miércoles, 5 de junio de 2024

Texto de James Connolly

James Connolly. Texto que se publicó originalmente en la revista Shan Van Vocht en enero de 1897.

James Connolly

james-connolly“En Irlanda actualmente varios organismos trabajan por la preservación del sentimiento nacional en los corazones del pueblo.

Sin duda, estos organismos, ya sean movimientos por la conservación del gaélico, sociedades literarias o comités para la conmemoración de hechos históricos, están haciendo un trabajo de perdurable beneficio para este país ayudándole a salvar de la extinción su historia nacional y racial,[1] su lengua y las características de su pueblo.

Sin embargo, existe el riesgo de que una adhesión demasiado estricta a sus actuales métodos de propaganda y la consiguiente negligencia de temas cotidianos pueda acabar malogrando nuestros estudios históricos, estereotipándolos y convirtiéndolos en una adoración del pasado o cristalizando el nacionalismo en una tradición sin duda heroica y gloriosa, con todo una tradición tan sólo.

Las tradiciones pueden proporcionar, y con frecuencia ése es el caso, el material para un martirio glorioso, pero nunca pueden ser lo suficientemente fuertes como para cabalgar sobre la tormenta de una revolución exitosa.

Si el movimiento nacional de nuestros días no busca solamente volver a protagonizar las viejas tragedias de nuestro pasado, debe ser capaz de alzarse al nivel de las exigencias del momento presente.

Ha de demostrar al pueblo de Irlanda que nuestro nacionalismo no es exclusivamente una idealización mórbida del pasado, sino que es capaz de formular una respuesta diferente y sin ambages a los problemas del presente y un programa político y económico capaz de ajustarse a las necesidades del futuro.

Creo que la franca aceptación de la república como objetivo por parte de los más sufridos nacionalistas proporcionará del mejor modo este ideal político y social concreto.

No una república como la de Francia, donde una monarquía capitalista con un presidente electo parodia los abortos constitucionales de Inglaterra y, en alianza abierta con el despotismo moscovita, alardea descaradamente de su apostasía de las tradiciones revolucionarias.

No una república como la de Estados Unidos, donde el poder de la billetera ha establecido una nueva tiranía bajo las formas de libertad; donde, cien años después de que los pies del último casaca roja británico ensuciasen las calles de Boston, los terratenientes y hombres de finanzas han impuesto a los ciudadanos norteamericanos una servidumbre en comparación con la cual el impuesto de los días anteriores a la revolución era una mera bagatela.

¡No! La república que querría establecer para mis compatriotas debería ser aquella cuya mera mención fuera en todo momento como un rayo de luz para los oprimidos de todos los países, que mantuviera en todo momento la promesa de libertad y riqueza como recompensa por los esfuerzos en su nombre.

Al agricultor arrendatario, que se encuentra atrapado entre los terratenientes por una parte y la competición estadounidense por la otra, atrapado entre ambas muelas de este molino; a los trabajadores asalariados de las ciudades, que sufren las exacciones del impulso esclavista capitalista; a los jornaleros, que trabajan duramente toda su vida por un salario apenas suficiente para sustentar el cuerpo y el alma; de hecho, para todos y cada uno de los millones de esforzados trabajadores, sobre cuya miseria se sostiene el tejido aparentemente brillante de la civilización moderna, la República irlandesa puede ser una palabra que conjure su sufrimiento, un punto de encuentro para los desafectos, un refugio para los oprimidos, un punto de partida para los socialistas, entusiastas de la causa de la libertad humana.

Este vínculo de nuestras aspiraciones nacionales con las esperanzas de hombres y mujeres que han izado el estandarte de la revuelta contra el sistema capitalista y latifundista, del cual el Imperio británico es el más agresivo y resuelto defensor, en ningún caso debería suponer un elemento de discordia entre las filas de los nacionalistas más serios, sino que debería servirnos para ponernos en contacto con los frescos depósitos de fuerza física y moral suficientes para elevar la causa de Irlanda a una posición más avanzada de la que ha ocupado desde el día de Benburb.[2]

Podrá alegarse que el ideal de una república socialista, implicando, como implica, una revolución política y económica, alienará seguramente a nuestros partidarios de clase media y aristócratas, que temerán la pérdida de sus propiedades y privilegios.

¿Qué significa esta objeción? ¡Que debemos conciliar con las clases privilegiadas de Irlanda!

Pero sólo puede desarmarse su hostilidad asegurándoles que en una Irlanda libre sus “privilegios” no se verán afectados, es decir, debe garantizárseles que, cuando Irlanda sea libre de todo dominio extranjero, los soldados irlandeses, vestidos de verde, protegerán las ganancias fraudulentas de los capitalistas y terratenientes de las “huesudas manos de los pobres” del mismo modo que, sin remordimientos, hacen los emisarios de Inglaterra hoy con sus uniformes escarlata.

Esas clases no se os unirán sobre ninguna otra base. ¿Y esperáis que las masas luchen por este ideal?

Cuando habláis de liberar Irlanda, ¿os referís a los elementos químicos que componen el suelo de Irlanda? ¿U os referís al pueblo irlandés? Si os referís a este último, ¿de qué proponéis liberarlo? ¿Del dominio de Inglaterra?

Todos los sistemas de administración política y la maquinaria gubernamental no son sino un reflejo de las formas económicas subyacentes.

El dominio inglés en Inglaterra no es sino símbolo del hecho de que los conquistadores ingleses en el pasado forzaron en este país un sistema de propiedad basado en el expolio, el fraude y el asesinato; que, actualmente, el ejercicio de los “derechos de propiedad” así originados implica la práctica continua del expolio legal y el fraude. El dominio inglés se descubrió como la forma más apropiada de gobierno para la protección del expolio, y el ejército inglés es la herramienta más flexible con la que ejecutar el asesinato judicial cuando los temores de las clases propietarias así lo demandan.

El socialista que quiera destruir de raíz la totalidad del sistema brutalmente materialista de civilización, que, exactamente como el idioma inglés, hemos adoptado como si fuera nuestro, es, sostengo, un enemigo mucho más mortífero para el dominio y tutela inglesas que el superficial pensador que imagina que es posible reconciliar la libertad de Irlanda con aquellas formas insidiosas pero desastrosas de sometimiento económico: la tiranía de los terratenientes, el fraude capitalista y la usura inmunda; funestos frutos de la conquista normanda, la trinidad impía de la cual Strongbow y Diarmuid MacMurchadha ,el ladrón normando y el traidor irlandés, fueron convenientes precursores y apóstoles.[3]

Si mañana expulsáis al Ejército inglés e izáis la bandera verde sobre el Castillo de Dublín,[4] a menos que construyáis una República socialista todos vuestros esfuerzos habrán sido en vano.

Inglaterra os seguirá dominando. Os dominará a través de sus capitalistas, a través de sus terratenientes, a través de sus financieros, a través de su colección de instituciones individualistas y comerciales que ha sembrado en este país y regado con las lágrimas de nuestras madres y la sangre de nuestros mártires.
Inglaterra os seguirá dominando hasta vuestra ruina, incluso si vuestros labios ofrecen un homenaje hipócrita al altar de la libertad cuya causa habéis traicionado.

El nacionalismo, sin el socialismo, sin la reorganización de la sociedad sobre la base de una forma más amplia y desarrollada que la de la propiedad común que descansa en la estructura social de la antigua Erin, no es más que cobardía nacional.

Sería el equivalente a una declaración pública de que nuestros opresores han tenido éxito a la hora de inocularnos sus pervertidas concepciones de justicia y moral y que finalmente decidimos aceptarlas como si fueran las nuestras, al punto de no necesitar ya un ejército extranjero que nos las imponga.

Como socialista, estoy dispuesto a hacer todo lo que un hombre puede hacer para conseguir para nuestra patria su justa herencia: la independencia. Pero si me conmináis a rebajar, siquiera una pizca, las reivindicaciones de justicia social con el objetivo de conciliarnos con las clases privilegiadas, entonces me habré de negar.

Una acción así no sería honorable ni factible. No olvidemos que quien marcha en compañía del diablo nunca alcanza el cielo. Así que proclamemos abiertamente nuestra fe. La lógica de los acontecimientos nos acompaña.


Notas de los traductores:

[1] Durante el siglo xix y las primeras décadas del xx, raza y sus derivados eran términos de uso común carentes de definición precisa, utilizados para designar a grupos humanos diferenciados por sus especificidades étnicas o culturales. A pesar de su imprecisión e incorrección desde el punto de vista biológico, estos términos carecían de las actuales connotaciones jerarquizantes y deterministas.

[2] La Batalla de Benburb se libró el 5 de junio de 1646. En ella se enfrentaron las fuerzas de la Irlanda confederada, comandadas por Owen Roe O’Neil, y un ejército anglo-irlandés de covenants escoceses que, liderados por Robert Monro, pretendía conquistar Irlanda, acabar con el catolicismo e imponer el presbiterianismo como religión de estado. La derrota de la armada de Monro fue decisiva en el abandono de sus aspiraciones de conquistar el país.

[3] Richard de Clare, conde de Pembroke, llamado ‘Strongbow’ (1130-1176): señor cambro-normando. Lideró los ejércitos normandos que invadieron Irlanda bajo el mando de Enrique II de Inglaterra a petición de Diarmuid MacMurchadha. Tras la invasión se convirtió en Señor de Leinster y Justiciar de Irlanda. Sus restos se encuentran enterrados en la Catedral de Ferns, en el condado de Wexford.

Diarmuid MacMurchadha (1110-1171): rey de Leinster. El Gran Rey de Irlanda, Ruaidrí Ua Conchobair, expulsó a MacMurchadha de su trono en 1167 como castigo por haber secuestrado a Dearbhfhorghaill, la esposa del rey de Breifne Tighearnán Ua Ruairc. MacMurchadha solicitó ayuda al rey Enrique II de Inglaterra para recuperar su reino, a cambio hubo de jurarle lealtad. La invasión normanda convirtió a Enrique II en Señor de Irlanda y dio comienzo a un período de dominación inglesa que llegaría hasta el siglo XX. Conocido como “Diarmuid, el de los extranjeros”, su hija llegó a contraer matrimonio con Strongbow. Por todo ello Diarmuid MacMurchadha ha pasado a la historia como el mayor traidor de la isla.

[4] El Castillo de Dublín fue la sede del gobierno británico hasta 1922 y, como tal, símbolo del dominio británico en la isla.

Publicado en Borroka Garaia da! en abril de 2017.

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