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| Imágenes de Robert French/Bridgeman |
| Drogheda, en
Irlanda, se destaca en el comercio marítimo desde fines del siglo XII.
Esta fotografía de los muelles del río Boyne fue tomada en 1885, una
generación después de la “Gran hambruna irlandesa” de 1847 que duró
hasta principios de la década de 1850: si es cierto que tres navíos
turcos trajeron alimentos para ayudar durante esa época, es probable que
hayan atracado aquí. |
sta
es la historia: en 1847, el peor año de la Gran hambruna irlandesa, un
médico irlandés que trabajaba para el sultán otomano en Estambul le rogó
al soberano que enviara ayuda a sus compatriotas, que morían de hambre.
Sus súplicas conmovieron al sultán Abdul Mejid I,
que se comprometió a donar 10.000 libras esterlinas. Sin embargo, al
enterarse de que la reina Victoria de Inglaterra enviaría solo 2.000
libras esterlinas, el sultán, por caballerosidad diplomática, redujo su
donación a 1.000 libras esterlinas. Como estaba determinado a donar más,
envió en secreto tres navíos cargados con cereales para que hicieran
escala en el puerto de Drogheda, en el condado de Louth, al norte de
Dublín. Como gesto de gratitud, la ciudad de Drogheda incorporó la
estrella y la media luna turcas en su escudo municipal, un símbolo que
perdura hasta el día de hoy y que aparece incluso en las camisetas del
club de fútbol Drogheda United.
Ahora bien, como en muchas leyendas irlandesas,
una parte de la narración es verdadera, otra parte es leyenda, mientras
que algunas otras partes... son puras habladurías.
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| En 1997, en Dublín, el escultor Rowan
Gillespie dedicó su obra “Hambruna” a la memoria de los millones de
irlandeses que sufrieron, emigraron o perecieron en esa época. La obra
es un recordatorio de los años de mayor desesperación de la nación. |
Como muchos otros gobiernos extranjeros, la corte del Imperio Otomano
ciertamente envió ayuda alimentaria a Irlanda en 1847. Y es verdad que
el ofrecimiento inicial del sultán fue reducido por cuestiones
diplomáticas. También es cierto que muchos ciudadanos extranjeros,
incluso al menos un médico irlandés, trabajaban tanto en el Palacio de
Topkapi como en la Sublime Puerta (la sede administrativa del gobierno
otomano) durante el reinado de Abdul Mejid I,
entre 1839 y 1861. Sin embargo, no se sabe con claridad hasta qué punto
este hijo de Irlanda influyó en la decisión del sultán de enviar ayuda,
si es que realmente influyó. Aún más turbios son los detalles acerca de
los navíos y la conexión que tuvieron, si es que la hubo, con el
simbolismo de la estrella y la media luna de la ciudad.
La noticia de una “plaga de carácter
inusual” que había arrasado con los campos de papas en la isla británica
de Wight llegó a la oficina del botánico de la Universidad de Londres
John Lindley en agosto de 1845. Como editor de la Crónica y gaceta de horticultura de Gardner (Gardner’s Chronicle and Horticultural Gazette),
Lindley expresó una preocupación cautelosa y solicitó a los lectores
que enviaran más información acerca de la plaga. Sin embargo, al avanzar
el mes, cuando la catástrofe azotó las cercanías de su casa y dejó
“apenas una papa en el mercado de Covent Garden”, tal como observó
Lindley, su tono se tornó alarmante: “Una temible enfermedad ha surgido
en el cultivo de la papa. En todas partes oímos acerca de la destrucción
(...) En cuanto a la cura de esta infección, no existe (...) Una gran
calamidad se avecina”.
Los ingleses estaban alarmados, pero eso no era nada en comparación
con el pánico del que fue presa Irlanda en el otoño. La enfermedad
parecía ser imparable y arrasó con un tercio del cultivo que era
prácticamente la única fuente de alimentación de más de 3 millones de
personas de clase baja en Irlanda. La causa de la plaga, que Lindley y
sus colegas de Dublín desconocían y para la cual buscaron
desesperadamente un remedio, era el hongo Phytophthora infestans,
que aparecía primero en forma de manchas blancuzcas en las hojas
deterioradas de la planta. Las esporas aéreas de la plaga se dispersaron
rápidamente, lo que en cuestión de horas transformaba los campos de
tubérculos sanos en pilas putrefactas de una masa suave y negruzca, cuya
pestilencia era insoportable. El año siguiente fue incluso peor, pues
la plaga arrasó con toda la isla. La pérdida de decenas de miles de
hectáreas, según registró un anonadado testigo, solo fue “cuestión de
una noche”.
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La excesiva dependencia de la población en la papa agravó la crisis.
Las papas eran un cultivo del Nuevo Mundo, introducido por los
colonizadores ingleses en Irlanda a finales del siglo XVI y principios
del siglo XVII. En un principio, fueron consideradas una exquisitez
propia de la clase alta. Hacia 1800, la variedad irregular y carnosa
conocida como la papa “Lumper” (perfecta para el clima frío y húmedo de
Irlanda) había reemplazado a la avena como alimento básico en la dieta
de los pobres y de la clase trabajadora. Las papas Lumper eran baratas,
rendidoras y nutritivas, que al mezclarlas con un poco de leche o
mantequilla proporcionaban suficientes carbohidratos, proteínas y
minerales para vivir, siempre que se consumiera la cantidad suficiente.
En promedio, el hombre irlandés comía 45 papas al día; la mujer, unas
36, mientras que un niño, 15. La papa estaba profundamente arraigada en
la economía y el estilo de vida de Irlanda y, tal como rezaba la letra
de una canción tradicional popular gaélica, era alabada con adoración
como Grá mo chroí (“el amor de mi corazón”).
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| Imágenes de Bridgeman |
| Parte superior: Placa
metálica decorativa de la Drogheda Steam-Packet Company, fundada en
1826. Hacia mediados del siglo, era la empresa marítima más importante
de la ciudad. La placa muestra el emblema de media luna y estrella de la
ciudad como adorno en cada esquina (aquí con una estrella de seis
puntas). El gran parecido con la media luna y la estrella de la bandera
de Turquía, como puede apreciarse en la imagen de arriba,
dio lugar a relatos erróneos que, de acuerdo con el historiador de
Drogheda Brendan Matthews, comenzaron a circular en la década de 1930.
Estos relatos vinculaban el símbolo de la ciudad con la gratitud cívica
por la ayuda turca. |
A pesar de la pérdida de este recurso valioso y vital, Irlanda de
ninguna manera sufría escasez de alimentos. De hecho, en las granjas y
los pastizales había abundancia de cerdos, vacas y ovejas y también
trigo, cebada, avena y vegetales, además de abundancia de peces en los
arroyos, ríos, lagos y la zona costera. La cruel ironía era que la mayor
parte de esta abundancia se encontraba fuera del alcance de la
población hambrienta.
Las mejores tierras en Irlanda, que entonces era parte de Gran
Bretaña, eran propiedad de acaudaladas familias británicas y
angloirlandesas, muchas de las cuales ni siquiera vivían en el país o,
si lo hacían, rara vez se alejaban de los barrios urbanos de Dublín para
poner un pie en sus propiedades agrícolas.
“Gran parte de la clase gobernante de Irlanda llegó a tener menos
interés en las tierras de su propiedad que, por ejemplo, en temas tales
como las minas de América del Sur en las que tenían acciones”, señala el
historiador Tim Pat Coogan en La conspiración de la hambruna: el
papel de Inglaterra en la mayor tragedia de Irlanda (The Famine Plot:
England’s Role in Ireland’s Greatest Tragedy).
La Ley de la Unión de 1801, que disolvió el parlamento irlandés y
puso los asuntos del país en manos de los distantes políticos de
Londres, marcó una distancia aun mayor con las clases más altas. Aunque
algunos miembros británicos del parlamento (MPS)
estaban genuinamente preocupados por el bienestar de Irlanda, la
mayoría tenía poca comprensión y mucho menos compasión, por su gente.
Para los más insensibles, los irlandeses eran “una clase que, en las
mejores condiciones, holgazanea en pocilgas”, según la descripción del Times de Londres en enero de 1848.
Muchos “terratenientes ausentes”, como se les conocía entonces,
alejados tanto en sentido geográfico como cultural, arrendaban sus
propiedades a ricos granjeros locales a los que se denominaba
“intermediarios”. Lamentablemente, al igual que las familias que los
contrataban, los intermediarios tenían poco interés en las tierras que
administraban más allá de su potencial para generar ingresos y, a su
vez, a menudo las subarrendaban a granjeros ocupantes a cambio de
tarifas abusivas. Los granjeros que arrendaban las tierras,
principalmente en la provincia de Leinster, en el este, a su vez las
subdividían en parcelas para rentarlas a trabajadores sin tierras
conocidos como “cottiers”, que pagaban su renta trabajando cierta
cantidad de días en la granja del terrateniente. En el oeste, en
Connacht, los granjeros subarrendaban parcelas aún más pequeñas,
denominadas tierras “conacre” (acre de maíz), a trabajadores itinerantes
y les cobraban el doble de la tarifa que les pagaban a los
intermediarios.
En ambos sistemas, eran las clases más pobres de Irlanda las que
llevaban a cuestas el peso de la economía del país. Durante los años de
las Guerras Napoleónicas, de 1803 a 1815, los tiempos fueron bastante
buenos: Gran Bretaña quedó aislada del comercio con Europa central
debido al conflicto y recurrió a Irlanda para obtener alimentos y
productos fabricados. Sin embargo, las sucesivas explosiones
demográficas y el fin de las guerras dejaron a Irlanda con un superávit
demográfico y una cantidad insuficiente de empleos. En la década de
1840, las familias que posiblemente habían gozado de abundancia apenas
lograban conseguir actividades para subsistir y solo obtenían los
cultivos de papas mediante un penoso trabajo entre surcos de crestas
planas y paralelas de tierra levantada denominados “huachos”, un método
de cultivo conocido en Irlanda durante 5.000 años, desde la Edad de
Bronce. La caza y la pesca en lagos y arroyos se consideraban ilegales,
en tanto la pesca en la costa marítima era una operación de temporada
que requería de un bote y aparejos. Cuando la plaga atacó en 1845,
muchas personas empeñaron o vendieron sus equipos de pesca a cambio de
dinero para alimentos, sin imaginar que el año siguiente sería aún más
desastroso.
Pero aun cuando Irlanda padecía hambre, la mayoría de los alimentos
que se producían en sus granjas seguían exportándose a Inglaterra y las
ganancias llenaban los bolsillos de los terratenientes. En las
acaloradas palabras del revolucionario irlandés John Mitchell, quien
habló más de dos décadas después, en 1868: “Dios envió la plaga, pero
los británicos enviaron la hambruna”.
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| El emblema de Drogheda ha aparecido de
diversas maneras con estrellas de cinco, seis y siete puntas: el club de
fútbol Drogheda United (arriba) muestra una estrella de cinco puntas; la casa de beneficencia de St. John (arriba y, en detalle, abajo)
muestra una estrella de siete puntas. El emblema se originó en
Bizancio, donde la estrella mostraba ocho puntas. El rey inglés Ricardo
(“Corazón de León”) adoptó la media luna y la estrella en el año 1192 al
capturar a Chipre del dominio bizantino y concedió esos símbolos al
puerto de Drogheda dos años después. |
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Los historiadores modernos, en especial los revisionistas como
Coogan, simpatizan con la visión de Mitchell e insisten en que el “El
gran hambre” es un término más preciso porque “hambruna” implica una
escasez de alimentos que en realidad no hubo.
“Había una abundancia de alimentos que se producían y se enviaban al
exterior, pero las personas que los cultivaban no tenían dinero para
comprarlos”, explica John O’Driscoll, curador del Museo de la hambruna
(Famine Museum) de Irlanda, situado en Strokestown Park, condado de
Roscommon.
Cuando los arrendatarios no podían pagar la renta (pues tenían que
gastar todo su dinero y vender todo lo que tenían para comprar
alimentos), eran desalojados por oficiales armados a la orden del
terrateniente. Para evitar que los arrendatarios regresaran, brigadas de
demolición quemaban sus cabañas o las reducían a escombros. Tras ser
testigo de esta escena, el sacerdote de la parroquia de Strokestown, el
padre Michael McDermott, escribió con enojo una carta al periódico The Evening Freeman,
que se publicó en diciembre de 1847: “No vi la necesidad de hacer esa
demostración inútil de semejante fuerza militar y de policía (...)
rodearon la cabaña del pobre hombre, le prendieron fuego al techo
mientras los niños mal alimentados y casi desnudos se alejaban
rápidamente de las llamas con gritos de desesperación, mientras la madre
yacía postrada en el umbral retorciéndose en agonía y el padre con el
corazón roto permanecía suplicando de rodillas (...) y de esta forma, a
los desdichados parias solo les quedaba la alternativa de perecer en una
zanja”.
Y perecieron. Aun cuando el cultivo de 1847 ya no mostraba señales de
la plaga, la cosecha simplemente no fue lo suficientemente grande para
alimentar a la población. Según se registró en el censo de Irlanda de
1851, las muertes por hambre entre 1844 y 1847 se dispararon en la
mayoría de los condados: pasaron de 8 a 480 en Roscommon; de 51 a 927 en
Mayo y de 15 a 586 en Kerry. De ahí el temible epíteto “El 47 negro”.
Algunos respondieron con ira, incitados por personas como Mitchell y
surgieron revueltas en muchos de los pueblos y ciudades importantes de
Irlanda, donde pandillas nómadas y turbas saquearon casas, tiendas y
almacenes. Otros optaron por emigrar, juntando apenas los centavos que
podían para pagar un pasaje a América con la esperanza de una vida
mejor. Tan solo en 1851 un cuarto de millón de inmigrantes irlandeses se
embarcó a Estados Unidos y se establecieron principalmente en Boston y
en Nueva York, donde hacia 1855 ya un tercio de la población era nativa
de Irlanda.
Para quienes emigraron, el puerto de embarque de Liverpool,
Inglaterra, era habitualmente la salida para su viaje transatlántico.
Entre las ciudades irlandesas que ofrecían un servicio periódico de
navíos de vapor a Liverpool estaba Drogheda, que se convirtió en el
segundo puerto de emigración más grande de Irlanda, después de Dublín.
“La cantidad de personas que partieron a América desde Liverpool, a
través del puerto de Drogheda, supera la de cualquier año anterior”,
informó el periódico Drogheda Argus en febrero de 1847, un año
en el que llegaron a emigrar 70.000 personas desde los muelles de
Drogheda. “Todos los días, el pueblo... aparece repleto de emigrantes
con apariencia de cadáveres [y] criaturas desafortunadas que (...)
presentan una apariencia totalmente aterradora. Se ha visto a mujeres y
niños compitiendo realmente con vacas para conseguir trozos de nabos
crudos tirados en el muelle de navíos transatlánticos”.
E incluso mientras se desarrollaban estas escenas, los navíos de
exportación en puertos en toda Irlanda crujían bajo el peso de los
alimentos.
“Realmente quisiera que pudiera pararse solo cinco minutos en
nuestras calles y ver la tropa de criaturas miserables, escuálidas y
hambrientas que de inmediato le rodearían, con lágrimas en los ojos y
miseria en las caras”, escribió el sacerdote de la parroquia de Kenmare,
John O’Sullivan en una carta a Charles Trevelyan, secretario asistente
de Gran Bretaña del Tesoro de Su Majestad, en diciembre de 1847.
“Cualquiera sea el costo o el gasto, o el partido que deba caer, todo
cristiano debe admitir que las personas no deben sufrir de hambre en
medio de la abundancia”.
No obstante, Trevelyan no se encontraba entre los cristianos que
compartían los puntos de vista de O’Sullivan. Por el contrario, creía
que Dios había enviado la plaga como una oportunidad para la “mejora
moral y política” de Irlanda.
Sin embargo, en el Oriente lejano había un gobernante que oyó el espíritu de los ruegos de O’Sullivan.
l sultán Abdul Mejid I
tenía 24 años de edad en 1847. Había llegado al trono otomano a los 16
años de edad y gobernaría el imperio, que llegaba desde Marruecos hasta
Asia Central, hasta su muerte en 1861, a la edad de 39 años. Era un
calígrafo, letrado y con dominio de los idiomas árabe, persa y francés;
un devoto de la literatura europea y un joven aficionado a la música
clásica y la ópera, esos sonidos metálicos recién grabados que solían
oírse afuera de su carpa durante sus viajes imperiales. Tenía también un
ávido interés en los últimos avances de la ciencia, la medicina y la
tecnología occidentales. En 1847, tras ser testigo en el palacio
Beylerbeyi de una demostración del nuevo invento de Samuel Morse, el
telégrafo, le confirió al inventor la Nishan Iftichar (Orden de
la gloria) y se deleitó personalmente con la transmisión de un mensaje
entre el harén y la entrada principal del palacio.
Además de su entusiasmo por la innovación, Abdul Mejid I
también se hizo conocido por su filantropía. Había sido un niño
enfermizo, de modo que quiso evitar que las inclemencias de las
enfermedades infecciosas afectaran a sus súbditos. Por ejemplo, durante
sus recorridos oficiales por el imperio, hacía que se vacunara a los
niños de los poblados en su presencia.
En cuanto a la política, también sostenía ideas progresistas. El
joven sultán estaba determinado a modernizar el imperio y emprendió los
pasos para instituir la tanzimat (“reorganización”) que su padre, el sultán Mahmud II,
había concebido. Esto incluía la abolición de las ejecuciones sin
juicios, la emisión de los primeros billetes otomanos, el asentamiento
de las bases del primer parlamento otomano y el establecimiento de un
sistema de instituciones, escuelas y universidades modernas y laicas
bajo una sola autoridad, el recién formado Ministerio de Educación. En
su deseo de reducir el nacionalismo étnico, amplió la ciudadanía
completa y la igualdad ante la ley de todos los súbditos otomanos, sin
importar su origen étnico o su religión. En la corte, hizo a un lado
siglos de una pesada etiqueta: los emisarios extranjeros ya no tenían
que entregar sus espadas ceremoniales en la puerta, sumergirse en agua
de rosas, vestir caftanes sobre sus uniformes y sentarse en un nivel más
bajo que el sultán, si acaso se les permitía estar en su presencia.
“En el nuevo régimen, los embajadores se paraban con la espada en su
costado y el bicornio en la mano, cara a cara con el sultán”, informaba
un enviado británico.
Entre aquellos que disfrutaban de acceso libre y familiar con Abdul
Mejid se encontraba el embajador inglés Stratford Canning, hijo de un
mercader de Londres nacido en Irlanda. Canning admiraba las ambiciones
del joven sultán, pero al ser uno de los diplomáticos con más tiempo en
servicio en la corte otomana, consideró los efectos a largo plazo de sus
extrañezas.
“Era un hombre gentil, inteligente, trabajador, que ostentaba
dignidad y humildad a la vez, enriquecido por la virtud de la
compasión”, observó Canning. “Pero carecía del poder y la iniciativa
para convertir sus deseos en realidad”.
En última instancia, Abdul Mejid demostró que Canning estaba
equivocado y, de no haber sucumbido ante la tuberculosis a tan corta
edad, habría logrado reformas aún mayores. Fue frágil durante toda su
vida y tal vez por esto se rodeó de médicos (en especial médicos
extranjeros), aunque de acuerdo con la historiadora Miri
Shefer-Mossensohn, estos lujos eran habituales y estaban de moda.
“Franceses, alemanes, italianos. Los otomanos siempre tenían médicos
europeos con ellos, [junto] con sus propios médicos, ya desde el siglo
XV”, afirma Shefer-Mossensohn, autora de Medicina otomana:
instituciones médicas y de sanación, de 1500 a 1700 (Ottoman Medicine:
Healing and Medical Institutions, 1500-1700). La lógica, indica, se
basaba esencialmente en la probabilidad: “La idea era que, como no se
sabía cuál de los médicos encontraría el alivio, lo mejor era tener la
mayor cantidad posible para utilizar la más amplia variedad de
habilidades”.
Los registros muestran que en el equipo personal de especialistas de
Abdul Mejid se encontraba Julius Michael Millingen, un médico
holando-inglés que atendió a Lord Byron en su lecho de muerte, un
anatomista de Viena de nombre Spitzer y un médico irlandés proveniente
de Cork, que se llamaba Justin Washington McCarthy. McCarthy nació
alrededor de 1789 y era hijo de un abogado; fue aclamado el 8 de
septiembre de 1841 en el periódico de su ciudad natal, el Cork Examiner, como
“una persona que ha alcanzado una considerable eminencia como médico en
la capital de Turquía”. Se capacitó en Edimburgo y Viena, antes de
entrar al servicio de la corte otomana bajo el reinado del padre de
Abdul Mejid, más de una década atrás.
La primera mención y la evidencia más antigua de la conexión de
McCarthy con la historia de la ayuda alimentaria a los irlandeses por
parte del sultán aparecen en el diario del escritor y patriota irlandés
William J. O’Neill Daunt. En sus escritos hechos en Edimburgo el 17 de
enero de 1853, unos seis años después del evento que describe, Daunt
narraba que “Llegó un tal Sr. M’Carthy [sic]. Su padre es médico del
sultán”. En la anotación del día siguiente, informaba: “M’Carthy (el
turco) (...) me dijo que el sultán tenía la intención de donar 10.000
libras esterlinas a los irlandeses azotados por la hambruna pero fue
disuadido por el embajador inglés, Lord Cowley, pues Su Majestad, quien
solo había autorizado una donación de 1.000 libras esterlinas, se habría
molestado si un soberano extranjero donara una suma mayor”.
Los detalles en el relato de Daunt son significativos. En 1847, la
reina Victoria envío originalmente solo 1.000 libras esterlinas y
posteriormente duplicó su donación. (Por su parsimonia, la prensa
irlandesa se refería a ella con el sobrenombre de “la reina de la
hambruna”).
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| Archivos otomanos/cortesía de Mustafá Öztürk Akcaoğlu |
| Además de la ayuda financiera del sultán Abdul Mejid I,
en mayo y junio de 1847 tres navíos otomanos llegaron a Drogheda. Dos
provenían del puerto otomano de Tesalónica y estaban cargados de maíz,
mientras que otro era de Stettin y venía cargado de trigo rojo. Aunque
aún no queda claro para los historiadores si estos navíos arribaron con
donaciones o solo con envíos comerciales, los irlandeses expresaron
elocuentemente su gratitud en esta florida carta, que ahora forma parte
de los archivos otomanos en Estambul. La Biblioteca Nacional de Irlanda
guarda una copia. |
McCarthy efectivamente tenía dos hijos, ambos nacidos en Estambul,
aunque aún se desconoce cuál estuvo en Edimburgo en ese año. Lord Cowley
fue el H. Henry Wellesley, el chargé d’affaires (encargado de
negocios) del embajador Canning, quien trabajó como embajador en
funciones en 1847 mientras Canning se encontraba en Inglaterra. Además,
la información referida al hecho de que el sultán redujera su donación
por consideración a la Corona Británica apareció impresa al menos tres
años antes, en la edición de octubre de 1850 de la revista The New Monthly,
una publicación periódica sobre arte y política de Londres. En un
escrito desde Esmirna, en la costa turca del Egeo, el corresponsal
Mahmouz Effendi elogiaba al “joven sultán Abdul Mejid, quien en la
reciente hambruna irlandesa aportó la generosa donación de 1.000
libras esterlinas para aliviar el sufrimiento de quienes bajo sus
propias creencias son considerados infieles (...) y quien habría dado
más, mucho más, aunque la etiqueta de estado indicaba que, en estos
casos, se debía permitir que el soberano de Inglaterra encabezara la
lista”.
Enviado durante la ominosa escalada de la Guerra de Crimea (1853 a
1856), cuando las amenazas de Rusia derivaron en una alianza entre el
Imperio Otomano e Inglaterra, el informe de Effendi además especulaba
que “[s]i hay un irlandés” al servicio del almirante William Parker,
comandante de la flota británica del Mediterráneo, “estamos seguros de
que ese hijo de la Isla Esmeralda recordará, en el momento de la
batalla, la noble y oportuna generosidad del sultán y sea quien sea el
enemigo, ¡atacará con ímpetu y a matar por mera gratitud!”.
Aunque no hay evidencia de que el médico McCarthy informara
personalmente al sultán acerca de la hambruna, no habría sido necesario.
Desde 1847, la noticia de la devastación había llegado a todo el mundo e
inspiraba acercamientos similares.
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| El 21 de abril de 1847, el London Times elogió brevemente la donación. |
“Hubo un increíble esfuerzo internacional de ayuda, con
contribuciones que provinieron de todos los rincones del mundo, desde
Caracas hasta Ciudad del Cabo, Melbourne y Madrás”, explica Christine
Kinealy, directora del Instituto de la Gran Hambruna de Irlanda
(Ireland’s Great Hunger Institute) en la Universidad de Quinnipiac, en
Connecticut. Si bien el gobierno británico (principalmente bajo la
autoridad de Sir Robert Peel, un predecesor de Trevelyan que mostraba
más compasión) proporcionaba millones de libras esterlinas en asistencia
en forma de distintos programas, como asilos para los pobres, Kinealy
señala que las donaciones privadas también “asumieron un papel
importante” en el esfuerzo general. En un lugar destacado entre los
donadores privados se encontraban los cuáqueros ingleses y
estadounidenses de clase media, quienes ayudaron a establecer cocinas de
sopas en varios pueblos y ciudades de Irlanda. Sin embargo, Kinealy
señala que las donaciones extranjeras más conmovedoras e impresionantes
provinieron de aquellos que eran tan pobres como los irlandeses azotados
por la hambruna.
“En la India, hubo barredores de alfombras, que eran los trabajadores
con la paga más baja del país, que enviaron dinero a Irlanda. En
Estados Unidos, las naciones choktaw y cheroqui también enviaron
dinero”, afirma.
La entidad encargada de canalizar las donaciones privadas fue la
Asociación Británica para el Alivio del Sufrimiento en Irlanda y las
Tierras Altas de Escocia (British Association for the Relief of Distress
in Ireland and the Highlands of Scotland), conocida como la Asociación
de Ayuda Británica, o BRA, por sus siglas
en inglés, fundada en enero de 1847. En su informe anual de 1849, la
organización felicitaba a “Su Majestad Imperial, el sultán, donador de
1.000 libras esterlinas, cuyo magnífico ejemplo fue seguido en
su propio estado y en muchos otros, cuyos únicos lazos con el pueblo de
Gran Bretaña han sido los de simpatía, humanidad y hermandad del género
humano”. Otras contribuciones desde el Imperio Otomano incluyeron una
colecta nacional que se realizó en Constantinopla y reunió 450,11 y 283
libras esterlinas enviadas por el capítulo local de la Conferencia de
San Vicente de Paúl (SVP), una organización católica de beneficencia.
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| El muelle de Drogheda en la actualidad, junto al río Boyne, cerca de su desembocadura en el Mar de Irlanda. |
El informe de la BRA incluía la
transcripción de una carta, ahora guardada en los archivos otomanos de
Estambul, en la que una gran cantidad de personas de la nobleza y el
clero agradecían a Abdul Mejid I su
generosidad. El texto del elaborado documento, escrito en vitela y
decorado con motivos de tréboles y brezos, agradece al sultán haber
ayudado a “los habitantes de Irlanda, afligidos y en sufrimiento” y
haber dado “un valioso ejemplo a otras grandes naciones de Europa”.
Complacido con la carta, se dice que Abdul Mejid I
respondió: “Me provocó un gran dolor oír acerca de los sufrimientos del
pueblo irlandés. Habría hecho todo lo que estuviera en mi poder para
aliviar sus necesidades... Al ayudar a aliviarlas, simplemente seguí el
dictado de mi propio corazón; pero también era mi deber mostrar mi
compasión por el sufrimiento de una parte de los súbditos de su Majestad
la Reina de Inglaterra, pues considero a Inglaterra como el mejor y más
sincero amigo de Turquía”.
No es de sorprender que en las líneas de esta admiración mutua la
diplomacia se esconda a plena luz del día. La carta irlandesa
respetuosamente reconoce los “vastos territorios” bajo la influencia del
sultán, mientras que la cálida caracterización que Abdul Mejid hace de
Inglaterra es la petición a la corona, bajo un velo muy delgado, de
apoyo en un momento en el que el zar Nicolás I de Rusia amenazaba con
hacerle la guerra.
No obstante, los encabezados del día elogiaron a Abdul Mejid. “Sufrimiento irlandés; simpatía turca” declaró The Nenagh Guardian el 21 de abril de 1847, mientras que cuatro días antes The Nation de Dublín había celebrado la amistad entre “El sultán y el pueblo irlandés”. Incluso el cuidadoso y conservador periódico Times
de Londres declaró, ese mismo día, que la generosidad del sultán hacia
los irlandeses “le ganó gran crédito”. La revista religiosa inglesa Church and State Gazette
tomó la historia y en su edición del 23 de abril elogió a Abdul Mejid
como un gobernante “que representa a los multitudinarios pueblos del
Islam” por su “cálida compasión hacia una nación cristiana”. El artículo
proseguía expresando la esperanza de que “se cultive y se mantenga, de
ahora en adelante, esta solidaridad en todas las amables obras de
beneficencia y de humanidad común entre los seguidores de la cruz y la
media luna”. Seis años después, durante el conflicto de Crimea, cuando
algunos en Inglaterra cuestionaron si era correcto que una nación
ayudase a una musulmana a repeler la ambición rusa, otros demostraron
que aquellas “obras de beneficencia y de humanidad común” ciertamente no
habían sido olvidadas.
“Parece que se ha generado una gran tensión ante el argumento de que
el sultán es un cristiano (...) y entonces por qué deberíamos apoyarlo,
etc.”, escribió Jack Robinson de Wolverhampton en una carta al editor
del Daily News en noviembre de 1853. “Ruego que algunas
personas recuerden (...) cuán cristiano fue su comportamiento cuando la
hambruna golpeó a Irlanda”.
sí
pues, el hecho de que Abdul Mejid envió 1.000 libras esterlinas a
Irlanda está bien documentado. Pero, ¿qué hay de los navíos cargados con
cereales? Aquí, separar la ficción de los hechos es más difícil, pero
hay evidencia circunstancial que sugiere que su donación pudo haber
superado las 1.000 libras esterlinas.
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| En la actualidad, casi 70.000 personas viven
en Drogheda y sus alrededores, lo que incluye a muchos que trabajan en
Dublín. Como puerto histórico, siempre ha recibido influencias del
extranjero, como la comida rápida de kebab a la parrilla, un elemento
básico de la cocina turca |
Un artículo del 21 de julio de 1849 publicado en el semanario noticioso estadounidense The Albion indicaba que “el sultán originalmente ofreció enviar 10.000 libras esterlinas a Irlanda así como algunos navíos cargados de provisiones”
(énfasis agregado). Una historia similar, “La etiqueta real y sus
consecuencias ” (Royal Etiquette and Its Consequences), publicada en la
página dos de la edición del 29 de septiembre de 1849 de The Brooklyn Daily Eagle,
informaba que “mientras la hambruna realizaba su mortal trabajo en
Irlanda, el sultán de Turquía, Abdul Medjid Khan, propuso hacer una
donación de diez mil libras esterlinas y enviar buques cargados con provisiones, para alivio de los hambrientos irlandeses” (nuevamente, énfasis agregado). En el cuarto volumen de La vida y los tiempos de Sir Robert Peel (Life and Times of Sir Robert Peel),
publicado en 1851, el biógrafo Charles Mackay hace la misma afirmación:
que el sultán tenía la intención de enviar 10.000 libras esterlinas,
“además de algunos navíos cargados de provisiones”. Algunos años más
tarde, en 1880, el patriota irlandés Charles Stewart Parnell (enemigo de
la Corona Británica) agregó un punto aún más agudo al asunto: aseguró
que la Reina Victoria ordenó interceptar los navíos de cereales turcos
junto con su cargamento, valuado en 6.000 libras esterlinas. Parnell
declaró además que la Reina Victoria no envió dinero Irlanda, lo cual
pone en duda toda su narración. Sus falsas declaraciones fueron
inmediatamente refutadas, ni más ni menos, que por Lord Randolph
Churchill (el padre de Winston) como parte de la disputa constante entre
los dos hombres que se desarrollaba en las páginas de la prensa inglesa
y australiana. Más recientemente, el autor irlandés Ted Greene, en su
volumen conmemorativo Drogheda: su lugar en la historia de Irlanda (Drogheda: Its Place in Ireland’s History),
publicado en 2006, hace la afirmación de fuente desconocida de que la
Reina Victoria “intervino al evitar que los navíos llegaran, primero a
Cobh [Cork] y luego al puerto de Belfast, aunque finalmente tuvieron éxito al llegar en secreto al pequeño puerto de Drogheda y entregar los alimentos” (el énfasis es de origen).
De “algunos navíos cargados de provisiones” a tres navíos que
llegaron “en secreto” en Drogheda, la historia evolucionó con los años,
desde lo que pudo haber sido una intención no realizada por parte de
Abdul Mejid (de añadir alimentos a su donación de dinero), a una
operación encubierta para pasar navíos cargados de cereales al margen de
las autoridades aduaneras británicas. En cualquier caso, este capítulo
en particular de la historia genera dudas en la mente de Kinealy.
“Sencillamente no tiene sentido. Si le habían pedido que no donara
más que la reina y quería tener una alianza más estrecha con Gran
Bretaña, ¿por qué se arriesgaría a enviar tres navíos en secreto con la
posibilidad de ofender a su aliado?”, señala.
Sin embargo, según asegura Ahmet Öǧreten, profesor asistente de
historia en la Universidad de Kastamonu en el norte de Turquía, desde el
punto de vista musulmán turco, la maniobra tenía sentido.
“Era una costumbre común entre los musulmanes: si uno dijo que haría
una donación pero solo se le permitió dar una parte de la misma, uno no
vuelve a tomar el resto del dinero. Se busca la manera de entregar la
donación completa, de una forma u otra”, explica Öǧreten, quien está
preparando un estudio sobre el episodio. Su creencia de que el sultán
habría honrado su palabra acerca de su donación original, por un sentido
de deber religioso, se ve reflejada en la biografía de Abdul Mejid
escrita por el reverendo Henry Christmas en 1854. Christmas menciona que
el sultán dijo: “Mi religión me obliga a observar las normas de
hospitalidad”, en respuesta a la llegada de refugiados polacos y
húngaros que huían de la agresión austríaca y rusa. El ministro
protestante citó esto, junto con la historia de la donación a los
irlandeses, como ejemplos del “verdadero espíritu de cristiandad” de
Abdul Mejid: “y hay más de esto en el sultán Mohammeden [sic] de Turquía
que en cualquiera de todos los príncipes cristianos de Europa”.
La búsqueda de Öǧreten en los archivos de Irlanda y Estambul reveló,
como mínimo, evidencia que sugiere que la donación del sultán fue, de
hecho, algo mayor de lo que se informó públicamente.
“Un documento en los archivos otomanos registra que donó 1.000 liras
turcas y no 1.000 libras esterlinas [británicas]”, dice el profesor. El
documento trata acerca de la solicitud de un hombre que fue identificado
como la persona que presentó la carta irlandesa de agradecimiento al
sultán, “Mosyo O’Brien”; posiblemente Sir (“Monsieur”) Lucius O’Brien,
un firmante de la carta. Ya sea que se trate de un error de escritura, o
un detalle que se perdió en la traducción, la cantidad que se indica en
el documento es “1.000 liras” y Öǧreten señala que habrían tenido un
valor superior, en aquel entonces a 1.000 libras esterlinas. Con un tipo
de cambio de 1,20 libras esterlinas por lira otomana en 1847, la
donación de 1.000 liras de Abdul Mejid (1.200 libras esterlinas) sería,
en moneda actual, cercana a los 160.000 dólares.
Sea cual fuere la cantidad, el motivo por el que un gobernante
musulmán se convirtió en héroe en los anales de Drogheda en última
instancia se resume en la convergencia de ciertas circunstancias, lo que
incluye, finalmente, el papel coincidente que jugó el escudo de la
ciudad, que utiliza una estrella y una media luna, de acuerdo con el
historiador de Drogheda Brendan Matthews, autor del estudio, “Drogheda y
los navíos turcos de 1847” (Drogheda & The Turkish Ships of 1847).
“El símbolo de Drogheda Steam Packet Company, la empresa privada que
ofrecía un servicio periódico de navíos de vapor a Liverpool, desde
Drogheda, era una bandera verde con una estrella blanca de cinco puntas
colocada sobre una media luna”, explica Matthews. La empresa adoptó este
estandarte, que actualmente se ha convertido en sinónimo de la herencia
islámica, no de los otomanos sino del escudo de la ciudad de Drogheda
que lleva la estrella y la media luna desde finales del siglo XII.
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| En 1995, William Frank, entonces alcalde de
Drogheda, reconoció la ayuda del sultán con esta placa conmemorativa
sobre la entrada del Hotel Drogheda, que es el mismo hotel que quizás
alojó a los marineros otomanos responsables de la distribución de maíz y
trigo. |
“Los símbolos fueron conferidos a Drogheda por Ricardo Corazón de
León en 1194”, afirma Matthews. El rey Ricardo adoptó el símbolo en
1192, tras la captura de Chipre de su último gobernante bizantino
mientras se encontraba en camino a la Tierra Santa, durante la tercera
Cruzada. Los gobernantes bizantinos habían usado el símbolo original (la
combinación de la media luna de la diosa patrona del antiguo Bizancio,
Diana, con la estrella de ocho puntas de la Virgen María) desde el siglo
IV. No se convirtió en un emblema del Islam sino hasta después del
siglo XIV.
Mientras tanto, de 1846 a 1847, las importaciones comerciales de
cereales a Irlanda aumentaron más del cuádruple, de 197.000 toneladas a
909.000 toneladas. Entre los puertos que experimentaron este repentino
ingreso de cereales extranjeros (en especial cereales del Imperio
Otomano) se encontraba Drogheda. “Antes de la hambruna de 1847, el
comercio exterior de Drogheda (...) se limitaba a unos cuantos
cargamentos de madera del Báltico y de América”, escribió Anthony
Marmion en su Historia antigua y moderna de los puertos marítimos de Irlanda (Ancient and Modern History of the Maritime Ports of Ireland),
que se publicó en 1853. “Sin embargo, desde entonces y durante los
últimos cuatro años en particular, ha habido un comercio de nivel
significativo respecto de la importación de trigo extranjero, más
específicamente, de maíz indio proveniente del Mar Negro”.
Esta expansión formaba parte del aumento del comercio otomano -
europeo como consecuencia del tanzimat de Abdul Mejid, que estableció un
Ministerio de Comercio que buscaba “forjar nuevos vínculos comerciales
con las dinámicas economías industrializadoras de Europa occidental”,
según describe el historiador Mark Mazower, autor de Salónica, ciudad de fantasmas (Salonica, City of Ghosts) en 2006. Carter Vaughn Findley, en su estudio de 2010 Turquía, Islam, nacionalismo y modernidad (Turkey, Islam, Nationalism, and Modernity),
observó que entre 1840 y 1876 esta liberalización comercial provocó un
aumento en el valor de las exportaciones otomanas de 4,7 millones a 20
millones de libras esterlinas. Findley señala que estas exportaciones
estaban compuestas “desproporcionadamente por productos agrícolas de los
Balcanes”.
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Al examinar los periódicos del período, Matthews descubrió que tres
navíos de las regiones de los Balcanes llegaron a Drogheda en mayo de
1847, durante el mes siguiente a la publicitada donación de Abdul Mejid.
Dos de los navíos, el Porcupine y el Ann, llevaban maíz indio de Tesalónica (Salónica), mientras que el tercero, el Alita,
traía trigo rojo, también conocido como “trigo rojo de Turquía”, desde
Stettin, un puerto marítimo báltico que actualmente está en Polonia.
Aunque Matthews no llega a sugerir que estos fueron los tres denominados
“navíos secretos”, sí especula con que la convergencia coincidente de
navíos que transportaban cereales provenientes del Imperio Otomano, la
bandera de la estrella y la media luna de la Drogheda Steam Packet
Company y la desesperación de la gente abarrotando los muelles bien
pudieron haber motivado la leyenda.
“Estaban estos navíos que venían del Imperio Otomano con marineros de
Cerdeña, Egipto y Grecia a bordo, que conocían bien el símbolo de la
estrella y la media luna de los otomanos. Además había 70.000 irlandeses
con hambre que se agolpaban en el muelle en busca de trabajo o
alimento, o alguna manera de salir del país. Y además los navíos locales
llevaban una bandera con la estrella y la media luna, con la que los
marineros otomanos de inmediato se podían identificar”, resume Matthews.
Estas circunstancias, especula, pudieron haber provocado un gesto
humanitario espontáneo por parte de los marineros, que quizás les dieron
una parte de los cereales directamente a los hambrientos irlandeses, ya
sea por lástima o por alguna vaga sensación de simpatía por un puerto
en el que la estrella y la media luna ondeaban en los mástiles de los
navíos locales.
“¿Quizás les dieron 100 sacos de alimento? ¿Veinte sacos de cereales,
para alimentar a 100 familias? Algo pasó y generó esta leyenda en
nuestra historia oral: que en esa época de crisis, recibimos alimentos
del pueblo turco”, afirma Matthews.
Matthews cree que, conforme la historia pasó de generación en
generación, fue adornada con leyendas de navíos “secretos” y la
“adopción” de la estrella y la media luna “turcas” por parte de las
agradecidas autoridades de la ciudad. Él supone que estos detalles
probablemente fueron agregados narración tras narración: un subproducto
creíble en una cultura famosa por su tradición oral que, como Julio
César señaló en sus Comentarios sobre la guerra de las Galias, favorecía el “uso de la memoria” sobre la palabra escrita.
No obstante, sea cual fuere la verdad, este capítulo de la historia
de “La gran hambruna” ha sido inmortalizado en pinturas y en piedra, e
incluso es posible que se plasme en una película si se cumplen las
ambiciones del productor turco Omer Sarikaya. (Recuadro del lado
opuesto).
Sin embargo, en el fondo yace el hecho irrefutable del gesto generoso
de un gobernante otomano hacia un pueblo al que no le debía nada, salvo
la compasión que le demandaba su fe y su carácter personal.
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El escritor independiente de Connecticut Tom Verde (writah@gmail.com) es un colaborador habitual de AramcoWorld. |
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