PARECE que en el Reino Unido siguen empeñados en aguarle la fiesta a la Reina Isabel II. En medio de la euforia generada por la celebración del 60 aniversario de su subida al trono, primero en Escocia, y ahora en Irlanda del Norte, se escuchan voces que amenazan con la escisión. En los últimos años sólo Gales ha tratado de mantener alejadas tales aspiraciones (quizá más consciente de su dependencia económica de Londres). Del caso escocés ya hemos dicho que, pese a las interesadas presiones de última hora de David Cameron o a las amenazas explicitadas por Alex Salmond, no queda claro el modo en que reaccionarían los mercados (Cameron insinúa que la mera duda perjudica al resto del Reino Unido), ni si ese 42% que apuesta por la separación defiende una independencia total de Westminster, o sólo una mayor autonomía a la hora de gestionar sus recursos energéticos, financieros y patrimoniales.
La sorpresa la ha dado ahora el número dos del Sinn Féin, Martin McGuinness, a quien recordarán como candidato a las Presidenciales de la República de Irlanda de finales de octubre que terminó ganando el poeta laborista Michael D. Higgins. Pues bien, el excomandante del IRA lleva unos días flirteando con la idea de convocar una especie de referéndum sobre las aspiraciones de los seis condados del Úlster (abarca nueve) que forman Irlanda del Norte a fin de poner a prueba su lealtad a la Corona. McGuinness desearía que en un futuro, quizá dentro de tres o cuatro años y una vez superadas las elecciones a la Asamblea de Irlanda del Norte, los norirlandeses volviesen su mirada y su corazón hacia el sur, hacia la República, hermana histórica, que no religiosa (en el norte casi la mitad de la población es protestante, a diferencia del sur, profundamente católico), del escindido y problemático Úlster.
Pero esa aspiración, que concuerda con los postulados del Sinn Féin, no parece fácil, dado que, además de la desconfianza que pueda generar el gobierno de Dublín en materia económica (pese a la constatada recuperación que parece haber emprendido el Éire), el peso de la memoria colectiva de un pasado de interminables enfrentamientos y disturbios ("the troubles") entre unionistas y republicanos, no parecen ponerlo nada fácil. Y es que allí, conflicto y reconciliación son dos términos difícilmente "reconciliables", como se puede comprobar incluso en la producción literaria de reconocidos escritores tanto de la República (Edna O'Brien podría ser un buen ejemplo), como del Úlster (Deirdre Madden o Bernard MacLaverty, entre muchos otros, adquirieron popularidad gracias a los debates sociales generados por sus novelas). Así pues, toca esperar.
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