Artículo de La Brújula Verde .- En situaciones dramáticas suelen aparecer destellos de luz que despiertan o confirman la fe en la Humanidad por encima de consideraciones secundarias. Es lo que ocurrió a mediados del siglo XIX cuando el Imperio Otomano, a despecho de las dificultades internas que experimentaba y de las diferencias políticas, culturales y religiosas, se volcó en ayudar a una Irlanda azotada por la llamada Great Famine, la Gran Hambruna originada a causa de la pérdida de la cosecha de patatas por una plaga.
En 1845 se conjugaron en la isla británica una serie de factores que iban a influir en la coyuntura de tal manera que cambiarían su historia. Desde que el país había sido ocupado por los británicos en tiempos de Cromwell, la propiedad de la tierra estaba fundamentalmente en manos de terratenientes ingleses que tenían a los campesinos irlandeses contratados en régimen de aparcería (cesión de la habitación y explotación de una finca rústica a cambio de una parte de los beneficios). Ello suponía, en la práctica, que el cereal cosechado, sobre todo trigo, se entregaba a Inglaterra y los aparceros guardaban para consumición propia los productos de la huerta familiar.
¿Por qué? Porque éstos podían cultivarse hasta cuatro veces al año, garantizando así comida para las cuatro estaciones. Aunque hablemos en plural en realidad era la patata la que constituía la base de esas huertas, debido a su adaptación y resistencia a casi todo tipo de suelos y climas, de manera que ese tubérculo era el alimento básico de un tercio de la población irlandesa junto con el suero de leche y, ocasionalmente, algo de carne. Eso revela las duras condiciones de vida de aquellos campesinos, lo que, combinado con las leoninas condiciones legales (los contratos les impedían comprar, heredar y arrendar, al igual que el ser católicos les vetó el derecho al voto, a ocupar cargos políticos o vivir a menos de cinco millas de las ciudades hasta 1829), les ponía al borde del abismo al menor contratiempo.
Y éste llegó en forma de Phytophthora infestans, un hongo parásito que produce en las plantas lo que allí llaman late blight o potato blight y en español decimos tizón tardío o mildiú de la patata porque afecta a ésta especialmente. No había otros cultivos, ya que lo impedía la pequeñez de las huertas (de media 6 hectáreas en su mayoría, por eso se cultivaban tantas patatas, que requerían poco sitio), por lo que a la pobreza previa que sufrían ya de por sí los aparceros al no tener un salario se sumaba la dependencia del monocultivo de patata.
Con la plaga, presuntamente importada de América (el año anterior había arrasado México), los campesinos se quedaron sin su sustento y no podían usar el trigo, que salió indemne, porque era el pago para los terratenientes. Éstos ni siquiera fueron plenamente conscientes de la gravísima situación de los aparceros porque no cobraban personalmente sino a través de intermediarios que lo hacían de forma implacable a cambio de un porcentaje. De hecho, el gobierno británico minimizó las alarmantes noticias que llegaban aduciendo la tendencia a exagerar de los irlandeses.
Sin embargo, en 1846 Phytophthora infestans ya había destruido tres cuartas partes de las cosechas condenando a miles de familias a la indigencia. Tres de los ocho millones de irlandeses censados dependían totalmente de la patata, al fin y al cabo una planta introducida en el siglo XVII destinada los pobres, tanto para alimento como para su cultivo asalariado a muy bajo coste, y cerca de un millón de ellos pereció de inanición (o causas asociadas como el escorbuto, el cólera o el tifus, entre otras) en los cuatro años que duró, mientras que otro millón más tuvo que liar el petate y emigrar, sobre todo a EEUU (donde los hechos impulsaron el nacimiento de algunos grupos nacionalistas como la Hermandad Feniana).
Las apremiantes llamadas de urgencia de las administraciones irlandesas al gobierno británico exigiendo que se tomaran medidas igual que se haría si fuera Inglaterra la afectada (importación de maíz extranjero, prohibición de exportación de alimentos, empleo público…) cayeron en saco roto, pues el Parlamento sólo parecía abierto a obligar a los arrendadores a bajar los alquileres. Algunas voces que clamaron por aquella desidia, recordando que Irlanda formaba parte del Reino Unido y tenía derecho a un trato igual que los demás integrantes, acabaron procesadas y condenadas por sedición; fue el caso de John Mitchel o John Boyle O’Reilly, deportados.
Fue la beneficencia la que se puso manos a la obra, con noble esfuerzo de los cuáqueros frente a los evangelistas, que sólo daban comida a cambio de conversiones. El ejecutivo no reaccionó hasta que empezaron a brotar movimientos insurreccionales armados que, aunque fracasaron, sirvieron para concienciar de hasta dónde podía llegar a ser un problema aquel desastre. El primer ministro Robert Peel autorizó la compra de grano y harina de maíz que sólo fue un parche. Cuando intentó reformar las Corn Laws (Leyes de Cereales) para rebajar los aranceles importadores, le acusaron de atentar contra la iniciativa privada y tuvo que dimitir, aunque volvió a su puesto poco después y puso en marcha la medida.
No dio resultado y las cosas seguían empeorando, con lo que Peel cayó por segunda vez. Su sucesor, John Russell, era contrario al intervencionismo confiando plenamente en la autorregulación del mercado, así que suspendió la prohibición de exportaciones y los auxilios sociales (algunos miembros del gabinete opinaban que aquello era un castigo divino a los irlandeses), si bien puso en marcha un programa de obras públicas para emplear a la gente… que tampoco solucionó nada. Así llegó el nuevo año, 1847, en que se resolvió impulsar un plan de ayudas basado en una enmienda a la Irish Poor Law (Ley Irlandesa de Pobres) que obligaba a los propietarios a ayudar a los aparceros.
Esto último resultó contraproducente porque, amparados por las Cheap Ejectment Acts (Actas de Expulsión Barata), esos propietarios solventaron la cuestión del impago de rentas echando a sus arrendatarios; más de cien mil personas se quedaron sin hogar, especialmente en el este y sudeste. Todo este despropósito empezó a recibir críticas de la prensa, que ya identificaba a Inglaterra como co-responsable de la crisis porque, paralelamente importaba miles de toneladas de alimentos desde Irlanda: trigo, ganado, hortalizas, manteca y similares, dejando desprovista la isla.
Cabe aclarar que la insensible actitud de Russell no era únicamente hacia Irlanda; en 1848 Inglaterra misma y Gales fueron azotadas por una epidemia de cólera que afectó a setenta y dos mil personas sin que moviera un dedo. Por otra parte, los propios irlandeses mantuvieron una actitud pasiva, como si aceptasen su funesto destino con resignación, obviando los clásicos levantamientos que habría en otros sitios en tales circunstancias o desoyendo la campaña gubernamental para recurrir al pescado, por ejemplo. Algo que ya llamó la atención en su época y, así las cosas, no extraña que Londres no se percatara de la magnitud de lo que pasaba.
Fue entonces cuando esa insensibilidad del entorno quedó eclipsada por la iniciativa del sultán otomano Abdulmayid I. Nacido en 1823, llevaba en el trono desde 1839 sucediendo a su padre Mahmud II. El mandato de Abdulmayid fue casi revolucionario porque al poco de empezar a reinar promulgó el Edicto de Gulhané, una ley que otorgaba la igualdad a todos los ciudadanos del imperio al margen de su religión, continuando la labor en ese sentido iniciada por su progenitor y que en Historia ha sido bautizada como Tanzimat (Regulación), un período de modernización que trataba de poner a Turquía al nivel de Europa.
Buen ejemplo de ello fue la supresión de una anomalía de otra época, el cuerpo de jenízaros, pero sobre todo estaba el reconocimiento de los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como la incorporación de infraestructuras como el ferrocarril o el telégrafo y tecnología militar occidental. Lógicamente, un proceso así no resultaba barato y el imperio tuvo que pedir créditos a los bancos europeos, quedando hipotecado sin poder pagar las deudas, lo que llevó a que su economía fuera intervenida de facto por las potencias europeas.
Ése fue uno de los factores valorados por Rusia para deducir que el Imperio Otomano se descomponía y que podía pescar en río revuelto, aprovechando para intentar expoliar una salida al Mediterráneo para su flota en lo que constituiría el inicio de la Guerra de Crimea. Pero la contienda no se desataría hasta 1853 y, entretanto, la atención mundial se centraba en Europa por dos razones: una, la Revolución de 1848 que se desató en varios países del continente; la otra era la Gran Hambruna de Irlanda.
Conmovido ante aquella tragedia y a pesar de la situación por la que pasaba su propio país, Abdulmayid resolvió donar diez mil libras para ayudar a los campesinos irlandeses. Seguramente se quedó estupefacto al saber que el gobierno británico le solicitaba reducir esa cantidad a sólo mil porque la entregada por la reina Victoria era notablemente inferior, dos mil libras, y no resultaba adecuado que un mandatario extranjero superase a la soberana de la nación en generosidad.
Para evitar el conflicto diplomático, Turquía aceptó y fueron mil libras las que mandó a Irlanda. Pero eso en cuanto a dinero, porque Abdulmayid no quiso renunciar a la ayuda prometida y las otras nueve mil se invirtieron en fletar cinco buques con cargamentos de comida. Sorprendentemente, Londres trató de impedir el acceso de esa flota humanitaria a puertos británicos pero al final las naves atracaron en Drogheda. Ya hablamos de esta localidad del condado de Louth, provincia de Leister, en la costa noreste irlandesa, a medio centenar de kilómetros de Dublín, en el artículo dedicado a Arthur Aston.
Allí se descargó la mercancía que, al cambio de hoy, se calcula que tendría un precio de ochocientas mil libras aproximadamente (casi un millón de euros). Un episodio histórico tan poco conocido como insólito, teniendo en cuenta que, en esencia, se resume en que un país musulmán acudió al rescate de otro católico ante la ineptitud de un tercero anglicano y presbiteriano. En su honor, el escudo municipal de Drogheda (y el del equipo de fútbol local), incorporaron una media luna y una estrella.
Fuentes: Little known tale of generous Turkish aid to the Irish during the Great Hunger (Irish Central)/Historia de Irlanda (John O’Beirne Ranelagh)/Historia resumida de Irlanda (Bruce Gaston)/Yearbook of muslims in Europe (VVAA)/Breve historia del Imperio otomano (Eladio Romero García e Iván Romero Catalán)/Wikipedia
En 1845 se conjugaron en la isla británica una serie de factores que iban a influir en la coyuntura de tal manera que cambiarían su historia. Desde que el país había sido ocupado por los británicos en tiempos de Cromwell, la propiedad de la tierra estaba fundamentalmente en manos de terratenientes ingleses que tenían a los campesinos irlandeses contratados en régimen de aparcería (cesión de la habitación y explotación de una finca rústica a cambio de una parte de los beneficios). Ello suponía, en la práctica, que el cereal cosechado, sobre todo trigo, se entregaba a Inglaterra y los aparceros guardaban para consumición propia los productos de la huerta familiar.
¿Por qué? Porque éstos podían cultivarse hasta cuatro veces al año, garantizando así comida para las cuatro estaciones. Aunque hablemos en plural en realidad era la patata la que constituía la base de esas huertas, debido a su adaptación y resistencia a casi todo tipo de suelos y climas, de manera que ese tubérculo era el alimento básico de un tercio de la población irlandesa junto con el suero de leche y, ocasionalmente, algo de carne. Eso revela las duras condiciones de vida de aquellos campesinos, lo que, combinado con las leoninas condiciones legales (los contratos les impedían comprar, heredar y arrendar, al igual que el ser católicos les vetó el derecho al voto, a ocupar cargos políticos o vivir a menos de cinco millas de las ciudades hasta 1829), les ponía al borde del abismo al menor contratiempo.
Y éste llegó en forma de Phytophthora infestans, un hongo parásito que produce en las plantas lo que allí llaman late blight o potato blight y en español decimos tizón tardío o mildiú de la patata porque afecta a ésta especialmente. No había otros cultivos, ya que lo impedía la pequeñez de las huertas (de media 6 hectáreas en su mayoría, por eso se cultivaban tantas patatas, que requerían poco sitio), por lo que a la pobreza previa que sufrían ya de por sí los aparceros al no tener un salario se sumaba la dependencia del monocultivo de patata.
Con la plaga, presuntamente importada de América (el año anterior había arrasado México), los campesinos se quedaron sin su sustento y no podían usar el trigo, que salió indemne, porque era el pago para los terratenientes. Éstos ni siquiera fueron plenamente conscientes de la gravísima situación de los aparceros porque no cobraban personalmente sino a través de intermediarios que lo hacían de forma implacable a cambio de un porcentaje. De hecho, el gobierno británico minimizó las alarmantes noticias que llegaban aduciendo la tendencia a exagerar de los irlandeses.
Sin embargo, en 1846 Phytophthora infestans ya había destruido tres cuartas partes de las cosechas condenando a miles de familias a la indigencia. Tres de los ocho millones de irlandeses censados dependían totalmente de la patata, al fin y al cabo una planta introducida en el siglo XVII destinada los pobres, tanto para alimento como para su cultivo asalariado a muy bajo coste, y cerca de un millón de ellos pereció de inanición (o causas asociadas como el escorbuto, el cólera o el tifus, entre otras) en los cuatro años que duró, mientras que otro millón más tuvo que liar el petate y emigrar, sobre todo a EEUU (donde los hechos impulsaron el nacimiento de algunos grupos nacionalistas como la Hermandad Feniana).
Las apremiantes llamadas de urgencia de las administraciones irlandesas al gobierno británico exigiendo que se tomaran medidas igual que se haría si fuera Inglaterra la afectada (importación de maíz extranjero, prohibición de exportación de alimentos, empleo público…) cayeron en saco roto, pues el Parlamento sólo parecía abierto a obligar a los arrendadores a bajar los alquileres. Algunas voces que clamaron por aquella desidia, recordando que Irlanda formaba parte del Reino Unido y tenía derecho a un trato igual que los demás integrantes, acabaron procesadas y condenadas por sedición; fue el caso de John Mitchel o John Boyle O’Reilly, deportados.
Fue la beneficencia la que se puso manos a la obra, con noble esfuerzo de los cuáqueros frente a los evangelistas, que sólo daban comida a cambio de conversiones. El ejecutivo no reaccionó hasta que empezaron a brotar movimientos insurreccionales armados que, aunque fracasaron, sirvieron para concienciar de hasta dónde podía llegar a ser un problema aquel desastre. El primer ministro Robert Peel autorizó la compra de grano y harina de maíz que sólo fue un parche. Cuando intentó reformar las Corn Laws (Leyes de Cereales) para rebajar los aranceles importadores, le acusaron de atentar contra la iniciativa privada y tuvo que dimitir, aunque volvió a su puesto poco después y puso en marcha la medida.
No dio resultado y las cosas seguían empeorando, con lo que Peel cayó por segunda vez. Su sucesor, John Russell, era contrario al intervencionismo confiando plenamente en la autorregulación del mercado, así que suspendió la prohibición de exportaciones y los auxilios sociales (algunos miembros del gabinete opinaban que aquello era un castigo divino a los irlandeses), si bien puso en marcha un programa de obras públicas para emplear a la gente… que tampoco solucionó nada. Así llegó el nuevo año, 1847, en que se resolvió impulsar un plan de ayudas basado en una enmienda a la Irish Poor Law (Ley Irlandesa de Pobres) que obligaba a los propietarios a ayudar a los aparceros.
Esto último resultó contraproducente porque, amparados por las Cheap Ejectment Acts (Actas de Expulsión Barata), esos propietarios solventaron la cuestión del impago de rentas echando a sus arrendatarios; más de cien mil personas se quedaron sin hogar, especialmente en el este y sudeste. Todo este despropósito empezó a recibir críticas de la prensa, que ya identificaba a Inglaterra como co-responsable de la crisis porque, paralelamente importaba miles de toneladas de alimentos desde Irlanda: trigo, ganado, hortalizas, manteca y similares, dejando desprovista la isla.
Cabe aclarar que la insensible actitud de Russell no era únicamente hacia Irlanda; en 1848 Inglaterra misma y Gales fueron azotadas por una epidemia de cólera que afectó a setenta y dos mil personas sin que moviera un dedo. Por otra parte, los propios irlandeses mantuvieron una actitud pasiva, como si aceptasen su funesto destino con resignación, obviando los clásicos levantamientos que habría en otros sitios en tales circunstancias o desoyendo la campaña gubernamental para recurrir al pescado, por ejemplo. Algo que ya llamó la atención en su época y, así las cosas, no extraña que Londres no se percatara de la magnitud de lo que pasaba.
Fue entonces cuando esa insensibilidad del entorno quedó eclipsada por la iniciativa del sultán otomano Abdulmayid I. Nacido en 1823, llevaba en el trono desde 1839 sucediendo a su padre Mahmud II. El mandato de Abdulmayid fue casi revolucionario porque al poco de empezar a reinar promulgó el Edicto de Gulhané, una ley que otorgaba la igualdad a todos los ciudadanos del imperio al margen de su religión, continuando la labor en ese sentido iniciada por su progenitor y que en Historia ha sido bautizada como Tanzimat (Regulación), un período de modernización que trataba de poner a Turquía al nivel de Europa.
Buen ejemplo de ello fue la supresión de una anomalía de otra época, el cuerpo de jenízaros, pero sobre todo estaba el reconocimiento de los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como la incorporación de infraestructuras como el ferrocarril o el telégrafo y tecnología militar occidental. Lógicamente, un proceso así no resultaba barato y el imperio tuvo que pedir créditos a los bancos europeos, quedando hipotecado sin poder pagar las deudas, lo que llevó a que su economía fuera intervenida de facto por las potencias europeas.
Ése fue uno de los factores valorados por Rusia para deducir que el Imperio Otomano se descomponía y que podía pescar en río revuelto, aprovechando para intentar expoliar una salida al Mediterráneo para su flota en lo que constituiría el inicio de la Guerra de Crimea. Pero la contienda no se desataría hasta 1853 y, entretanto, la atención mundial se centraba en Europa por dos razones: una, la Revolución de 1848 que se desató en varios países del continente; la otra era la Gran Hambruna de Irlanda.
Conmovido ante aquella tragedia y a pesar de la situación por la que pasaba su propio país, Abdulmayid resolvió donar diez mil libras para ayudar a los campesinos irlandeses. Seguramente se quedó estupefacto al saber que el gobierno británico le solicitaba reducir esa cantidad a sólo mil porque la entregada por la reina Victoria era notablemente inferior, dos mil libras, y no resultaba adecuado que un mandatario extranjero superase a la soberana de la nación en generosidad.
Para evitar el conflicto diplomático, Turquía aceptó y fueron mil libras las que mandó a Irlanda. Pero eso en cuanto a dinero, porque Abdulmayid no quiso renunciar a la ayuda prometida y las otras nueve mil se invirtieron en fletar cinco buques con cargamentos de comida. Sorprendentemente, Londres trató de impedir el acceso de esa flota humanitaria a puertos británicos pero al final las naves atracaron en Drogheda. Ya hablamos de esta localidad del condado de Louth, provincia de Leister, en la costa noreste irlandesa, a medio centenar de kilómetros de Dublín, en el artículo dedicado a Arthur Aston.
Allí se descargó la mercancía que, al cambio de hoy, se calcula que tendría un precio de ochocientas mil libras aproximadamente (casi un millón de euros). Un episodio histórico tan poco conocido como insólito, teniendo en cuenta que, en esencia, se resume en que un país musulmán acudió al rescate de otro católico ante la ineptitud de un tercero anglicano y presbiteriano. En su honor, el escudo municipal de Drogheda (y el del equipo de fútbol local), incorporaron una media luna y una estrella.
Fuentes: Little known tale of generous Turkish aid to the Irish during the Great Hunger (Irish Central)/Historia de Irlanda (John O’Beirne Ranelagh)/Historia resumida de Irlanda (Bruce Gaston)/Yearbook of muslims in Europe (VVAA)/Breve historia del Imperio otomano (Eladio Romero García e Iván Romero Catalán)/Wikipedia
1 comentario:
Impresionante, pareciera que en España este ocurriendo algo similar. Los ciclos se repiten y los ciudadanos no importamos nada.
Excelente articulo.
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