EL BALLET DEL CREPÚSCULO
El último y veloz gorrión pasa por las polvorientas ventanas de plástico.
Los pequeños y ruidosos vecinos se han ido a casa.
El cielo es plateado y violeta y las cosas más oscurasempiezan a deslizarse sobre el amenazador alambre de espino,
el día se está yendo.
como si lo persiguieran los ladridos de los perros guardianes que olfatean las primeras ratas atrevidas
de pie sobre las tuberías.
El prisionero se aferra a la reja de acero,
con sus dedos empezando a enrojecer mira al mundo exterior,
sujetando su raída manta gris, lucha por mantener el equilibrio.
Su enfermiza y amarillenta cara está casi oculta por la hirsuta barba,
desordenada, sucia, enmarañados mechones como enredaderas.
Sus ojos son duros y fieros y arden con la llama penetrante de la
insensibilidad y la locura.
O quizá es una mezcla de la tortura inhumana y la pura delicia
de una mirada al moribundo día.
Acecha desde su tumba como un hombre de las cavernas reencarnado,
pero no ve ningún paisaje impresionante, sólo el día moribundo
y el ballet en el crepúsculo de los pequeños y ruidosos pájaros de las nieves.
Y el cielo sangra ahora, han herido al día
quizá mortalmente, mostrando una nublada herida púrpura y la oscuridad
se ha adueñado del cielo.
El ballet es tan hermoso.
En tres parejas los pájaros se mueven con la gracia de un velo en la brisa.
El prisionero se agarra a la cortante reja de acero fascinado por el espectáculo.
Vuelan y se lanzan hacia lo alto aleteando, haciendo piruetas en el viento.
Descienden sobre la brisa, moviendo sus colas, subiendo y bajando con sus gorjeos.
No es una canción, sino un acompañamiento clásico.
Al día sólo le queda un aliento de púrpura profundo.
Pero incluso la noche se ve repelida por todo ello.
Una sola bailarina aletea con la magnificencia de una estrella del crepúsculo.
Ya se ve la luna, los perros aúllan
y la primera rata se escurre por el sumidero.
La noche está cayendo, los bailarines desaparecen con el día.
Y el prisionero, pobres ojos que miran sin ver,
el prisionero ya no puede sujetarse a la reja.
Cae en las entrañas de su oscura y húmeda tumba, un patético
puñado de harapos.
El ballet del crepúsculo ha terminado, pero el público no se irá a casa.
Tal vez él nunca volverá a casa.
[Traducción: Carmen Cepeda] publicado en Innisfree.
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