Desde El País, Laura Fernández desarrolla la información de la siguiente manera:
Erin, la inflamable protagonista de la divertidísima y brillante Derry Girls (Netflix), quiere ser escritora. Tiene en su cuarto un póster de Angela Lansbury – nunca se pierde Se ha escrito un crimen – y otro de The Cranberries, porque probablemente no hay nadie en Irlanda a quien admirar más que a Dolores O'Riordan, la única chica de barrio irlandés de fama casi mundial.
Estamos en los noventa, en algún tenso momento del llamado conflicto de Irlanda del Norte, en un instituto católico para chicas en el que, como en cualquier otro instituto del mundo, cada día se libran batallas a las que se sobrevive de milagro, con la particularidad de que la violencia real que rodea a las protagonistas se traduce en ácida y salvaje dialéctica en las aulas.
La política está presente como algo que no sólo no ayuda sino que estropea todo lo que toca. A los derrynianos les resulta agotadora: cualquier aviso de bomba paraliza el país entero durante un maldito día, y, ¿significa eso que las niñas no podrán ir al colegio? “¡Las he aguantado todo el verano!”, clama la madre de Erin en un primer capítulo enmarcable por la narración a través del diario de la propia Erin.
Y eso la hace francamente actual. ¿Acaso hay país en el mundo en el que la política no se haya convertido en un problema añadido? El miedo de su creadora, Lisa McGee – que está contándose a sí misma a través de Erin –, a que nada de lo que había vivido fuese universal, estaba más que infundado, probablemente contaminado por la identidad en negativo que Inglaterra les ha obligado a construir.
Afortunados los espectadores del siglo XXI, que no sólo podemos disfrutar de una delicia punk como Derry Girls – auténtica hasta decir basta: sus dos actrices principales son, en realidad, chicas del mismo instituto del que hablan – sino descubrir que uno de los secretos mejor guardados del Reino Unido es el sentido del humor descaradamente anti-british de Irlanda del Norte.
Erin, la inflamable protagonista de la divertidísima y brillante Derry Girls (Netflix), quiere ser escritora. Tiene en su cuarto un póster de Angela Lansbury – nunca se pierde Se ha escrito un crimen – y otro de The Cranberries, porque probablemente no hay nadie en Irlanda a quien admirar más que a Dolores O'Riordan, la única chica de barrio irlandés de fama casi mundial.
Estamos en los noventa, en algún tenso momento del llamado conflicto de Irlanda del Norte, en un instituto católico para chicas en el que, como en cualquier otro instituto del mundo, cada día se libran batallas a las que se sobrevive de milagro, con la particularidad de que la violencia real que rodea a las protagonistas se traduce en ácida y salvaje dialéctica en las aulas.
La política está presente como algo que no sólo no ayuda sino que estropea todo lo que toca. A los derrynianos les resulta agotadora: cualquier aviso de bomba paraliza el país entero durante un maldito día, y, ¿significa eso que las niñas no podrán ir al colegio? “¡Las he aguantado todo el verano!”, clama la madre de Erin en un primer capítulo enmarcable por la narración a través del diario de la propia Erin.
Y eso la hace francamente actual. ¿Acaso hay país en el mundo en el que la política no se haya convertido en un problema añadido? El miedo de su creadora, Lisa McGee – que está contándose a sí misma a través de Erin –, a que nada de lo que había vivido fuese universal, estaba más que infundado, probablemente contaminado por la identidad en negativo que Inglaterra les ha obligado a construir.
Afortunados los espectadores del siglo XXI, que no sólo podemos disfrutar de una delicia punk como Derry Girls – auténtica hasta decir basta: sus dos actrices principales son, en realidad, chicas del mismo instituto del que hablan – sino descubrir que uno de los secretos mejor guardados del Reino Unido es el sentido del humor descaradamente anti-british de Irlanda del Norte.
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