La crisis no conoce de procesos de paz y no se desvía porque dos comunidades enfrentadas durante siglos intenten vivir sin agredirse. Y probablemente la crisis económica no es ajena a que, en julio pasado, Belfast viviera los peores disturbios en muchos años. Pero hace 10 días, la ciudad vibró al convertirse en capital europea de la música como sede de los premios anuales de MTV. Son los dos contrastes de Irlanda del Norte: por un lado, el progreso irreversible de la paz y los esfuerzos de la provincia por transformarse en un polo de atracción de ocio y turismo a pesar de la incertidumbre económica; por el otro, las dificultades para cerrar las heridas en aquellos lugares en los que fueron más profundas, en los barrios más marginales, en los que las dos comunidades siguen viviendo dándose la espalda la una a la otra.
¿Por qué, si hace ya casi tres lustros que se firmó la paz, sigue habiendo momentos de tensión y violencia y guetos de comunidades católicas-nacionalistas-pro irlandesas y protestantes-unionistas-pro británicas que se dan la espalda? “Porque quedan cuestiones por resolver. Las comunidades más afectadas por el conflicto eran las comunidades más desfavorecidas. La violencia se dio sobre todo en zonas con altos niveles de pobreza. Esas comunidades han sufrido desde hace generaciones y en ellas sigue habiendo un nivel importante de sectarismo. Están más cómodas viviendo sin mezclarse con la otra comunidad. Y siguen teniendo el miedo de ser dominados por la otra comunidad”, explica Tony McCusker.
Funcionario retirado, McCusker fue ayudante de la entonces ministra británica para Irlanda del Norte, Mo Mowlam, y después consejero del político unionista moderado y ministro principal de la provincia tras los acuerdos de paz, David Trimble, y su adjunto nacionalista, Seamus Mallon. Antes trabajó sobre todo en el terreno de las relaciones comunitarias, lo mismo mediando en la delicada cuestión de las marchas orangistas que en la política de vivienda, instrumento clave en la regeneración de los enclaves más deprimidos.
McCusker forma parte de un puñado de expertos del Ulster que intenta explicar a un grupo de periodistas extranjeros invitados a Belfast por el Foreign Office las claves de la situación actual. “Las clases medias no han sufrido tanto durante el conflicto”, explica. Pero, sobre todo en los guetos más pobres, “el miedo sigue estando ahí y sigue habiendo altos niveles de segregación, de separación, y en algunos casos una falta de conocimiento de la cultura del otro, de las tradiciones del otro”. “Pero como dijo hace poco un académico, lo importante no es cambiar la mentalidad de la gente, sino cambiar su comportamiento. Y el dinero cambia los comportamientos”, añade McCusker.
El dinero es importante. Y el turismo es dinero. William Plum Smith, un exparamilitar lealista que pasó 10 años en la cárcel por intento de asesinato, se dedica ahora a trabajar por el proceso de paz. Smith es uno de los guías que muestran a los turistas los murales de la zona lealista de Shankill Road, en el oeste de Belfast. Es una forma de fomentar el turismo, pero también de mantener la memoria del conflicto sin glorificar la violencia y de dar una salida económica a los excombatientes. Lo mismo hace en la zona republicana, en Falls Road, Brian Morgan, que pasó 15 años en la cárcel por sus actividades en el IRA.
Ante los periodistas, Brian se ha centrado sobre todo en justificar su enrolamiento en el IRA: la discriminación contra los católicos a la hora de acceder a la vivienda o al empleo, la violencia que presenció siendo un adolescente. William parece más interesado en el futuro, aunque en ningún momento reniega de su pasado.
Curiosamente, el republicano y el lealista ni siquiera se saludaron al darse el relevo ante la prensa y Brian sale corriendo hacia la zona nacionalista en cuanto se baja del autobús, antes de que suba el lealista. “¡Porque hace frío!”, le excusa William medio en broma medio en serio. Pero ese gesto sintetiza muy bien la situación actual: las dos comunidades han aceptado no agredirse, pero siguen sin acercarse la una a la otra. “Vivimos en comunidades separadas. En zonas separadas. Vamos a escuelas separadas, hasta nuestras bibliotecas estaban separadas, y hasta nuestros periódicos son diferentes”, explica Smith sin que quede muy claro si se refiere al presente o al pasado. Pero aún hoy el 95% de las plazas escolares están segregadas según la religión de cada cual y el 95% de las viviendas sociales están también segregadas según comunidades.
“Después de los acuerdos de Viernes Santo, de los Acuerdos de Stormont, la gente empezó a creer en la paz. Aquí se abrió este muro y empezamos a tener los tours turísticos en común, algo que nunca había ocurrido antes. Empezamos a llevar a la gente a nuestras comunidades, a escuchar a la gente que estuvo implicada en el conflicto. Y tenemos una buena relación. Pero quizás hará falta otra generación para superar lo ocurrido. Las cosas no se olvidan en una noche. Lo que tenemos que hacer es trabajar por la paz. Y eso es lo que hacemos”, explica Smith.
“Ha habido muchos intentos de acabar con el proceso de paz, pero está consolidado. La inmensa mayoría de la gente quiere paz. Hay que pensar en lo que era Belfast en 1970 y en cómo era el otro sábado, cuando MTV vino aquí. El centro abarrotado de jóvenes disfrutando de la música. Puede haber gente lanzando piedras y ladrillos, pero la atmósfera es absolutamente relajada en comparación con lo que era. Toda la ciudad estaba unida la semana pasada. La gente trabajando junta en los hoteles, en los restaurantes. A mí me impresionó ver Belfast convertido en el escenario de un espectáculo para el mundo. Todo el mundo disfrutó. Esas son las cosas que pasan ahora. Volver al pasado no es una opción”, sentencia.
“Todos los excombatientes que conozco están contentos de que la guerra se haya acabado, auque hay algunos disidentes en ambos lados”, explica Seán Brennan, investigador de DGIT, una de las instituciones que trabajan por la transición en Irlanda del Norte gracias a las ayudas concedidas por la Unión Europea.
Brennan no vivió el conflicto en sus carnes porque la violencia le empujó a emigrar del país. Pero ahora se ha especializado en la integración de excombatientes. Le preocupa, sobre todo, el problema de los crímenes nunca resueltos y las implicaciones que eso tiene tanto para unos criminales que ya han renunciado a la violencia como a la gente que no ha olvidado a las víctimas.
“Cuando le pides a la gente que se desmovilice tienes que asegurarles que a nadie le va a pasar nada por lo que hizo en el pasado”, sostiene, “pero por otro lado tienes a las familias de las víctimas, que presionan a la policía, que tiene que llevar a los excombatientes a los tribunales”. “Como me planteaba el otro día una periodista local, ¿qué pasa si alguien va a la policía y dice que mató a alguien en 1973 y que estaba con tal y tal gente? La policía no puede decirle que no se preocupe, tiene que investigar. Esas son cosas que ocurren constantemente después de un conflicto”, explica.
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