Desde ElPeriodico nos informan de la mano de BEGOÑA ARCE; Entre hacer la guerra o el amor, los noirlandeses han parecido
siempre más inclinados a lo primero. Ni el fuego de las bandas
paramilitares, ni el del infierno que prometía desde el púlpito de la
Iglesia presbiteriana el irascible Ian Paisley, invitaban a soltarse la
melena. Para la carne pecadora, la vida en Irlanda del Norte siempre ha
sido un eterno vía crucis.
Fue Paisley quien a mediados de los 70 lanzó la campaña Salvad el Ulster de la sodomía contra los homosexuales que comenzaban a reclamar la igualdad de derechos. Aún ahora, la marcha anual del orgullo gay sigue enfrentándose a grupos de cristianos fundamentalistas. Fueron los seguidores de Paisley también quienes organizaron piquetes frente al primer sex shop que se abrió en Belfast. Son los mismos que el pasado octubre clamaban al cielo por la apertura de la primera clínica para poder abortar en Irlanda.
Pero como los paramilitares están relativamente tranquilos y el reverendo Paisley convenientemente jubilado, ha llegado el momento de que los noirlandeses hablen de sexo, aunque sea para echar unas risas.
Desde hace unos días, en la Opera House de Belfast, triunfa un musical titulado El Kama Sutra del Ulster. Su autora, Andrea Montgomery, ha montado junto al comediante Nuala McKeever el espectáculo sobre los gustos sexuales de sus vecinos basándose en cien entrevistas anónimas. En el cuestionario se podían comentar estilos y preferencias a la hora entrar en faena.
La producción descubre especialidades locales desconocidas para el resto de la humanidad, como «la posición de los paramilitares lealistas» o «la posición de Gerry Adams». Para burlar la censura, los actores se han valido de marionetas, porque con personajes de carne y hueso no habrían podido salir a escena.
Una de las canciones del espectáculo está dedicada a Iris Robinson, la esposa del ministro principal. La primera dama del unionismo protagonizó un gran escándalo, en esa sociedad hipócrita y mojigata, cuando se destapó su relación extramatrimonial con un joven bien dotado, al que recompensaba generosamente los favores.
Iris, que había ofrecido a través las ondas de la radio tratamiento para «curar» a los homosexuales de sus perniciosas tendencias, logró salir airosa del asunto. De las respuestas a los cuestionarios, Montgomery encuentra especialmente interesante no haber hallado diferencias entre la forma de abordar el sexo en la clase obrera, ya fueran católicos o protestantes. Ellos han resultado ser más liberales e indulgentes que las clases medias de ambas religiones.
Algunos teatros de Irlanda del Norte han declinado la oferta de poner en cartel la obra. Y la compañía tuvo que aguantar la presencia de indignados puritanos a la puerta del Riverside Theatre, en la localidad de Coleraine.
Fue Paisley quien a mediados de los 70 lanzó la campaña Salvad el Ulster de la sodomía contra los homosexuales que comenzaban a reclamar la igualdad de derechos. Aún ahora, la marcha anual del orgullo gay sigue enfrentándose a grupos de cristianos fundamentalistas. Fueron los seguidores de Paisley también quienes organizaron piquetes frente al primer sex shop que se abrió en Belfast. Son los mismos que el pasado octubre clamaban al cielo por la apertura de la primera clínica para poder abortar en Irlanda.
Pero como los paramilitares están relativamente tranquilos y el reverendo Paisley convenientemente jubilado, ha llegado el momento de que los noirlandeses hablen de sexo, aunque sea para echar unas risas.
Desde hace unos días, en la Opera House de Belfast, triunfa un musical titulado El Kama Sutra del Ulster. Su autora, Andrea Montgomery, ha montado junto al comediante Nuala McKeever el espectáculo sobre los gustos sexuales de sus vecinos basándose en cien entrevistas anónimas. En el cuestionario se podían comentar estilos y preferencias a la hora entrar en faena.
La producción descubre especialidades locales desconocidas para el resto de la humanidad, como «la posición de los paramilitares lealistas» o «la posición de Gerry Adams». Para burlar la censura, los actores se han valido de marionetas, porque con personajes de carne y hueso no habrían podido salir a escena.
Una de las canciones del espectáculo está dedicada a Iris Robinson, la esposa del ministro principal. La primera dama del unionismo protagonizó un gran escándalo, en esa sociedad hipócrita y mojigata, cuando se destapó su relación extramatrimonial con un joven bien dotado, al que recompensaba generosamente los favores.
Iris, que había ofrecido a través las ondas de la radio tratamiento para «curar» a los homosexuales de sus perniciosas tendencias, logró salir airosa del asunto. De las respuestas a los cuestionarios, Montgomery encuentra especialmente interesante no haber hallado diferencias entre la forma de abordar el sexo en la clase obrera, ya fueran católicos o protestantes. Ellos han resultado ser más liberales e indulgentes que las clases medias de ambas religiones.
Algunos teatros de Irlanda del Norte han declinado la oferta de poner en cartel la obra. Y la compañía tuvo que aguantar la presencia de indignados puritanos a la puerta del Riverside Theatre, en la localidad de Coleraine.
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