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martes, 1 de septiembre de 2020

La Irlanda medieval según Víctor M. Renero Arribas

Ponemos un extenso artículo de Víctor M. Renero Arribas La Vanguardia, que refleja su opinión sobre la Irlanda Medieval:

Los textos de la epopeya medieval irlandesa tejen leyendas en las que se mezclan viejos dioses, reyes y héroes sobrenaturales de la Irlanda precristiana. Pero también nos hablan de historia. En sus líneas se refleja una Irlanda, la de los siglos I al IV de nuestra era, dividida políticamente en cinco grandes reinos. Tara, capital del reino de Míde, era la residencia del Ard Rí, el “soberano supremo”, y se confería a la ciudad cierto simbolismo sagrado.
Pero estos cinco estados, contemporáneos de la Roma imperial, no eran tan ajenos a ella como se tiende a pensar. Quedan evidencias de materiales de época romana en la isla y, gracias a la arqueología, se ha constatado la existencia de lo que parecen factorías romano-britanas en la costa este. Todo ello revela unos intensos contactos comerciales y una influencia de Roma que contradice el tópico de Irlanda como tierra bárbara aislada del mundo clásico.


Por otro lado, los saqueos de piratas irlandeses fueron frecuentes en la costa oeste de Britania durante el siglo IV. Los propios irlandeses adoptaron el término con que se les definía en galés, Gwyddyl, para denominarse a sí mismos. Se llamarían Goídil, gaélicos.

En la Alta Edad Media la sociedad irlandesa destacaba por su belicosidad


En la primera mitad del siglo V, coincidiendo con el colapso del poder romano en Britania, los irlandeses harán acto de presencia en la isla vecina no solo mediante rapiñas, sino también en forma de asentamientos permanentes. Grupos de colonos se instalarán en el norte y sur de Gales y en el sudoeste de Inglaterra, en lo que hoy son Cornwall y Devon. Posiblemente estos irlandeses tomaron ya contacto con los primeros cristianos llegados a Britania desde el continente. Y el primitivo sistema de escritura irlandés, conocido como ogham y desarrollado a partir de modelos latinos, podría ser fruto de estas relaciones.

A mediados de siglo, en los tiempos en que san Patricio desarrollaba su labor misionera, la isla sufrió un drástico cambio que acabaría con la Irlanda de los cinco reinos. Un noble del reino de Connachta, Niall Noígiallach, invadirá a su vecino del norte, el reino de Ulad. Parte de sus habitantes, por cierto, se verán obligados a cruzar el canal, instalándose en la costa noroeste de Britania. Serán los fundadores del reino de Dál Riata, germen de la futura Escocia gaélica.


Niall fundaría su propia dinastía, que se hizo con la soberanía suprema de Irlanda en Tara. La isla quedó entonces dividida en dos. Al norte se encontraba el Leth Cuinn, los dominios de los Uí Néill, la dinastía de Niall. Y al sur el Leth Moga, patrimonio de la dinastía de los Eogannacht de Mumu. A partir de ese momento ambos territorios mantendrán una dura pugna.





Reconstrucción de una antigua iglesia irlandesa.
Reconstrucción de una antigua iglesia irlandesa.
David Hawgood / CC BY-SA-2.0

Tribus guerreras

La guerrera sociedad irlandesa de la Alta Edad Media estaba estructurada en torno a dos instituciones: la fíne y el tuath, dos términos con una definición realmente confusa. La fíne era una unidad que englobaba a cinco generaciones de descendientes de una misma familia por la línea masculina. Dentro de ella existían diversos grados, de los que el más importante era la derbfíne, “familia verdadera”, descendientes con el mismo bisabuelo común, que poseían su propios territorios, leyes y representantes en las asambleas. La fíne convivirá con otra institución aún más oscura, al menos en sus inicios: el clan. Con el tiempo, este acabará englobando a la fíne, sobre todo en Escocia. 


El tuath, pueblo, era una institución vinculada al territorio y formada por diversas familias emparentadas entre sí. Nos encontramos ante tribus autónomas, con rey propio, pero dependientes de un reino superior, el cóiced, a cuyo soberano pagaban o no impuestos en función del parentesco que les unía con él. Los tuath llegaron a ser muy numerosos, se calcula que en el siglo VIII había cerca de 150, y algunos fueron realmente poderosos.

De entre los nobles surgía la figura del rey, de carácter electivo


La aristocracia guerrera, que constituía el grupo dominante de la sociedad, poseía además otros vínculos entre sí. Por ejemplo, el del altram, o adopción. Consistía en la educación de los hijos de los nobles de menor rango en la casa de sus señores. Los lazos establecidos entre padres e hijos adoptivos eran muy estrechos, de tal forma que el hijo debía obedecer a su padre adoptivo, protegerle y procurarle los necesarios cuidados en su vejez.

De entre los nobles surgía la figura del rey, de carácter electivo, aunque siempre dentro de una misma derbfíne. En realidad, se trataba de descubrir a la persona más digna para ocupar el cargo, algo similar a lo que los monjes tibetanos llevan a cabo para designar al lama. El sistema era causa frecuente de luchas e incluso guerras. Al rey se le confería un carácter sagrado y una estrecha vinculación con el reino, parecida a la del marido con su esposa.


El triunfo cristiano

La tradición hace recaer el peso de la evangelización de la isla, a mediados del siglo V, en san Patricio, hoy patrón de Irlanda y auténtico icono del cristianismo local. Sin embargo, sabemos que desde principios de siglo misioneros procedentes del continente habían iniciado esa tarea.





Vidriera que representa a San Patricio en Ohio
Vidriera que representa a San Patricio en Ohio
Nheyob / CC BY-SA-3.0

San Patricio relata en sus escritos sus orígenes como hijo de un diácono y nieto de un sacerdote pertenecientes a la nobleza local de un poblado britano-romano. Secuestrado por piratas irlandeses, fue llevado como esclavo a la isla, pero logró huir y se consagró a la Iglesia. Se formó como clérigo probablemente en el continente, y acudió de nuevo a Irlanda llamado por algunos de sus habitantes.

Pronto inició la evangelización de quienes habían sido sus amos. Centró su actividad en el noroeste de la isla, y fomentó la vía monástica. El monasticismo se desarrolló en Irlanda con una fuerza insólita. El fenómeno se expandió fuera de la isla y empezó a ejercer una poderosa influencia en el resto de la Europa cristiana.

Llegan los vikingos

En 795 algo iba a cambiar. En ese año, un contingente de vikingos noruegos saquea diversos monasterios de la costa noroeste y oeste de Irlanda. La presencia vikinga, que se mantendrá hasta el siglo X, ha ido asociada siempre a la destrucción y el despojo de los ricos centros monásticos irlandeses. Pero se olvida que estos lugares también sufrieron asaltos de los monarcas locales, como también que los vikingos dejaron una importante huella económica y cultural en la isla.

Durante los primeros cuarenta años desde su aparición, los vikingos noruegos atacaron las poblaciones y monasterios costeros sin adentrarse más de treinta kilómetros en el interior. Sin embargo, a mediados del siglo IX ya se hicieron frecuentes las incursiones tierra adentro. Pronto los saqueos esporádicos dejaron paso a los primeros asentamientos, bases estables de sus expediciones, pero también objeto de ataques por parte de los irlandeses. No hubo una oposición irlandesa unificada contra los recién llegados, que incluso participaron en las querellas entre reyes locales.

Pronto se inicia el declive de los vikingos, fruto, por un lado, de la presión de los irlandeses y, por otro, de las disputas entre daneses y noruegos por el control de los enclaves de la isla. A ello contribuyó también el mayor interés suscitado por Gran Bretaña e Islandia.

En 902 los vikingos fueron expulsados de Dublín y su presencia se oscureció hasta pasados doce años, cuando una nueva flota vikinga hace su aparición en Waterford, ataca Laiginn y Mumu, recupera Dublín y derrota a los reyes irlandeses. Pero ese será el último destello de los hombres del norte, especialmente de los soberanos vikingos de Dublín, uno de los puertos más ricos de la Europa occidental de la época, que llegaron a extender su poder sobre Waterford, Limerick e incluso el reino de York en Gran Bretaña.





Representación de un 'drakkar', típica embarcación vikinga.
Representación de un 'drakkar', típica embarcación vikinga.
Dominio público

A partir de mediados del siglo X la importancia política de los vikingos menguará definitivamente. Sin embargo, la isla conservará un notable legado económico, como la acuñación de moneda o la expansión del comercio, y cultural, con la introducción de nuevos estilos artísticos. El centro más importante de este crisol estético será el monasterio de Iona, donde se fundirán las aportaciones irlandesa, picta, anglosajona y escandinava.

Irlanda unida

El final de la Alta Edad Media en Irlanda coincide con el primer intento de unificación política efectiva y real de la isla. Fue de la mano de Brian Boru. La presencia vikinga y la presión de los Uí Néill del norte habían deteriorado parte del antiguo poder de la dinastía sureña del Leth Moga, lo que favoreció el ascenso de dinastías locales. 





Representación de Brian Boru datada del siglo XVIII.
Representación de Brian Boru datada del siglo XVIII.
Dominio público

Fue el caso de los Dál Cais, que controlaban la estratégica cuenca del río Shannon. En 951, uno de sus reyes, Mathgamain, logró ampliar su órbita de influencia hasta dominar incluso los asentamientos vikingos de Waterford y Limerick. Su hermano Brian Boru se coronó rey de una fracción del sur, pero en cuestión de diez años ya había extendido su poder por la totalidad del antiguo Leth Moga.

El paso siguiente fue su enfrentamiento con los reyes de Tara, soberanía suprema de Irlanda, que ostentaban los Uí Néill, a los que logró vencer en el año 1002. Brian Boru remató su ascenso proclamándose tres años después “emperador de los irlandeses”.

Su tarea unificadora fue percibida como una amenaza por las dinastías locales de Laiginn y los reyes vikingos de Dublín, que forjaron una alianza. Junto con refuerzos procedentes de los asentamientos vikingos en la isla de Man, se alzaron contra Brian Boru. Este los derrotó en la batalla de Clontarf, en 1014, pero murió en la contienda.





Brian Boru dirigiéndose a su ejército antes de la batalla de Clotarf.
Brian Boru dirigiéndose a su ejército antes de la batalla de Clotarf.
Dominio público

Con el fin de Brian Boru, los Uí Néill volverían a hacerse con la soberanía suprema, aunque pronto el título perdió su efectividad política. Siglo y medio después, el rey inglés Enrique II iniciaba la invasión de las costas de Irlanda, lo que abrió las puertas a un lento proceso que terminaría con las estructuras sociales y políticas de los gaélicos.

Este artículo se publicó en el número 480 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

4 comentarios:

Naif dijo...

Muchas gracias por la mención.
Víctor M. Renero Arribas

Alias dijo...

Gracias a ti Víctor, por el interesantísimo artículo y por tener la deferencia de comentar en el blog.

Un saludo!.

Naif dijo...

Quizá te interesen estos libros que publiqué sobre Irlanda y el mundo celta.

Renero Arribas, V.M (1999): "Diccionario del mundo celta", Alderabán, Madrid.

Renales, J., Renero V.M y Ortiz, P.(traductores): "Cuentos medievales irlandeses", Toxosoutos, Noia.

También tengo cosas irlandesas en mi blog: la torre de armor

Alias dijo...

Pues la verdad es que se agradece la información, de uno de los dos títulos sí tenía constancia, el otro no lo tenía visto.

No dudes que echaremos algún vistazo al blog que citas.

Un saludo!.