestante pro-británica de la ciudad) por banalizar el movimiento Black Lives Matter.
—Una de las características definitorias de los irlandeses del norte es que les encanta elegir bando. En la novela se habla de que aquí gusta tanto el fútbol “porque es un juego de dos bandos que implica dar patadas”. A menudo en los debates, incluso sobre cuestiones internacionales, se declara la adscripción a una u otra parte solo para que se vea que se tiene una opinión diferenciada de sus pares católicos o protestantes. Quizá no se entienda la complejidad de situaciones de las que están discutiendo y por eso sus opiniones puedan parecen burdas y desinformadas. También ocurre que no importa de qué se esté hablando que algunos habitantes de Irlanda del Norte se esforzarán en ver el tema como una metáfora del conflicto de aquí.
No solo son los de más de 40 quienes soportan el impacto de la herencia de los Troubles. Quizá el mayor legado, y el más preocupante del conflicto, puede verse en el área de la salud mental, donde tenemos unas tasas de suicidio increíbles y problemas permanentes con la depresión, especialmente entre hombres jóvenes
Sin desvelar demasiado de la trama, se puede afirmar que hay un momento en el que nos damos cuenta de que detrás de los fuegos, de los incendios, no hay contenido político, reivindicación alguna. ¿Es una referencia a un presente pesimista entre la juventud de Belfast e Irlanda del Norte?
—No creo que esa sea una visión totalmente acertada de la novela. La situación en Irlanda del Norte es increíblemente compleja. Siempre habrá una plétora de razones por las que los ciudadanos de cualquier ciudad se impliquen en cualquier tipo de demostración de descontento y Belfast no es diferente en eso. Espero que la novela explore un amplio rango de razones por las que la gente se sumerge en la violencia sectaria. Sí, Mark, principal instigador de las hogueras no tiene una motivación política real. Se siente atraído por el poder que emana del hecho de emplear la violencia. Podríamos discutir sobre si es una víctima de un trauma heredado que muchos creen que todavía tiene un impacto en las creencias de los jóvenes de Irlanda del Norte hoy día. De todas maneras, hay muchos personajes en la novela que todavía se inscriben en las divisiones políticas y religiosas que avivaron el conflicto original y que continúan avivan el sectarismo contemporáneo.
En la novela se habla del sentimiento de culpa. ¿Sigue existiendo, quizá en esas generaciones mayores de 40 años, algo así como cenizas psicológicas de lo que pasó en los años más duros del conflicto?
—Totalmente. Y no solo son los de más de 40 quienes soportan el impacto de la herencia de los Troubles. Para mucha gente, algunos aspectos del conflicto no se han resuelto nunca. En Belfast todavía tenemos barrios segregados y un sistema educativo también segregado, y largos tramos del llamado Muro de la Paz dividiendo a las comunidades nacionalista y unionista. La violencia sectaria continúa, aunque rara vez llega a aparecer en las noticias fuera de Irlanda del Norte porque no es a la misma escala o frecuencia que la violencia perpetuada que hubo hasta 1998. Aun así, quizá el mayor legado, y el más preocupante del conflicto, puede verse en el área de la salud mental, donde tenemos unas tasas de suicidio increíbles y problemas permanentes con la depresión, especialmente entre hombres jóvenes. Esta es una sociedad que todavía tiene que arreglar las cosas terribles de las que fue testigo en la cumbre del conflicto.
La masculinidad tóxica es otro tema fundamental de Los incendiarios. ¿Se nota especialmente su peso en la vida cotidiana de un lugar tan ligado a la rigidez social y el binarismo político?
—Conectado a los problemas de salud mental dentro de la comunidad que te decía, sufrimos sin duda de un tipo de masculinidad que, si no es enteramente tóxica, sí es fallida. Tenemos un montón de hombres que apenas pueden expresar sus frustraciones y miedos de manera sana y pueden ver en el comportamiento violento y dañino un camino para ventilar su ira. Se ha hecho mucho esfuerzo en animar a la gente, especialmente a los hombres, a hablar sobre sus problemas pero el concepto de masculinidad que hay en muchos hombres de nuestra sociedad ha sido tradicionalmente reacio a demostrar cualquier tipo de vulnerabilidad. Creo que estamos empezando a comprender qué poco saludable y dañino es eso.
La distancia entre Jonathan y Sammy es abismal. Este incluso le dice que “los pijos como tú no estáis al tanto de lo que ocurre al otro lado de la calle”, aunque no viven demasiado lejos uno de otro. Mientras Sammy sí parece un producto de Belfast, Jonathan vive allí como podría vivir en Liverpool o Glasgow. En el libro, haces más hincapie en las diferencias de clase que en las religiosas. Con un planeta globalizado y empeñado en encadenar crisis económicas, ¿es ya más importante la brecha de clase que la religiosa en la Irlanda del Norte?
—La clase siempre ha jugado un papel importante en el conflicto de Irlanda del Norte. El gobierno dispone urbanizaciones y barrios que tradicionalmente albergan a la clase trabajadora y que siempre han estado segregadas entre protestantes y católicos. Muchos de los trabajos manuales e industriales para la clase obrera suelen ser empleos destinados o para una o para otra comunidad. Habitualmente ha sido más difícil para alguien procedente de esta clase pasar más tiempo con gente del otro lado de la división sectaria. En este caso, la ignorancia de la cultura del otro ha hecho que sea más fácil que afloren los prejuicios y el odio. Hoy en día, los grupos paramilitares que todavía existen, tienen una mayor presencia en los barrios de clase trabajadora donde tienden a controlar el crimen organizado y las redes de drogas, y donde siguen reclutando a jóvenes para sus organizaciones. El prejuicio y la intolerancia ha estado también presente y continúa siendo un problema en las áreas de clase media y alta de Irlanda del Norte pero es en barrios obreros donde todavía ves abiertamente las banderas, insignias y murales asociados con los diferentes grupos paramilitares.
¿Cómo ha influido en términos comunitarios y sociales, a nivel de calles y en una ciudad tan compleja como Belfast, la crisis del Covid-19?
—Irlanda del Norte, afortunadamente, ha tenido una experiencia más controlada, menos devastadora, que otras partes de Reino Unido. Los políticos locales de todo el espectro han estado razonablemente unidos en la respuesta a la crisis. Ha sido alentador ver a los diputados superar diferencias por el bien común. De todas maneras, las grietas están empezando a aparecer. Ha habido tensión alrededor de las multitudes que acudían a los desfiles lealistas y los funerales nacionalistas. La pandemia ha mostrado que políticos y comunidades son capaces de trabajar juntos en una crisis, pero los problemas fundamentales de Irlanda del Norte no han desaparecido. Cuando la normalidad vuelva, de la manera en que lo haga, las lecciones aprendidas en este periodo tendrán un impacto electoral y puede que eso no sea mala noticia.
Derry Girls, de Lisa McGee, ha sido un hit internacional y creo que no estamos acostumbrados, como ocurre con tu novela, a que nos lleguen éxitos así desde el Norte de Irlanda. ¿Qué nos estamos perdiendo a nivel creativo, qué otras autoras o autores, literarios, audiovisuales, musicales, nos recomiendas?
—Derry Girls ha sido tremendamente popular aquí. Es una muy buena fotografía de cómo era la vida para la gente joven que creció durante los Troubles. Hay muchos artistas talentosos emergiendo desde aquí. Algunos se han ido fuera y otros han elegido quedarse, contribuyendo a una escena artística local. Recomiendo la música de Joshua Burnside y Hannah McPhillimy. También una película sobre la escena punk norirlandesa durante el conflicto, Good Vibrations. Stephen Sexton y Sinéad Morrissey son dos de mis poetas contemporáneos favoritos y en ficción tenéis que echar un ojo al trabajo de Lucy Caldwell, Wendy Erskine, Michelle Gallen y, por supuesto, la excepcional novela de Dara McAnulty Diary of a Young Naturalist. También a los ensayos y artículos, publicados de manera póstuma, de la periodista Lyra McKee.
Ignacio Pato entrevista en Apuntes de clase (en el semanario La Marea) a la escritora norirlandesa Jan Carson, ganadora del Premio de Literatura de la UE en 2019 por su novela Los incendiarios, publicada ahora en español.
Jan Carson: “El legado más preocupante del conflicto de Irlanda del Norte se aprecia en la salud mental”
Una conversación sobre el conflicto del Norte de Irlanda, masculinidad tóxica y clase social con la autora de la novela ‘Los incendiarios’
Ignacio Pato | Apuntes de clase (La Marea) | 16/07/2020.
El adjetivo “esencial”, aún sometido a cierto vaciado durante esta pandemia, es el adecuado para describir a dos empleados de una de las ubicuas en Reino Unido cafeterías Costa. Sin que esos trabajadores hubieran encontrado el portátil en el que Jan Carson (Ballymena, Irlanda del Norte, 1980) escribía Los incendiarios (Hoja de Lata, 2020), esta novela, ganadora del Premio de Literatura de la Unión Europea el año pasado, no existiría.
El médico pavisoso Jonathan y el exparamilitar unionista Sammy –un personaje este que sería perdecto para el actor Stephen Graham y su registro atormentado en The Virtues– rivalizan en complejos no resueltos que entorpecen sus vidas. Para colmo, la ciudad se llena de columnas de fuego y aparece una sirena. Por una vez no de la policía, sino de las otras. Es la época menos indicada, los veraniegos días de los desfiles protestantes, para embrollar nada en Belfast. La ciudad que durante años fue fuente de empleo de corresponsales de todo el mundo es otra de las grandes protagonistas de Los incendiarios. También las cicatrices que en un comportamiento masculino habituado a la aspereza y la rigidez deja un conflicto al que esa palabra y también su nombre en inglés, The Troubles, suavizan.
No se suele imaginar, al menos a miles de kilómetros, Belfast de otra manera que no sea un sitio gris, sin lugar a demasiadas abstracciones o fantasías. Sin embargo Los incendiarios podría ser descrita como realismo mágico. ¿Qué opinas de esa etiqueta para la novela?
—El canon de la literatura norirlandesa está ampliamente basado en la ficción desde la realidad. Estoy muy cómoda con que mi trabajo se reconozca como realismo mágico. Creo que encaja bien con la tradición de ese género que trata con temas sociales y políticos. Gabriel García Márquez, Günter Grass y Salman Rushdie jugaron un papel importante en mi desarrollo como escritora. Me gusta enfatizar el potencial de lo maravilloso, la belleza y lo milagroso en la comunidad protestante, a la que se retrata a menudo como aburrida y demasiado seria. Tejiendo mi exploración del protestantismo de elementos fantásticos espero que mis lectores puedan ver que esta comunidad es capaz de crear, imaginar y maravillarse.
Hubo un tiempo en que Belfast aparecía en los telediarios extranjeros. Pero “el mundo ya no está esperando el siguiente capítulo de nuestra historia, hay otros cuyas voces suenan con más fuerza”, escribes. Una noticia de estos días parece encajar pefectamente con esta descripción: una tienda ha tenido que retirar camisetas con el lema Orange & Green Lives Matter (referencia a las mitades católica pro-irlandesa y protestante pro-británica de la ciudad) por banalizar el movimiento Black Lives Matter.
—Una de las características definitorias de los irlandeses del norte es que les encanta elegir bando. En la novela se habla de que aquí gusta tanto el fútbol “porque es un juego de dos bandos que implica dar patadas”. A menudo en los debates, incluso sobre cuestiones internacionales, se declara la adscripción a una u otra parte solo para que se vea que se tiene una opinión diferenciada de sus pares católicos o protestantes. Quizá no se entienda la complejidad de situaciones de las que están discutiendo y por eso sus opiniones puedan parecen burdas y desinformadas. También ocurre que no importa de qué se esté hablando que algunos habitantes de Irlanda del Norte se esforzarán en ver el tema como una metáfora del conflicto de aquí.
No solo son los de más de 40 quienes soportan el impacto de la herencia de los Troubles. Quizá el mayor legado, y el más preocupante del conflicto, puede verse en el área de la salud mental, donde tenemos unas tasas de suicidio increíbles y problemas permanentes con la depresión, especialmente entre hombres jóvenes
Sin desvelar demasiado de la trama, se puede afirmar que hay un momento en el que nos damos cuenta de que detrás de los fuegos, de los incendios, no hay contenido político, reivindicación alguna. ¿Es una referencia a un presente pesimista entre la juventud de Belfast e Irlanda del Norte?
—No creo que esa sea una visión totalmente acertada de la novela. La situación en Irlanda del Norte es increíblemente compleja. Siempre habrá una plétora de razones por las que los ciudadanos de cualquier ciudad se impliquen en cualquier tipo de demostración de descontento y Belfast no es diferente en eso. Espero que la novela explore un amplio rango de razones por las que la gente se sumerge en la violencia sectaria. Sí, Mark, principal instigador de las hogueras no tiene una motivación política real. Se siente atraído por el poder que emana del hecho de emplear la violencia. Podríamos discutir sobre si es una víctima de un trauma heredado que muchos creen que todavía tiene un impacto en las creencias de los jóvenes de Irlanda del Norte hoy día. De todas maneras, hay muchos personajes en la novela que todavía se inscriben en las divisiones políticas y religiosas que avivaron el conflicto original y que continúan avivan el sectarismo contemporáneo.
En la novela se habla del sentimiento de culpa. ¿Sigue existiendo, quizá en esas generaciones mayores de 40 años, algo así como cenizas psicológicas de lo que pasó en los años más duros del conflicto?
—Totalmente. Y no solo son los de más de 40 quienes soportan el impacto de la herencia de los Troubles. Para mucha gente, algunos aspectos del conflicto no se han resuelto nunca. En Belfast todavía tenemos barrios segregados y un sistema educativo también segregado, y largos tramos del llamado Muro de la Paz dividiendo a las comunidades nacionalista y unionista. La violencia sectaria continúa, aunque rara vez llega a aparecer en las noticias fuera de Irlanda del Norte porque no es a la misma escala o frecuencia que la violencia perpetuada que hubo hasta 1998. Aun así, quizá el mayor legado, y el más preocupante del conflicto, puede verse en el área de la salud mental, donde tenemos unas tasas de suicidio increíbles y problemas permanentes con la depresión, especialmente entre hombres jóvenes. Esta es una sociedad que todavía tiene que arreglar las cosas terribles de las que fue testigo en la cumbre del conflicto.
La masculinidad tóxica es otro tema fundamental de Los incendiarios. ¿Se nota especialmente su peso en la vida cotidiana de un lugar tan ligado a la rigidez social y el binarismo político?
—Conectado a los problemas de salud mental dentro de la comunidad que te decía, sufrimos sin duda de un tipo de masculinidad que, si no es enteramente tóxica, sí es fallida. Tenemos un montón de hombres que apenas pueden expresar sus frustraciones y miedos de manera sana y pueden ver en el comportamiento violento y dañino un camino para ventilar su ira. Se ha hecho mucho esfuerzo en animar a la gente, especialmente a los hombres, a hablar sobre sus problemas pero el concepto de masculinidad que hay en muchos hombres de nuestra sociedad ha sido tradicionalmente reacio a demostrar cualquier tipo de vulnerabilidad. Creo que estamos empezando a comprender qué poco saludable y dañino es eso.
La distancia entre Jonathan y Sammy es abismal. Este incluso le dice que “los pijos como tú no estáis al tanto de lo que ocurre al otro lado de la calle”, aunque no viven demasiado lejos uno de otro. Mientras Sammy sí parece un producto de Belfast, Jonathan vive allí como podría vivir en Liverpool o Glasgow. En el libro, haces más hincapie en las diferencias de clase que en las religiosas. Con un planeta globalizado y empeñado en encadenar crisis económicas, ¿es ya más importante la brecha de clase que la religiosa en la Irlanda del Norte?
—La clase siempre ha jugado un papel importante en el conflicto de Irlanda del Norte. El gobierno dispone urbanizaciones y barrios que tradicionalmente albergan a la clase trabajadora y que siempre han estado segregadas entre protestantes y católicos. Muchos de los trabajos manuales e industriales para la clase obrera suelen ser empleos destinados o para una o para otra comunidad. Habitualmente ha sido más difícil para alguien procedente de esta clase pasar más tiempo con gente del otro lado de la división sectaria. En este caso, la ignorancia de la cultura del otro ha hecho que sea más fácil que afloren los prejuicios y el odio. Hoy en día, los grupos paramilitares que todavía existen, tienen una mayor presencia en los barrios de clase trabajadora donde tienden a controlar el crimen organizado y las redes de drogas, y donde siguen reclutando a jóvenes para sus organizaciones. El prejuicio y la intolerancia ha estado también presente y continúa siendo un problema en las áreas de clase media y alta de Irlanda del Norte pero es en barrios obreros donde todavía ves abiertamente las banderas, insignias y murales asociados con los diferentes grupos paramilitares.
¿Cómo ha influido en términos comunitarios y sociales, a nivel de calles y en una ciudad tan compleja como Belfast, la crisis del Covid-19?
—Irlanda del Norte, afortunadamente, ha tenido una experiencia más controlada, menos devastadora, que otras partes de Reino Unido. Los políticos locales de todo el espectro han estado razonablemente unidos en la respuesta a la crisis. Ha sido alentador ver a los diputados superar diferencias por el bien común. De todas maneras, las grietas están empezando a aparecer. Ha habido tensión alrededor de las multitudes que acudían a los desfiles lealistas y los funerales nacionalistas. La pandemia ha mostrado que políticos y comunidades son capaces de trabajar juntos en una crisis, pero los problemas fundamentales de Irlanda del Norte no han desaparecido. Cuando la normalidad vuelva, de la manera en que lo haga, las lecciones aprendidas en este periodo tendrán un impacto electoral y puede que eso no sea mala noticia.
Derry Girls, de Lisa McGee, ha sido un hit internacional y creo que no estamos acostumbrados, como ocurre con tu novela, a que nos lleguen éxitos así desde el Norte de Irlanda. ¿Qué nos estamos perdiendo a nivel creativo, qué otras autoras o autores, literarios, audiovisuales, musicales, nos recomiendas?
—Derry Girls ha sido tremendamente popular aquí. Es una muy buena fotografía de cómo era la vida para la gente joven que creció durante los Troubles. Hay muchos artistas talentosos emergiendo desde aquí. Algunos se han ido fuera y otros han elegido quedarse, contribuyendo a una escena artística local. Recomiendo la música de Joshua Burnside y Hannah McPhillimy. También una película sobre la escena punk norirlandesa durante el conflicto, Good Vibrations. Stephen Sexton y Sinéad Morrissey son dos de mis poetas contemporáneos favoritos y en ficción tenéis que echar un ojo al trabajo de Lucy Caldwell, Wendy Erskine, Michelle Gallen y, por supuesto, la excepcional novela de Dara McAnulty Diary of a Young Naturalist. También a los ensayos y artículos, publicados de manera póstuma, de la periodista Lyra McKee.
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