Pongo una entrevista a John Wilsey, General retirado del Ejército británico, de la mano de Iñigo Gurruchaga para la voz digital, que sin duda tiene mucha "miga", y muestra desde luego una figura militar con una mínima autocrítica sobre su ejército pero de otro lado abierto a criticar al sector unionista/lealista y sentir cierta empatía con los nacionalistas/republicanos.
Sir John Wilsey es uno de los militares británicos que
más tiempo pasó en Irlanda del Norte. Miembro del Regimiento de
Devonshire y Dorset, sirvió en la provincia en todos los rangos. Fue un
joven oficial antes del estallido del conflicto y también general al
mando de todo el despliegue. Su último libro -'The Ulster Tales',
'Historias de Ulster'- es una recopilación de biografías incrustadas en
la guerra e intenta responder, según sus palabras, a la pregunta de un
niño: «Padre, ¿qué hiciste en Irlanda del Norte?».
-¿Qué sintió al ver a la reina Isabel II estrechar la mano de Martin McGuinness?
-Creo que es extraordinario que la reina fuese capaz de
hacerlo. Es una sirviente del Estado, el Estado quería que se hiciese y
lo hizo. Pero debió de dolerle mucho, porque su tío, Lord Mountbatten
(asesinado por el IRA), era muy popular en la familia real. Estoy seguro
de que tiene que hacer a menudo cosas que no le gustan.
-¿Qué siente al ver a McGuinness en tal posición?
-Tiene sin duda sangre en sus manos. Fue un hombre muy
significativo del IRA y creo que lo ha admitido. Pero la tradición
militar británica es que estamos subordinados a la voluntad política.
Una vez que entiendes eso todo encaja. No te amargas ni te enfadas
cuando ves ese tipo de cosas. Te dices que es el interés nacional y es
lo que la democracia quería. Puedes verlo con algo de cinismo pero eres
parte del tejido social que determina cómo debes comportarte.
-Un joven compañero de armas al que reclutó, Ian
Harris, fue asesinado, y un alto mando que trabajaba con usted, David
Blair, también. Sus asesinos están libres.
-Conocí a ambos muy bien. Entre esos dos incidentes
pasaron quince años. Mi implicación en el caso de Harris fue con su
viuda, era de Jersey, como yo. En el caso de Blair estaba más interesado
en los aspectos técnicos de cómo ocurrió, porque yo era un oficial de
mando. Las circunstancias fueron diferentes y tu actitud se ajusta. La
emoción es igual, aunque cuando eres un joven oficial no eres tan
emotivo, sabes que habrá gente que morirá. Me impresionó pero lo acepté
completamente. En el caso de Blair era tan inusual que un oficial de
mando estuviese en esa posición...
-Pero sus asesinos están libres.
-Uno está libre y el otro murió, pero nunca me embarré
con castigos y personalidades. Nunca he sentido la necesidad de
venganza. Por eso no siento angustia sobre Martin McGuinness. Podría
estrechar su mano, no me preocuparía. Yo soy de esa manera. Creo que
tengo una mente abierta y que soy realista. La gente me pregunta si
siento amargura. No la siento en absoluto. Era un trabajo, lo hicimos
bien, entendía lo que estaba haciendo y creía en lo que estaba haciendo,
estoy orgulloso de haberlo hecho. Ésa es la suma total de mis
emociones.
-Escribe que le gustan los irlandeses y entendía sus quejas.
-Exactamente y, si tienes eso, todo encaja. Entiendes que
has sido una pequeña parte de la historia. Irlanda y el problema
irlandés me fascinan. Y la gente irlandesa me parece muy simpática, muy
interesante. Mi madre era más desconfiada, me pedía que le prometiese
que nunca me casaría con una chica irlandesa (risas). Esa generación era
muy anticatólica.
-Cuando describe su participación en el toque de
queda en Falls, en la operación del internamiento sin juicio previo de
1971, un compañero le dice: «Hoy estamos creando muchos enemigos».
¿Entiende usted que aquella gente se rebelase?
-Siempre lo entendí. La gran mayoría del Ejército
entendía las quejas de la minoría católica. Se les trataba muy mal.
Tenían razones reales para quejarse... de vivienda, de empleo, de
estatus, de amistades, de escuelas... Eran ciudadanos de segunda clase.
Cuento en el libro que fui a ver a una vieja conocida y se expresaba con
tal antagonismo hacia los católicos... Yo nunca fui así. Y los matones
de Shankill eran temibles. Eran matones realmente, porque estaban por
encima. Tenían que haberse portado mejor con sus vecinos, pero no lo
hicieron.
-Y el Ejército se ve como un actor en el medio de ese conflicto.
Sabía que nadie lo haría mejor. Se habló de enviar una
fuerza de la ONU, pero nosotros sabíamos que el Ejército británico lo
haría mucho mejor. A pesar de todas nuestras imperfecciones, sabíamos
que seríamos justos, imparciales, sin favor hacia un lado u otro. Y así
nos sentíamos, orgullosos de nuestra disciplina y de nuestra mentalidad
justa.
-¿Se puede ser imparcial entre un bando que te dispara y quiere que te vayas y otro que se reclama británico?
-Pero su conducta era diferente a la mía. Si eres
verdaderamente británico eres justo, abierto, razonable, comprensivo... y
esa gente no lo era. Eran fanáticos (risas). Bastaba verlos en sus
marchas, chuleando por la calle. No me podía identificar porque yo no me
comportaría así. Tenían ascendencia sobre la minoría católica, de una
manera parecida a la de los judíos o los bóers extremistas con sus
inferiores. Y quizás la razón por la que se comportaban así es que se
sentían vulnerables, no gustaban a nadie, nadie les entendía. A pesar de
todo su amor a la reina y a la bandera, no sentía que me representaban.
-¿Cómo ve el Domingo Sangriento y otros sucesos?
-Si tienes 10.000 personas bajo tu mando, por mucho
cuidado que hayas puesto en tus instrucciones puedes estar seguro de que
alguien está haciendo algo que no aprobarías en cualquier momento del
día o de la noche. Es inevitable, despliegas el Ejército y alguien hará
algo estúpido, excesivo o ilegal. Cuando ocurre no debes recluirte
avergonzado, debes actuar para que no ocurra de nuevo. Pero lo llamativo
de la campaña de treinta años en Irlanda del Norte es qué pocas cosas
salieron mal.
-¿Fue un error implicar al Ejército?
-No. El Ejército es un instrumento del Estado y me parece
que fue un uso correcto. Si yo hubiese sido primer ministro en 1969,
habría hecho lo mismo. Pero llevó más tiempo del que esperábamos.
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