La cinta 71' está dando bastante que hablar, y por ese motivo vamos a poner dos artículos que consideramos de interés, sobre dicha película:
El otro día fui al cine a ver ‘71, el primer largometraje de Yann Demange. Aunque hay muchísimas películas que han tratado el conflicto norirlandés desde múltiples perspectivas, esta mostraba algo que no había visto antes. Es un thriller en el que un soldado recién llegado a Belfast
se ve envuelto en una “caza al hombre” tras perder contacto con su
unidad durante el registro de una vivienda en la zona católica de Falls.
No voy a contar nada más sobre la trama no vaya a ser que a alguien le
dé por ir y se la reviente.
Entre las pocas críticas que he leído de ‘71 ha habido una que me ha llamado poderosamente la atención. Dice Eulàlia Iglesias en elconfidencial.com que una de las novedades de la película es que esta adopta un punto de vista diferente: el británico. Yo no lo vi. Quizás sea mi miopía galopante la que me haya impedido percibir dicho matiz.
Lo que sí vi en este trabajo de Demange es la plasmación de un hecho
que ha sido normalmente acallado por el ruido de las armas y la
política, esto es, la connivencia entre las diferentes partes implicadas
en el conflicto.
En Irlanda del Norte, dicha complicidad llegó a un punto casi
paranoide ya que, en lugar de encontrarnos con el enfrentamiento
tradicional entre dos bandos, aquí fueron tres los que se dieron cita:
por un lado, los republicanos-nacionalistas; por otro, los lealistas-unionistas; y el tercero en discordia, el Gobierno británico
con sus fuerzas de seguridad (RUC, UDR y Ejército). Esta dimensión dio
(da) al conflicto norirlandés una de sus características más destacables
a pesar de los esfuerzos de los diferentes gobiernos británicos de
presentar la confrontación como un choque entre católicos-nacionalistas
–partidarios de la unidad de Irlanda– y protestantes-lealistas
–defensores de seguir perteneciendo al Reino Unido.
La participación del Gobierno británico en esta guerra ha tenido
múltiples facetas. El papel oficial del Ejército, desde que salieron los
primeros soldados a patrullar las calles norirlandesas, fue el de
fuerza de interposición entre católicos y protestantes. Tanto es así
que, al principio, los nacionalistas le dieron la bienvenida y creyeron
la versión de Westminster. Pero poco después se dieron cuenta de que no
solo iban a luchar contra los lealistas, sino también contra ese mismo
ejército que, de la noche a la mañana, se había convertido en una fuerza de ocupación –no deja de ser curioso utilizar el término “ocupación” cuando se estaba actuando dentro de las fronteras del Reino Unido.
Este cambio de perspectiva vino provocado por el tremendo error de
Londres al dejar, al principio, la operatividad de los militares bajo
las órdenes del Gobierno unionista de Stormont que, lógicamente, barrió
para casa y utilizó a las fuerzas de “su graciosa majestad” para
defender sus intereses. Aunque en 1972 se solventó el error, o sea, los
unionistas fueron apartados del poder y la gobernabilidad de Irlanda del
Norte pasó a estar dirigida directamente desde Londres, el daño ya
estaba hecho.
Por otro lado, desde el principio de los Troubles, la labor de Londres se centró en acabar con el conflicto como fuera
y para ello no dudó en echar mano de los servicios de inteligencia
militar, los cuales utilizaron todos sus medios –legales y no tanto–
para vencer a los paramilitares. Así, se establecieron contactos
secretos con todos los actores del conflicto, paramilitares y políticos,
y aparecieron compañeros de cama que rayaban en lo surrealista. Pero
bueno, son las cloacas y allí todo vale.
Este es, bajo mi humilde punto de vista, el punto fuerte de esta película. Ken Loach ya introdujo en su magnífica Agenda oculta el tema del terrorismo de Estado
en el contexto del conflicto en Irlanda del Norte. Demange va un
poquito más allá y llega hasta el fondo de esas cloacas de las que
hablábamos unas líneas más arriba.
No debería sorprendernos que la realidad sea tan desagradable y que
normalmente este tipo de informaciones no aparezcan en el telediario.
Imagínense que durante años hubiéramos almorzado y/o cenado sabiendo que
Adolfo Suárez, Leopoldo calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy han tenido –y siguen teniendo– contactos relativamente frecuentes con ETA.
¿Cuánto hubieran durado esos gobiernos? Bueno, estas cosas –o solo
algunas– acaban sabiéndose, pero siempre a posteriori, cuando el daño
político ya es menor. Pues eso.
Acabo de ver la película inglesa “´71” (Yann Demange,
2014), que trata sobre el conflicto norirlandés y tiene varias similitudes con
“Larga es la noche”, el famoso film de 1947. Ambas tienen el mismo escenario, Belfast,
y se repite el hecho de que un hombre herido busca llegar hasta sus compañeros
para salvar su vida. Pero si en la cinta de Carol Reed, el fugitivo era un
militante del IRA (James Mason), aquí se invierten los términos y se trata de
un soldado inglés (Jack O´Conell) que participa, como fuerza de choque, en la
cacería de militantes republicanos en 1971. Ante la zona liberada que imponen las
fuerzas inglesas, se arma una solidaria escaramuza callejera, y el soldado debe
perseguir a un niño que les arrebata un fusil. Atrapa al pibe pero, aislado de
su pelotón, es desarmado por los vecinos y recibe una feroz paliza. Abandonado
a su suerte, asiste al asesinato de un compañero y logra escapar a duras penas.
Hasta aquí las similitudes o, si se quiere, la
reescritura de un clásico. De allí en adelante, la peli de Demange (con guión
del dramaturgo escosés Gregory Burke) se adentra en las muy severas reyertas
internas del IRA, pero también en el papel que juegan los paramilitares
ingleses y su relación con los terroristas protestantes y, sobre todo, en su
infiltración de las facciones republicanas. El soldado que interpreta O´Conell
es involuntario testigo de estas tramoyas y, por eso mismo y sin él saberlo, no
sólo quieren su muerte los irlandeses más fierreros, sino también los servicios
secretos británicos que le temen a su testimonio. Toda la complejidad del
entramado del Norte de Irlanda mantiene su tensión hasta el fin de la
historia, sin caer en golpes bajos ni en soluciones tan simplistas como
irreales. Sin embargo…, queda sin responder la pregunta que mi cuate Esteban
les hiciera a los yanquis asentados en Panamá.
Con Esteban fuimos compañeros en primer año del
secundario, y luego vecinos de barrio cuando tuvimos cambiados los turnos del cole: en la parada del bondi nos pasábamos
los trabajos de las materias, y los profes corregían 2 veces los mismos laburos
pero los calificaban de modo diverso, dependiendo del concepto que nos tenían a
cada uno. Después me mudé y nos perdimos el rastro, hasta que en el lapso de un
año y monedas nos cruzamos dos veces casi en la misma esquina. En la primera
ocasión, él dudaba si seguir padeciendo ingeniería o si largarse a recorrer
Latinoamérica. En el segundo encuentro, rebosaba felicidad: recién llegaba de
México, se disponía a cambiar de carrera. Entre las anécdotas del viaje,
destacaba la de su distraída entrada a la zona del Canal de Panamá; lo
detuvieron unos marines que le preguntaron que hacía allí, a lo que Esteban
contestó: “¡¿Qué hacen ustedes acá?!”
Esa es la pregunta crucial, porque si queda sin
responder todo el resto puede estar muy
bien, pero se pierde el sentido del drama de una nación y de su pueblo. Los
irlandeses pueden tener mil quilombos entre ellos, pero los
ingleses no tienen nada que hacer allí. Y la mentira más grande que se dice en
“´71” la formula un milico cuando les asegura a los soldados que, aunque vayan
a Belfast, siguen estando en el mismo país. No jodan: son fuerzas de ocupación en una
patria llamada Irlanda. ¿Y qué carajo hacen ustedes acá?
Por Carlos Semorile.
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