El proceso de paz está consolidado, los viejos rivales comparten gobierno, pero el Ulster sigue siendo una sociedad fracturada donde católicos y protestantes viven en planetas diferentes, un noventa y siete por ciento de las escuelas están segregadas, menos de un cinco por ciento de los unionistas trabaja en barrios republicanos y viceversa, los taxis llevan distintivos naranjas o verdes para proclamar su afiliación, y siete de cada diez jóvenes admite no haber tenido nunca una conversación con una persona del otro bando.
Como en tantos otros sitios, el fútbol es un excelente barómetro de la realidad social. Las barriadas católicas –como regla general más pobres, sucias y descuidadas, con más niños por la calle- se distinguen en seguida porque las camisetas verdiblancas del Celtic de Glasgow, mientras que el azul del Rangers es el color de los guetos protestantes. En la Shankill Road, donde una bomba del IRA mató en 1993 a diez personas que hacían cola en un ‘fish and chips’, una peña de aficionados organiza los fines de semana viajes a Escocia para ver los partidos de Ibrox Park y entonar cánticos antipapistas y ondear la Union Jack.
Los asesinatos, los ajustes de cuentas y la mayoría de crímenes relacionados con la violencia sectaria han desaparecido, pero cualquiera lo diría un sábado a las tres de la tarde en los aledaños de Solitude (soledad), el estadio del Cliftonville en el norte de Belfast. Es uno de los dos equipos católicos de la capital -además del más antiguo de toda la isla, con ciento veintiocho años de historia, más que el Barça-, y sus enfrentamientos con los rivales protestantes del Glentoran o el Linfield dejan pequeña la animosidad de un derby cualquiera. Un imponente despliegue de tanquetas blindadas del nuevo Servicio Policial de Irlanda del Norte ha de escoltar los autocares de los jugadores e hinchas visitantes en un ambiente que recuerda las explosiones de violencia urbana en plena efervescencia de los troubles. Cánticos hirientes y pancartas sectarias dejan bien claro que aún falta tiempo para que los dos bandos de la sociedad ed Irlanda del Norte vivan en armonía.
El Cliftonville de Belfast Norte –un barrio dividido y foco de numerosos enfrentamientos- y el Donegal Celtic de Belfast Oeste –bastión republicano- representan a los católicos en la Premier League, y aunque se enfrentan a un clima hostil la sangre casi nunca llega al río. Pero síntoma de la complejidad de la vida en el Ulster es que el Derry es el único club del mundo que compite en el campeonato de otro país –la República de Irlanda- con el beneplácito de la UEFA y de la FIFA, habiéndose exilado después de que sus partidos se convirtieran en pretexto perfecto para batallas campales de tinto político-religioso.
Su estadio de Brandywell, en el Bogside de Derry –escenario del ‘domingo sangriento’ de 1972 en que el ejército británico disparó contra una manifestación y mató a catorce personas- es sin embargo una prueba de que las cosas están cambiando. Tradicional equipo de la cúpula del IRA, las pintadas republicanas en memoria de Bobby Sands o reclamando la unidad de Irlanda han sido borradas de los muros de cemento oscuro que lo rodean, del mismo modo que los murales agresivos típicos de las ciudades de Irlanda del Norte están siendo sustituídos por otros igual de coloristas pero que celebran la paz y la reconciliación.
Los protestantes se identifican con el rugby, los nacionalistas con el fútbol gaélico, cuyo estadio lleva el nombre del patriota Roger Casement (en quien se inspira la última novela de Mario Vargos Llosa), ahorcado por los ingleses tras negociar un pacto con Alemania para que apoyase la independencia de Irlanda.
El deporte a veces une pero en el Ulster es una barrera más, igual que los bloques de acero reforzado recubiertos de alambre de púa que separan los guetos unionistas y católicos, activadas por control remoto desde los cuarteles de la policía cuando la atmósfera se caliente.
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