Desde Innisfree desarrollan la información de la siguiente manera: A lo largo de casi tres décadas, el escritor argentino Jorge Fondebrider ha visitado frecuentemente Dublín, buscando conocerla en sus menores detalles. Resignado una y otra vez a lo que se le permite conocer de una ciudad ajena a un extranjero, su relato refiere el conjunto de esos viajes y se adentra en la historia íntima de la capital de Irlanda, dando cuenta de sus diferentes ciclos y transformaciones, así como de sus usos y costumbres, sí retacear lo bueno ni mitigar lo malo. El resultado es una ciudad ¿traducida? al castellano, sí otra ficción que la que permiten la admiración, el cariño y la propia circunstancia. Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956) es poeta, ensayista y periodista cultural.
Aquí tenéis la reseña que el escritor José Manuel Benítez Ariza ha publicado en Los Diablos Azules, el suplemento literario de Infolibre:
En 500 palabras: ‘Dublín’, de Jorge Fondebrider
Hacia el final de este ensayo/guía se pregunta el poeta y traductor “si tiene un extranjero derecho a reclamar como suya a una ciudad en la que no vive”
La verdadera Irlanda, defiende el autor, debe más a sus músicos y poetas, y a sus gentes y tradiciones, que a las sobrevenidas oleadas de riqueza pasajera
José Manuel Benítez Ariza
Dublín, Jorge Fondebrider. Editorial Pre-Textos (Valencia, 2019).
Hacia el final de este ensayo/guía sobre Dublín se pregunta el poeta y traductor Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956) “si tiene un extranjero derecho a reclamar como suya a una ciudad en la que no vive”; lo que es una manera sutil de cuestionar el hábito un tanto abusivo por el que tantos escritores viajados se sienten autorizados a formular juicios temerarios y a menudo precipitados sobre lugares que sólo conocen a título de visitantes ocasionales.
Basta, sin embargo, la lectura de los capítulos que anteceden para que el lector se convenza de que Fondebrider no incurre en esa extralimitación. Su primera visita a Dublín, explica en el primero, venía precedida de “los libros que había leído, las músicas que había escuchado, las películas que había visto”. Vino luego la confrontación de esa imagen recibida con lo realmente vivido a lo largo de sucesivos viajes y mediante el trato con algunos escritores irlandeses. Y queda en medio todo un horizonte de curiosidad al que asomarse, como hace Fondebrider, pertrechado de nuevas lecturas que, si bien no terminan de responder todas las preguntas que el viajero llega a hacerse, si encaminan las posibles respuestas.
Más allá de esta pretensión indagatoria, no oculta Fondebrider el marco profesional y literario de sus viajes y la oportuna mediación, en su percepción de Irlanda, de los escritores locales que tiene como intermediarios, desde el polifacético y ubicuo Theo Dorgan, por ejemplo, a la melancólica Moya Cannon. Pero, allá donde otros hubieran optado por autorretratarse en su papel de interlocutor privilegiado de esos nombres prestigiosos, Fondebrider da un oportuno paso atrás y prefiere presentarse como un viajero humilde que rinde el debido homenaje a las querencias habituales del turista ocasional –lo hace, por ejemplo, en su nada pretenciosa, y por ello útil, introducción a los pubs y restaurantes de Dublín– y anima a otros a seguir sus pasos por su propio mapa personalizado de la ciudad, del que previamente ha querido excluir ciertos asentados tópicos –por ejemplo, el que insiste en las diferencias sociales entre el norte y el sur de Dublín– y algún que otro malentendido, fruto de la habitual falta de perspectiva histórica y cultural del visitante, que el poeta argentino salva con una serie de breves pero bien documentados capítulos sobre tales aspectos; sin excluir, por supuesto, las cuestiones de gran calado, tales como la secular pobreza irlandesa, parcialmente soterrada bajo los esplendores que trajo consigo el breve y engañoso intervalo de expansión económica y financiera en que el país llegó a ser conocido como “el Tigre Celta”; o la desmesurada, y quizá hoy menguante, influencia que sobre la vida irlandesa en general tiene la iglesia católica.
También hacia el final del libro formula Fondebrider su impresión de que el Dublín genuino, la verdadera Irlanda, deben más a sus músicos y poetas, y a sus gentes y tradiciones en general, que a estas sobrevenidas oleadas de riqueza pasajera. De no ser así, quizá, no hubiera merecido la pena escribir este libro.
Aquí tenéis la reseña que el escritor José Manuel Benítez Ariza ha publicado en Los Diablos Azules, el suplemento literario de Infolibre:
En 500 palabras: ‘Dublín’, de Jorge Fondebrider
Hacia el final de este ensayo/guía se pregunta el poeta y traductor “si tiene un extranjero derecho a reclamar como suya a una ciudad en la que no vive”
La verdadera Irlanda, defiende el autor, debe más a sus músicos y poetas, y a sus gentes y tradiciones, que a las sobrevenidas oleadas de riqueza pasajera
José Manuel Benítez Ariza
Dublín, Jorge Fondebrider. Editorial Pre-Textos (Valencia, 2019).
Hacia el final de este ensayo/guía sobre Dublín se pregunta el poeta y traductor Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956) “si tiene un extranjero derecho a reclamar como suya a una ciudad en la que no vive”; lo que es una manera sutil de cuestionar el hábito un tanto abusivo por el que tantos escritores viajados se sienten autorizados a formular juicios temerarios y a menudo precipitados sobre lugares que sólo conocen a título de visitantes ocasionales.
Basta, sin embargo, la lectura de los capítulos que anteceden para que el lector se convenza de que Fondebrider no incurre en esa extralimitación. Su primera visita a Dublín, explica en el primero, venía precedida de “los libros que había leído, las músicas que había escuchado, las películas que había visto”. Vino luego la confrontación de esa imagen recibida con lo realmente vivido a lo largo de sucesivos viajes y mediante el trato con algunos escritores irlandeses. Y queda en medio todo un horizonte de curiosidad al que asomarse, como hace Fondebrider, pertrechado de nuevas lecturas que, si bien no terminan de responder todas las preguntas que el viajero llega a hacerse, si encaminan las posibles respuestas.
Más allá de esta pretensión indagatoria, no oculta Fondebrider el marco profesional y literario de sus viajes y la oportuna mediación, en su percepción de Irlanda, de los escritores locales que tiene como intermediarios, desde el polifacético y ubicuo Theo Dorgan, por ejemplo, a la melancólica Moya Cannon. Pero, allá donde otros hubieran optado por autorretratarse en su papel de interlocutor privilegiado de esos nombres prestigiosos, Fondebrider da un oportuno paso atrás y prefiere presentarse como un viajero humilde que rinde el debido homenaje a las querencias habituales del turista ocasional –lo hace, por ejemplo, en su nada pretenciosa, y por ello útil, introducción a los pubs y restaurantes de Dublín– y anima a otros a seguir sus pasos por su propio mapa personalizado de la ciudad, del que previamente ha querido excluir ciertos asentados tópicos –por ejemplo, el que insiste en las diferencias sociales entre el norte y el sur de Dublín– y algún que otro malentendido, fruto de la habitual falta de perspectiva histórica y cultural del visitante, que el poeta argentino salva con una serie de breves pero bien documentados capítulos sobre tales aspectos; sin excluir, por supuesto, las cuestiones de gran calado, tales como la secular pobreza irlandesa, parcialmente soterrada bajo los esplendores que trajo consigo el breve y engañoso intervalo de expansión económica y financiera en que el país llegó a ser conocido como “el Tigre Celta”; o la desmesurada, y quizá hoy menguante, influencia que sobre la vida irlandesa en general tiene la iglesia católica.
También hacia el final del libro formula Fondebrider su impresión de que el Dublín genuino, la verdadera Irlanda, deben más a sus músicos y poetas, y a sus gentes y tradiciones en general, que a estas sobrevenidas oleadas de riqueza pasajera. De no ser así, quizá, no hubiera merecido la pena escribir este libro.
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