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lunes, 21 de mayo de 2018

Un acercamiento a la frontera artificial impuesta - Según la BBC -

Consideramos que el artículo contiene muchos puntos informativos de interés para los lectores del blog, pese a que en varios momentos la pluma británica se deja notar. Por ese motivo ponemos el artículo integro sin editar, diciendo como es costumbre, que apelamos a una lectura crítica del mismo.

BBB Mundo.- Es la única frontera terrestre que Reino Unido compartirá con la Unión Europea (UE) una vez que entre en vigor el Brexit, cuyas negociaciones empezaron esta semana.

Se trata de la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, que se extiende por unos 500 kilómetros. Y nadie sabe realmente lo que va a suceder en este lugar.

"El puente Kilnasaggart" era un nombre que susurraban los que viajaban en tren durante la época de los llamados troubles ("problemas") de Irlanda del Norte.
Este fue el conflicto nacionalista entre los unionistas protestantes, que deseaban que la provincia siguiera siendo parte de Reino Unido, y los nacionalistas católicos, que querían que Irlanda del Norte se separara de Reino Unido y se uniera a la República de Irlanda.

Los "problemas" comenzaron a fines de los 1960 y se extendieron casi cuatro décadas, marcando a varias generaciones de habitantes en ambos países.

Kilnasaggart se ubica cerca de la frontera que separa a los seis condados de Ulster (Irlanda del Norte) de la República de Irlanda.

El puente solía ser blanco continuo de los ataques con bomba del IRA (Ejército Republicano Irlandés), la organización paramilitar que apoyaba la separación de la provincia.

Los ataques provocaban que el trayecto de norte a sur fuera a menudo imposible.

De manera que cuando el tren se acercaba al puente, se escuchaba un anuncio en los altoparlantes que indicaba que debido a "problemas" en la vía, todos los pasajeros debían desembarcar en la parada de Newry.

De allí debían viajar en autobús hasta cruzar la frontera y después volver a abordar el tren en Dundalk, República de Irlanda.

Esto, cuentan los viajeros, añadía entre una y dos horas al trayecto. Aunque el servicio no era rápido, al menos cruzaba la frontera.

Hoy en día, quienes realizan este trayecto pueden sentarse cómodamente en sus asientos y tomar café mientras atraviesan este lugar que fuera tan problemático.

Viajan tan relajados que no perciben en qué momento pasan de un lado a otro de la frontera. El límite está allí, pero nadie parece saber dónde.

¿Kilómetros o millas?

Si manejas por la autopista que une a Belfast, la capital de Irlanda del Norte, con Dublín, la capital de la República de Irlanda, el único signo de que ya atravesaste la frontera es el sutil cambio en los letreros que pasan de marcar millas a marcar kilómetros.

Es como un juego de niños: ¿estamos en el norte o el sur?
Hace unos 50 años, era más fácil adivinar porque las mejores carreteras estaban en Irlanda del Norte. Sabías que habías llegado a la República cuando el auto empezaba a atravesar baches en el camino.

Además, los letreros en la carretera del sur eran más dramáticos que los del norte. Los primeros, por ejemplo, anunciaban con letras mayúsculas: "DISMINUYE LA VELOCIDAD", "DISMINUYE MÁS LA VELOCIDAD", "DISMINUYE AÚN MÁS LA VELOCIDAD".

Esta frontera de exactamente 499 kilómetros de largo serpentea desde Carlingford Lough (en el este) hasta Lough Foyle (en el oeste).

Nunca fue una línea recta. Es un garabato que atraviesa el mapa como si fuera el trazo torpe de un niño con un crayón.

La línea divide ríos, corta campos, divide puentes a la mitad e incluso divide alguna casa. Hay hogares cuyo comedor está en el norte y las recámaras en el sur.

Y casas donde la recepción telefónica varía entre el norte y el sur.
Los días de los problemas y la violencia en la región quedaron en el pasado. Pero ahora que Reino Unido se prepara para salir de la UE, la gente que vive en estas tierras fronterizas está preocupada.

Unas 35.000 personas atraviesan la frontera cada día para ir a trabajar, entre los cuales se encuentran pacientes de hospitales, niños que van al colegio y empleados.

Ninguno de ellos quiere una frontera rígida, pero la UE ya enfatizó que debe haber alguna forma de control de aduanas.

Muchos se preguntan si habrá largas filas de miles de personas esperando cruzar diariamente los puntos fronterizos.

Doble identidad

El pueblo de Muff se ubica en el condado de Donegal, cerca de la frontera, donde comienza el condado de Londonderry.

Durante los "problemas", los coches tenían que hacer fila en el punto de control del ejército, donde soldados jóvenes y nerviosos armados con rifles lanzaban las preguntas habituales: "¿de dónde viene?", "¿a dónde va?", "salga del auto y abra el capó, señor".

Después, un poco más adelante en el camino, estaban los oficiales de aduanas irlandeses listos para atrapar a los locales con contrabando.

Hoy, el viejo puesto de aduanas está sellado con tablas de madera y tiene plantas brotando por la chimenea.

Al cruzar el puente te encuentras con un poblado de una sola calle. Es pequeñísimo, pero cuenta con cuatro gasolineras.

Aquí solía haber un salón de baile, un edificio bajo y grande llamado Borderland ("Tierra fronteriza").

Cuando la ciudad de Derry ardía con disturbios y bombas, Borderland era el escape: el salón en la esquina donde podías alejarte de este mundo bailando.

Marie Lindsay nació en Muff, pero Derry es la ciudad que ocupa el lugar central de su corazón.

Cada mañana se sube a su coche en Donegal, en la República, maneja a través de un pequeño bosque y una urbanización hacia Derry, donde es directora de un colegio de niñas, el St Mary´s.

Ha vivido toda su vida en esta frontera y siente que tiene una doble identidad: "Nací y crecí en Donegal. Donegal es mi ADN, pero Derry es mi hogar. Siento que allí pertenezco".

Actualmente su viaje al trabajo no tiene interrupciones.

Pero cuando el conflicto irlandés estaba en su peor momento, en los 70, el Ejército y la policía bloquearon las carreteras pequeñas para que todas las rutas, excepto las que tenían puntos de control, fueran intransitables y así evitar que cruzaran los paramilitares.

Lindsay recuerda los días con esperas interminables en los puntos de control. Fueron días oscuros. ahora está acostumbrada a la paz y a la vida tranquila.

Siempre lleva consigo dos billeteras: una con libras esterlinas para el norte y otra con euros para el sur, aunque ambos lados aceptan la moneda del otro a una tasa de cambio decente.

Mucha gente también lleva consigo dos móviles: uno para el norte, uno para el sur.

Los habitantes de la ciudad suelen manejar los domingos desde Irlanda del Norte hacia el sur para regocijarse con la belleza de sus playas o tomar una cerveza irlandesa.

Pero los vínculos de ambos lados de la frontera van más allá de los paseos dominicales. En Derry, Irlanda del Norte, hay muy buenas escuelas y el servicio de salud es gratuito.

Mucha gente en Donegal envía a sus hijos a la escuela al norte de la frontera o cruzan para recibir atención médica en el Servicio Nacional de Salud británico.
Además, muchos estudiantes universitarios del norte estudian en Dublin, Galway y Cork, en el sur, al tiempo que otros tantos del sur viajan a las universidades de Ulster, de Queen's, en Belfast o al Magee College en Derry.

En años recientes, la ciudad de Donegal, donde vive Lindsay, ha recibido a varias familias jóvenes de Irlanda del Norte atraídas por la vivienda asequible.
Esto ha dado una nueva vida a la primaria local, las tiendas y la comunidad en general.
La gran incógnita

Ciaran Crilly comenzó a preocuparse por su negocio en el momento en que se enteró de la noticia del Brexit en junio pasado.

Es dueño de una fábrica de dulces, un negocio familiar establecido en los 70, cuando el conflicto de Irlanda estaba en su peor momento.

Su padre, Peter, fundó la fábrica Dulces Crilly después de aprender todo sobre el azúcar en varias empresas del país.

Los Crilly producen caramelos tradicionales ingleses e irlandeses y en ambos lados de la frontera sus dulces son muy populares.

Pero Brexit ha sido un duro golpe para Crilly: "Fue terrible. Nuestro negocio estuvo de maravilla estos últimos 10 años, creciendo anualmente y sin problemas. Pero entonces surge este golpe".

El 75% del negocio de la compañía era con la República de Irlanda.
Cuando Reino Unido salga de la UE, Crilly potencialmente podría enfrentar un arancel de 30%, tal como establece la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Durante un tiempo Crilly consideró mudarse unos cuantos kilómetros hacia la República. Pero decidió quedarse en el norte y buscar nuevos mercados.
En enero, Dulces Crilly se presentó en una exposición comercial en Alemania e hizo negocios en Australia y China, donde vende sobre todo a expatriados: "La gente extraña los 'sabores de casa' cuando están lejos".

Dada la respuesta que ha tenido, quizás el Brexit sea una bendición. Pero por el momento, Crilly vive tiempos de ansiedad.

"La mitad de nuestro personal es de países de la UE, como Letonia y Polonia. ¿Podrán quedarse?", se pregunta.

La producción en la frontera

Manejando una hora a lo largo de la frontera llegamos a Enniskillen, donde es día de mercado de corderos.
El lugar está lleno de camionetas y remolques que transportan animales.
 
James Johnston es el director del mercado, una empresa familiar que se remonta a la época de su abuelo.

Johnston admite que, personalmente, no es admirador de la UE: "Originalmente fue muy buena en términos de promover el libre comercio, la paz y seguridad dentro de Europa".
"Pero creo que ha sobrepasado los límites a medida que ha ido creciendo".
"En cuanto a las legislaciones, en el núcleo es un sistema poco democrático, así que entiendo las razones para salirnos", dice.
"Sin embargo, en esta parte de Irlanda, en Fermanagh, compartimos la frontera con cuatro condados del sur. Una frontera abierta es absolutamente esencial para la paz y bienestar general de ambos países: el libre movimiento de gente y de productos", agrega.

Johnston argumenta que así debe mantenerse, sea lo que sea que traiga el Brexit. Incluso le gustaría una frontera más abierta que la existe ahora con la República de Irlanda.

"Es excepcionalmente difícil, virtualmente imposible, traer ganado a través de la frontera, venderlo en este mercado y que los comerciantes lo compren y lo lleven de regreso a casa". explica Johnston.

"Para nosotros, después de haber hecho una venta aquí en Irlanda del Norte, es más fácil enviar el ganado vendido a Inglaterra y Escocia que enviarlo a 15 o 20 kilómetros a través de la frontera a la República de Irlanda".

El problema, explica, está en la sanidad animal y en la bioseguridad. En cada lado de la frontera existen políticas distintas y ahora habrá más cambios.

Para los granjeros el mejor escenario sería un acuerdo de libre comercio post Brexit, dice Phelim O'Neill, especialista en mercados de la revista Irish Farmers Journal.

El peor escenario sería un arancel muy alto sobre los productos agrícolas que se comercian entre Reino Unido y la UE.

"Un tercio de la leche que se produce en las granjas de Irlanda del Norte va a la República de Irlanda para procesarla", explica.

"Así que si eres uno de esos granjeros y tu leche se ve impactada con un arancel muy alto, no será viable seguir enviándola".

"Lo mismo ocurre con las ovejas. Unas 400.000 son enviadas cada año desde fábricas en Irlanda del Norte a Irlanda para procesarlas. Si se aplican los aranceles de la OMC, esto simplemente no será viable", dice O´Neill.

El camino a seguir

Durante el conflicto irlandés había unos 20 puntos fronterizos oficiales entre Irlanda del Norte y la República. El Ejército británico clausuró, colocó obstáculos o destruyó el resto.

Cuando llegó la paz, el país se tranquilizó, respiró con alivio y retiró los obstáculos de las carreteras.

El comercio y las empresas se volvieron más eficaces y prosperaron. Las compañías en Irlanda del Norte establecieron oficinas en la República y viceversa.

Ahora, muchos se preguntan cómo se verán afectados estos negocios con el Brexit.

Un cálculo del comisionado de ingresos irlandés indica que hasta 8% de los transportes de carga que cruzan la frontera podrían verse sujetos a revisiones después del Brexit.

Con un mínimo de 6.000 camiones atravesando la frontera cada día, ya se empieza a ver la escala del problema.

El jefe de la agencia de impuestos irlandesa, Niall Cody, piensa que con el Brexit las empresas deben asumir que habrá "alguna forma de control de aduanas".

Por ejemplo, dice, podría permitirse a la gente hacer declaraciones de aduana en internet.

Aún así, lo más posible es que haya quienes se aprovechen de las cosas y comiencen a transportar productos hacia Belfast y hacia la UE vía Dublín, sin pagar los aranceles.

También están las enormes cantidades de comerciantes que consideran a la isla de Irlanda como una sola entidad y un solo mercado.

Eamon o'Farrell, antiguo oficial de aduanas en Donegal que pasó 30 años patrullando la frontera, cree que las autoridades irlandeses no están preparadas para afrontar las revisiones que se requerirán en esta frontera.

"No me puedo imaginar cómo lo van a hacer con los recursos que tienen", dice. "Estamos hablando de pérdida de ingresos, evasión de impuestos, varios tipos de contrabando, tanto de artículos como de gente".

En el terreno, sin embargo, las cosas ya comenzaron a organizarse.
Se están realizando reuniones entre ambas fronteras e innumerables comités están trabajando en la logística de una frontera que es más larga que la longitud de la isla de Irlanda.

Lo que tiene muchas probabilidades de seguir existiendo es el Área Común de Viajes (CTA, por su sigla en inglés), una zona bilateral británico irlandesa que permite el libre movimiento de ciudadanos de ambos países entre las islas de Irlanda, Gran Bretaña, la Isla de Man y las Islas del Canal.

El ministro británico encargado del Brexit, David Davis, describió la continuación de la CTA como "no negociable".

La historia muestra que la gente que habita esta enorme frontera es tan resistente como las hierbas y los cardos que germinan en los antiguos puestos fronterizos.

Han pasado por una partición, una guerra y por los "problemas".
Como Harold Johnston, que está a cargo de una tienda en Enniskillen, Irlanda del Norte, que su abuela abrió en 1901.

Cuenta la historia de un poblador en los 1920 que viajaba cada semana desde la República hacia Enniskillen para comprar sus comestibles.

Entonces ocurrió la partición de Irlanda, que se dividió a la isla en Irlanda del Norte e Irlanda del Sur (que después de convirtió en la República de Irlanda) el 3 de mayo de 1921, el mismo día que el hombre había viajado para su compra semanal.

A su regreso se encontró con un nuevo puesto de aduanas en la frontera vigilado por un hombre uniformado.

"No puede pasar estos productos hacia el Estado Libre", le dijo el oficial de aduanas. "Pero lo he hecho toda la vida", le replicó el hombre.
"Bueno, ahora ya no puede hacerlo", respondió el oficial.
El hombre entonces le dio la espalda y se sentó a esperar.
¿Y qué hizo?
Johnston hace una pausa y sonríe: "Esperó a que cayera la noche, y cuando el oficial de aduanas cerró su puesto fronterizo, caminó y atravesó la frontera como si nada".

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