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Céad míle fáilte!


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Poesía en el proceso de paz y en el posconflicto en el Norte de Irlanda

Desde el Festival internacional de poesía de Medellín publican el siguiente artículo de Kate Newman - especial para Prometeo

Intervención en la II Cumbre Mundial de la Poesía por la Paz y la Reconciliación de Colombia

¿Dónde empieza la poesía en nuestras vidas? Mi propia poesía empezó con mi madre, quien podía recitar Oda a un ruiseñor de Keats completo de memoria, cuando se había bebido una copa del vino apropiado. Y, dado que yo era una bebé que no dormía, mi padre me cargaba a la hora de dormir y me cantaba. Era conocido por su canto desafinado. Sólo tenía dos canciones – la que era basada en el niño pobre que llegó a ser Alcalde de Londres. Esta la inventó el mismo y consistía de lo siguiente:

Gire de nuevo Whittington, Lord Alcalde de Londres
Gire de nuevo, Whittington, tres veces Alcalde de Londres,

lo cual repetía y repetía en una voz monótona.
El otro poema era mucho más interesante:

Merseydotes and doseydotes and littlelamsey divey,
a kiddely divey doo wouldn’t you?

Lo cual era en realidad
Las lleguas comen avena (Mares eat oats)
Y ciervas comen avena  (And does eat oats)
Y corderos comen hiedra  (And little lambs eat ivy)
El chivo también come hiedra  (A kid will eat ivy too)
¿Tú no lo harías?  (Wouldn’t you?)

Mi padre tiene alzheimers y no recuerda haberme cantado en su vida.

Fui lectora precoz, así que ya me sabía el canon inglés de canciones de cuna antes de ir al colegio. Son realmente muy macabras – llenas de violencia oculta que niños perciben. Como, por ejemplo,

Pájara, pájara, vuela a su hogar (Ladybird, ladybird, fly away home) Tu casa está en llamas,   (Your house is on fire,)
Tus hijos están solos    (Your children all gone)

y

 Canta un canción de seis peniques  (Sing a song of sixpence)
Un bolsillo lleno de centeno  (A pocket full of rye)
Cuatro y veinte mirlos  (Four-and-twenty blackbirds)
Horneados en un pastel   (Baked in a pie)
lo cual no se arregla con el hecho que cuando el pastel se abre, los mirlos empiezan a cantar.

A pesar del elemento horrífico, si no nos encontramos con lo lunático del lenguaje, las rimas, el ritmo, lo fuera de lo normal, cuando somos jóvenes, es posible que nunca lo encontraremos, y la poesía permanecerá como algo que inspira dudas: por lo cual tanta gente dice que no entiende la poesía.

En el colegio, se trazaba una falsa demarcación. Escribí una canción de “country” cuando tenía nueve años. Estaba llena de muchachos con lasos y muchachas en faldas con encaje, y todo tipo de “necedades”. Y rimaba. Había un verso en que donde decía “Ella yacía ahí en la cama y se sentía bien”  (She lay there on the bed feeling good) y rimé eso con la palabra para “comida” (good/food). Mi profesor se escandalizó, y me devolvió la canción, diciendo que era basura. Sí teníamos himnos. Nos permitían cantar himnos, y quizás sacamos nuestra alimentación poética de esos himnos.

Asistí a una secundaria de los quakers. Tenía alumnos asiáticos internos que vivían en el colegio y una mezcla saludable de protestantes y católicos. La mayoría de los profesores no tenían tiempo para poesía y semejantes asuntos, y lo hacían saber. Otros se sentían menos amenazados por poesía como la de Patience Strong:

El único cambio que de verdad se siente,
será un cambio de corazón y mente --
que te dirige y alista 
para aquella hermosa vista.

Inofensivo, y en rima. Había un profesor a quien la palabra y su poder le importaban apasionadamente. Pero le dio un ataque nervioso y dejó de enseñar.

Uno pensaría que la Universidad de Cambridge sería un paraíso para la palabra, pero era un contexto extremadamente competitivo y la cantidad de trabajo era excesivo. Nos dieron una semana para leer el Paraíso perdido de Milton, así que mis compañeros leyeron crítica sobre la obra en vez de leer el poema.

Si a los veinte y tres años no has engendrado en ti misma un amor por la poesía, es posible que nunca ocurrirá – y quizás nunca serás capaz de permitir su poder.

Los setenta y los ochenta fueron una época peligrosa para vivir en el Norte de Irlanda. Había carrobombas, asesinatos y muerte. Mi primer trabajo fue de investigadora en una serie de programas para la BBC Norte de Irlanda, dirigida por Carlo Gebler, escritor e hijo de la novelista Edna O’Brien. El trabajo se radicaba en su mayor parte en Enniskillen, el pueblo principal de Fermanagh, y en sus alrededores, y esta zona era desconocida para mí. Quedaba cerca de la frontera con la República de Irlanda y para poder hacer cualquier cosa se tenía que adoptar muchas estrategias extrañas. Hubo un tiempo en que tenía que viajar en un bus de colegio, en el cual por mitad del año los alumnos protestantes se sentaban en la parte de adelante y los católicos en la parte de atrás, y por la otra mitad del año los católicos adelante y los protestantes atrás. La ruta que el bus tomaba cruzaba la frontera con la República de Irlanda mínimo cinco veces en cada viaje. Un joven, un protestante, me contó que llevaba siete años viajando en ese bus – una hora de ida y otra de vuelta – y que durante todo ese tiempo nunca le había hablado a un católico. Ambos los bebes católicos y los protestantes nacían en el mismo hospital, pero después de eso asistían jardines infantiles diferentes, colegios diferentes, bachilleratos diferentes e iglesias diferentes. Era asombroso pensar que la única vez que algunos de ellos volverían a compartir una institución sería en el caso de un hospital o una institución mental. Esta segregación forzada de la gente hacía que la poesía fuera irrelevante en general. La tradición católica nacionalista si fue preservada en música, pero aquí también existía la segregación.

Trabajé con una familia que, una vez cuando los papás habían salido, fue visitada por hombres armados. La madre me contó que los periódicos  habían mentido al escribir que estos hombres habían amenazado a su hija de siete años. Pero si habían amenazado de dispararle al hijo de once años. Lo que no se había mencionado en el periódico era que cada día, volviendo del colegio, la niña de siete años, al tener que caminar una calle larga, se orinaba del susto pensando en lo que se iba a encontrar.  Este dato no le sirvió a los medios, pero sí es trágico. La niña desarrolló un problema crónico en los riñones. Sería locura hablar del poder de la poesía para sanar en esta instancia.

Muchas instituciones intentaban hacer una contribución positive a las vidas de la gente de Norte de Irlanda – la Universidad de Stanford era una de ellas. Pagaron para que algunas personas viajaran a Stanford en los Estados Unidos para participar en el proyecto HOPE, donde sus narrativas fueron escuchadas en un contexto de taller terapéutico, y fueron generosamente recibidos por las familias de los profesores. Su efectividad duradera fue limitada,  como es el caso de tantos proyectos de buenas intenciones (como el Centro de Reconciliación Corrymeela). En el caso de Corrymeela, gente joven de Belfast de ambas religiones los invitaban para pasar tiempo juntos allá. Era un sitio hermoso al lado del mar y sí se construyeron amistades ahí – hasta algunos se enamoraron. Pero el momento que se bajaban del bus en Belfast, terminaban el contacto y la comunicación.

El proyecto HOPE sacó un libro de entrevistas con personas cuyas vidas habían sido devastadas. Había una madre cuyo hijo, un policía, lo habían llamado bajo un falso pretexto y lo habían asesinado.  Toda la historia de su vida antes y después volvía a ese momento.  Había una mujer excepcional cuyo hijo era uno de los desaparecidos, y eventualmente lo encontraron en un barranco. Después de tanto tiempo de dolorosa espera, más de veinte años, lo único que pudo decir fue “lo conocí por sus zapatos.” Había otra mujer cuyo hijo había estado sirviendo pescado con papas cuando lo mataron por equivocación. Había un hombre tan destruido emocionalmente que su monologo leía, con todos sus horrores, como una obra de teatro de Beckett.

Me he preguntado muchas veces qué fue lo que el proyecto HOPE realmente logró.  Quizás Católicos y Protestantes juntos en un sitio escuchando las historias del otro fue una victoria, pero me pareció a mí que existía una intransigencia y casi un acuerdo silencioso para que no se encontraran nunca del todo los dos lados. Una mujer joven, cuyo hermano había sido asesinado cuando iba para el trabajo, parecía suave, razonable, lúcida. Luego, dijo de repente, “En el velorio de mi hermano, alguien tocó la puerta. Era un hombre católico, diciendo que lo sentía mucho. Me dio una rabia, y le tiré la puerta en la cara.”
Era evidente que la poesía estaba lejos de tocar esta gente, y aunque lo que dijeron fue muy poético en muchos casos, que fuera poético no les sirvió de ningún consuelo.

Trabajé como escritora visitante en un centro de salud donde, entre los otros recursos, estuve en contacto con la Unidad de Adicciones y con tres Unidades Psiquiátricas, una de las cuales era para internados. Es verdad que estos recursos habían existido antes de 1969 (cuando yo tenía cuatro años y cuando empezó el conflicto), pero en 2004 me encontré con mucha gente destruida, a menudo por un contexto urbano hostil. Me esforcé para traerle normalidad y diversión al trabajo, en vez enfocarnos en lo negativo. En vez de escribir acerca de la depresión, por ejemplo, escribíamos acerca de la gravedad. Pintábamos tarjetas y mientras las pintábamos hablábamos del color. Un ex-soldado dijo, “Necesito un color para la añoranza.”

Nosotros, con la ayuda de otra gente en las artes, organizamos un concierto. La gente bailó, leyó su poesía, había instrumentos musicales, y me asombró que pudimos hacer algo coherente desde tanta fragmentación. Sacamos una antología de escritos de pacientes, llamada La gente no puede llorar en la luna, un título que ellos mismos le pusieron. La poesía fue increíble – muy fina dadas las experiencias en la que estaba basada:

Ver el reflejo de un fuego aún no contenido en una ventana una noche oscura.
Montar mi bicicleta en la nieve Noche Buena.
Encontrar cerveza en la floresta con mi hermana…

Mi madre, la escritora Joan Newman, trabajó un tiempo corto en la cárcel Maze, con prisioneros lealistas y republicanos, los últimos en el famoso bloque H. Muchos de los prisioneros estaban interesados en escribir. Bobbie Sands, el famoso miembro de la IRA que murió en la cárcel por huelga de hambre, fue uno de estos. Desafortunadamente, al taller de mi madre le tocó competir con un señor maravilloso que daba charlas acerca de cómo pescar. El anzuelo de estar parada sobre la ribera de un río una noche cálida de verano contrastaba fuertemente con el pequeño salón triste con sus ventanas pintadas de gris. Un preso escribió: Lo único que tengo es el cielo que cabe en un pocillo.

Le asombró a mi madre que ellos tuvieran sus trabajos escritos a máquina y en carpetas, y que sus vidas las habían organizado hasta donde fuera posible. Era muy democrática la cosa -- si uno no les gustaba, o ellos pensaban que uno no les estaba dando lo suficiente – simplemente no la volvían a contratar.  Un prisionero recuerda estar de niño en su habitación en el segundo piso, y que apenas tenía la altura para ver a los otros niños mientras jugaban y hacían un muñeco de nieve. Se acuerda como lloraba para estar con ellos, y que sus padres le decían, “Eres demasiado pequeño todavía. Eres demasiado pequeño. No puedes salir. Eres demasiado pequeño. No puedes salir.” Los recuerdos derretidos, ya vueltos palabras por el tiempo que les pesaba a todos en ese sitio. Otro preso escribió lo que parecía una serie de acotaciones para un película francesa en blanco y negro.  “Recuerdo estar de pie en una estación de trenes cuando tenía tres años. Lucía un abrigo de lana de Donegal con un cuello de terciopelo, y medias que me llegaban hasta los tobillos La estación era techada en vidrio y había vigas. Las palomas se posaban sobre las vigas, pero al estar las vigas tan cerca del vidrio, ellas tenían que dejarse caer para poder abrir las alas. Tenían que caer antes de volar.”

Me parece sano que desde estos recuerdos es imposible identificar cuál era el prisionero católico y cuál el protestante. Esta anécdota tiene una posdata triste. El preso que escribió acerca de las palomas también escribió un guion de teatro para dos voces que fue leído en un Centro Artístico importante. Al salir de la cárcel – muy poco después, se suicidio. Esto indicaría que la poesía – y él era poeta – no lo salva a uno.

Durante la época del conflicto, muchos escritores escribieron acerca de lo que han sido testigos. En mi opinión, quizás con la excepción de Padraic Fiacc, queda claro que no ha sido su mejor poesía. En el caso de él, escribió poesía aguda y de valentía. Algunos poetas sintieron que no era su deber documentar, en ese momento particular, lo que todos estábamos viviendo: quizás no estaban preparados para hacerlo; quizás no eran capaces de hacerlo; quizás para ellos era muy pronto; quizás pensaban que la poesía no tenía riendas para servir agendas políticas como lo había hecho en la Rusia de Lenin. A Seamus Heaney lo criticaron por irse del Norte de Irlanda para vivir en la República de Irlanda. Sus críticos hicieron parecer que estuviera pasando al otro lado – que estuviera huyendo – y que él y su familia debieron haberse quedado en el norte y arriesgado que los mataran como el resto de nosotros. En las pocas ocasiones que trató de darle gusto a estos críticos sus intentos chillaban o eran torpes, y no fue hasta mucho después, con el libro Nivel de espirito (Spirit Level), que logró integrar la complejidad de sus sentimientos en verdaderos poemas de Heaney. Quizás estos poemas cargan ese potencial de sanar que todos quisiéramos que fuera posible. 

Yo sí creo que sea posible. A razón de esta creencia, en 1999 establecimos la imprenta Summer Palace Press, la cual ha publicado cuarenta y tres libros de autores de distintas creencias. De este proyecto nacieron las reuniones cada dos semanas en nuestra casa en Donegal, con entrada gratuita, donde hay comida gratis, y todos son bienvenidos a escribir y leer sus trabajos. A veces teníamos hasta cuarenta y cinco personas en nuestra sala (como dice un proverbio siciliano –Una casa es tan grande como quiera su dueño.) Un poeta diferente coordinaba cada sesión. Se volvieron acontecimientos extraordinarios – una celebración de lo positivo y una afirmación del poder de poesía buena. Nunca se calló ni se auto-censuró a nadie por ser quien era. Cuando la gente se iba al fin del día, existían nuevas amistades y el milagro era que estas reuniones introducían la sensación de posibilidad. Posibilidad.

Lo posibilidad que podemos hacer que lo que queremos ocurra es algo que tenemos que transmitirle a los niños. El currículo escolar no los incita a pensar, y menos a expresarse poéticamente. ¿Cómo se acostumbrarían a esta nueva manera de cumplir logros?

He facilitado como escritora creativa en programas para la capacitación de maestros y en colegios en Irlanda, norte y sur, por los últimos diez años, y quizás porque estamos hablando de Irlanda, he encontrado que la gente está en la poesía y la poesía está en la gente. Siento que esto es verdad de los colombianos también.
Los niños me han asombrado en lo que han tenido para decir. Y a veces la maestra ha tenido que conceder que sus propias habilidades poéticas no alcanzan las del niño sentado en la primera fila quien lo han diagnosticado con dislexia y quien supuestamente ha sido imposible alfabetizar.

Vi un perro clavado al agua.
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Mi papi mató a dos conejos con una bala.
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El recuerdo del amor te erosionará eternamente.
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El árbol de cedro dice: Te cambio la protección que doy por tu compañía.
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Soy el día la bomba le arrancó el corazón a Omagh.
Soy el segundo antes que murió mi amigo, antes que un pedazo de mí murió.
Soy el mundo computador que está abierto para mí.
Soy la brevedad de la vida.
Soy la tierra pequeña y el espacio inmenso.
                        -
Será que podríamos tener una vela que hay un montón de oscuridad aquí abajo.

Es aquí que la poesía puede sorprender con su verdad; ira más allá del pensamiento lineal; dar brincos fuera de lo ordinario y lo opresivo; puede decirnos como somos; decirlo como es, se puede arriesgar; puede unirse en la celebración de los Milagros que somos.

Como dice Héctor Abad, confiar que la poesía haga la diferencia, “puede parecer una idiotez… Pero ¿por qué no? ¿Qué más nos queda?”

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