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martes, 24 de septiembre de 2019

El cambio cosmético de Johnson para desatascar el Brexit - El Confidencial

Celia Maza.- Johnson baraja cambiarle el nombre al ‘backstop’, la salvaguarda legal para evitar una frontera dura en la isla de Irlanda, para desatascar las negociaciones del Brexit.

Allá por el mes de junio, un diputado ‘tory’ adelantaba lo que para él sería la estrategia clave para que Boris Johnson lograra cerrar un acuerdo de salida con la Unión Europea antes del 31 de octubre: “Será un 97% igual al pacto que tenemos ahora, pero se cambiará el nombre y punto. Boris tiene la habilidad para hacer eso”.

La clave está en rebautizar el polémico ‘backstop’, la salvaguarda diseñada para evitar que el Brexit pueda levantar una frontera dura entre Irlanda e Irlanda del Norte, hasta que se cierre un futuro acuerdo comercial. Se trata del principal escollo para que Londres y Bruselas firmen una separación amistosa.

“Lo importante ya te digo es llamar de distinta manera a lo que ya tenemos, rebautizarlo como ‘Acuerdo Boris’”, dijo el legislador ‘tory’ en una conversación ‘off the record’ con esta periodista durante las primarias del Partido Conservador, en las que otorgó tan solo "un 25% de posibilidades" de que Johnson lograra su objetivo.

Por aquel entonces era un escenario casi de ciencia ficción. El primer ministro arrancó con fuerza el verano y se enorgullecía al decir que estaba preparado para salir del bloque comunitario por las bravas con tal de no retrasar más el divorcio.

Sin embargo, la oposición y los ‘tories’ rebeldes en el Parlamento han logrado obligar al Gobierno a pedir una nueva prórroga si no hay pacto para el 19 de octubre, lo que ha dejado a Johnson con las manos atadas. Solicitar una extensión sería un suicidio político y negarse a cumplir la ley, un suicidio legal.

Por ello, estos días se vuelve a hablar de la posibilidad de que desde el Número 10 se busque negociar finalmente un pacto. Y para ello, Johnson ha decidido cambiarle el nombre al polémico ‘backstop’, razón principal por la que el acuerdo cerrado por la que fuera primera ministra Theresa May fuera rechazado hasta en tres ocasiones, forzándola a presentar su dimisión.

Rebautizado como “All-Ireland solution” (solución Toda Irlanda), el plan sería, en definitiva, regresar a la idea original que Londres y Bruselas discutieron al principio de este tortuoso proceso: aplicar el ‘backstop’ sólo a Irlanda del Norte.

Jugando con las fronteras

Desde el inicio de las negociaciones por el Brexit, tanto Londres como Bruselas han dejado claro que quieren evitar una frontera dura entre la República de Irlanda y la provincia británica de Irlanda del Norte. Aparte de los desafíos geográficos de la divisoria, también está la cuestión de la paz en el Ulster, que nadie quiere poner en riesgo. Inicialmente, May propuso “mover” la frontera al Mar de Irlanda. Pero el núcleo duro euroescéptico y los norirlandeses del DUP -de cuyo apoyo dependía el Gobierno- se le echaron encima.

La solución fue que el ‘backstop’, como quedó finalmente recogido en el acuerdo de finales de 2018, se aplique a todo el Reino Unido, hasta que se cierre un futuro pacto comercial con la UE. Esto dejaría a todo el país dentro de la unión aduanera, mientras que Irlanda del Norte permanecería además alineado en el mercado único, aunque sólo para bienes.

Esto resultó incluso más ofensivo para los euroescépticos, ya que eliminaba la posibilidad de negociar acuerdos comerciales con terceros, al fin y al cabo, uno de los grandes objetivos del Brexit.

El Gobierno británico quedó en un callejón sin salida. ¿Cómo abandonar el mercado único y la unión aduanera sin levantar una frontera dura en Irlanda? Se ha demostrado que las tres cosas no se pueden tener. Tiene que renunciar a algo.

A la casilla de salida

Ahora que Downing Street está contra las cuerdas, lo que se baraja -según medios británicos- es dejar a Irlanda del Norte en el sistema sanitario y fitosanitario (plantas) de la UE para evitar la necesidad de llevar a cabo controles fronterizos.

Esos controles son, con mucho, los más problemáticos ya que deben realizarse de manera sistemática y no aleatoria. Sin embargo, están lejos de ser el único obstáculo, ya que solo representan entre el 20-30% de los controles realizados hoy día en la frontera.

Para afrontar la inspección que se debería aplicar al resto de bienes, Johnson recurre a las llamadas “soluciones alternativas”, como una frontera controlada por medios electrónicos. Pero la tecnología necesaria aún no está desarrollada y, además, en el preacuerdo de diciembre de 2017, May se comprometió a que en la frontera no existiría ningún tipo de infraestructura, ya fueran puestos aduaneros completos o simples cámaras de seguridad.

De alguna manera, por lo tanto, se vuelve a la casilla de salida. Por mucho que ahora se quiera rebautizar “Ireland solution”, lo que el Número 10 estaría analizando sería aplicar el ‘backstop’ solo en Irlanda del Norte para que, hasta que se cierre un acuerdo comercial, se deje a la provincia alineada con las normativas comunitarias.
El candado norirlandés

La gran dificultad sigue siendo la de siempre: sacar adelante el acuerdo rebautizado en un Parlamento muy fragmentado en torno al Brexit. Los unionistas norirlandeses del DUP siguen teniendo un papel clave y para ganar su respaldo, el Gobierno británico podría proponer el llamado “candado Stormont” -que, por cierto, también fue planteado en su momento por May-.

Se trataría de que la Asamblea de Irlanda del Norte tuviera la última palabra para decidir si, mientras sigue temporalmente en el marco comunitario, debe cumplir o no las nuevas leyes europeas que se vayan aprobando. En definitiva, que fueran los propios norirlandeses los que decidieran cuánto quieren divergir de Gran Bretaña.

Pero, para ello, primero habría que restablecer la Asamblea de Belfast, que lleva suspendida más de dos años tras un escándalo de corrupción. Y la realidad es que si los norirlandeses rechazaran cualquier nueva regulación se correría el riesgo de colapsar todo el acuerdo.

Por otra parte, está la difícil tarea de convencer al ERG -núcleo duro de los 'tories' euroescépticos- para los que cualquier pacto nunca será igual que su deseado Brexit duro o, como ellos lo llaman, “Brexit limpio”.

El hecho de que parte de los euroescépticos más convencidos formen ahora parte del Gobierno -como el propio Jacob Rees-Mogg, en su día cabecilla de este grupo- podría dar cierto margen de maniobra teniendo en cuenta que, si no, la opción que queda es pedir una prórroga. Y eso sería la gran traición a sus bases.

La aritmética del Brexit

Pero, al final del día, la cuestión objetiva siempre son los números. Y si May no pudo sacar adelante su pacto cuando contaba con una “mayoría en la práctica” de 13 (contando con el DUP), ¿puede ahora Johnson obrar el milagro ahora que ha perdido holgadamente el respaldo de Westminster?

Las distintas deserciones de los últimos meses complican sobremanera las cosas al Ejecutivo, que la semana pasada echó además de la formación a 21 tories rebeldes por permitir que se aprobara la ley que impide ahora el divorcio caótico para el 31 de octubre.

La expulsión causó gran división en el ya roto Partido Conservador, por lo que se baraja ahora la posibilidad de admitirles de nuevo, una decisión que incrementa aún más los rumores de que Johnson está buscando apoyo para sacar un acuerdo adelante.

Habrá que ver, por tanto, si es cierto que la clave de éxito estaba en llamar de otra manera a lo ya conocido.

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