jueves, 12 de febrero de 2015

Dos visiones sobre la película 71'

La cinta 71' está dando bastante que hablar, y por ese motivo vamos a poner dos artículos que consideramos de interés, sobre dicha película:


El otro día fui al cine a ver ‘71, el primer largometraje de Yann Demange. Aunque hay muchísimas películas que han tratado el conflicto norirlandés desde múltiples perspectivas, esta mostraba algo que no había visto antes. Es un thriller en el que un soldado recién llegado a Belfast se ve envuelto en una “caza al hombre” tras perder contacto con su unidad durante el registro de una vivienda en la zona católica de Falls. No voy a contar nada más sobre la trama no vaya a ser que a alguien le dé por ir y se la reviente.

Entre las pocas críticas que he leído de ‘71 ha habido una que me ha llamado poderosamente la atención. Dice Eulàlia Iglesias en elconfidencial.com que una de las novedades de la película es que esta adopta un punto de vista diferente: el británico. Yo no lo vi. Quizás sea mi miopía galopante la que me haya impedido percibir dicho matiz.

Lo que sí vi en este trabajo de Demange es la plasmación de un hecho que ha sido normalmente acallado por el ruido de las armas y la política, esto es, la connivencia entre las diferentes partes implicadas en el conflicto.

En Irlanda del Norte, dicha complicidad llegó a un punto casi paranoide ya que, en lugar de encontrarnos con el enfrentamiento tradicional entre dos bandos, aquí fueron tres los que se dieron cita: por un lado, los republicanos-nacionalistas; por otro, los lealistas-unionistas; y el tercero en discordia, el Gobierno británico con sus fuerzas de seguridad (RUC, UDR y Ejército). Esta dimensión dio (da) al conflicto norirlandés una de sus características más destacables a pesar de los esfuerzos de los diferentes gobiernos británicos de presentar la confrontación como un choque entre católicos-nacionalistas –partidarios de la unidad de Irlanda– y protestantes-lealistas –defensores de seguir perteneciendo al Reino Unido.

La participación del Gobierno británico en esta guerra ha tenido múltiples facetas. El papel oficial del Ejército, desde que salieron los primeros soldados a patrullar las calles norirlandesas, fue el de fuerza de interposición entre católicos y protestantes. Tanto es así que, al principio, los nacionalistas le dieron la bienvenida y creyeron la versión de Westminster. Pero poco después se dieron cuenta de que no solo iban a luchar contra los lealistas, sino también contra ese mismo ejército que, de la noche a la mañana, se había convertido en una fuerza de ocupación –no deja de ser curioso utilizar el término “ocupación” cuando se estaba actuando dentro de las fronteras del Reino Unido.

Este cambio de perspectiva vino provocado por el tremendo error de Londres al dejar, al principio, la operatividad de los militares bajo las órdenes del Gobierno unionista de Stormont que, lógicamente, barrió para casa y utilizó a las fuerzas de “su graciosa majestad” para defender sus intereses. Aunque en 1972 se solventó el error, o sea, los unionistas fueron apartados del poder y la gobernabilidad de Irlanda del Norte pasó a estar dirigida directamente desde Londres, el daño ya estaba hecho.

Por otro lado, desde el principio de los Troubles, la labor de Londres se centró en acabar con el conflicto como fuera y para ello no dudó en echar mano de los servicios de inteligencia militar, los cuales utilizaron todos sus medios –legales y no tanto– para vencer a los paramilitares. Así, se establecieron contactos secretos con todos los actores del conflicto, paramilitares y políticos, y aparecieron compañeros de cama que rayaban en lo surrealista. Pero bueno, son las cloacas y allí todo vale.

Este es, bajo mi humilde punto de vista, el punto fuerte de esta película. Ken Loach ya introdujo en su magnífica Agenda oculta el tema del terrorismo de Estado en el contexto del conflicto en Irlanda del Norte. Demange va un poquito más allá y llega hasta el fondo de esas cloacas de las que hablábamos unas líneas más arriba.

No debería sorprendernos que la realidad sea tan desagradable y que normalmente este tipo de informaciones no aparezcan en el telediario. Imagínense que durante años hubiéramos almorzado y/o cenado sabiendo que Adolfo Suárez, Leopoldo calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy han tenido –y siguen teniendo– contactos relativamente frecuentes con ETA. ¿Cuánto hubieran durado esos gobiernos? Bueno, estas cosas –o solo algunas– acaban sabiéndose, pero siempre a posteriori, cuando el daño político ya es menor. Pues eso.


Acabo de ver la película inglesa “´71” (Yann Demange, 2014), que trata sobre el conflicto norirlandés y tiene varias similitudes con “Larga es la noche”, el famoso film de 1947. Ambas tienen el mismo escenario, Belfast, y se repite el hecho de que un hombre herido busca llegar hasta sus compañeros para salvar su vida. Pero si en la cinta de Carol Reed, el fugitivo era un militante del IRA (James Mason), aquí se invierten los términos y se trata de un soldado inglés (Jack O´Conell) que participa, como fuerza de choque, en la cacería de militantes republicanos en 1971. Ante la zona liberada que imponen las fuerzas inglesas, se arma una solidaria escaramuza callejera, y el soldado debe perseguir a un niño que les arrebata un fusil. Atrapa al pibe pero, aislado de su pelotón, es desarmado por los vecinos y recibe una feroz paliza. Abandonado a su suerte, asiste al asesinato de un compañero y logra escapar a duras penas. 

Hasta aquí las similitudes o, si se quiere, la reescritura de un clásico. De allí en adelante, la peli de Demange (con guión del dramaturgo escosés Gregory Burke) se adentra en las muy severas reyertas internas del IRA, pero también en el papel que juegan los paramilitares ingleses y su relación con los terroristas protestantes y, sobre todo, en su infiltración de las facciones republicanas. El soldado que interpreta O´Conell es involuntario testigo de estas tramoyas y, por eso mismo y sin él saberlo, no sólo quieren su muerte los irlandeses más fierreros, sino también los servicios secretos británicos que le temen a su testimonio. Toda la complejidad del entramado del Norte de Irlanda mantiene su tensión hasta el fin de la historia, sin caer en golpes bajos ni en soluciones tan simplistas como irreales. Sin embargo…, queda sin responder la pregunta que mi cuate Esteban les hiciera a los yanquis asentados en Panamá. 

Con Esteban fuimos compañeros en primer año del secundario, y luego vecinos de barrio cuando tuvimos cambiados los turnos del cole: en la parada del bondi nos pasábamos los trabajos de las materias, y los profes corregían 2 veces los mismos laburos pero los calificaban de modo diverso, dependiendo del concepto que nos tenían a cada uno. Después me mudé y nos perdimos el rastro, hasta que en el lapso de un año y monedas nos cruzamos dos veces casi en la misma esquina. En la primera ocasión, él dudaba si seguir padeciendo ingeniería o si largarse a recorrer Latinoamérica. En el segundo encuentro, rebosaba felicidad: recién llegaba de México, se disponía a cambiar de carrera. Entre las anécdotas del viaje, destacaba la de su distraída entrada a la zona del Canal de Panamá; lo detuvieron unos marines que le preguntaron que hacía allí, a lo que Esteban contestó: “¡¿Qué hacen ustedes acá?!” 

Esa es la pregunta crucial, porque si queda sin responder todo el resto puede  estar muy bien, pero se pierde el sentido del drama de una nación y de su pueblo. Los irlandeses pueden tener mil quilombos entre ellos, pero los ingleses no tienen nada que hacer allí. Y la mentira más grande que se dice en “´71” la formula un milico cuando les asegura a los soldados que, aunque vayan a Belfast, siguen estando en el mismo país. No jodan: son fuerzas de ocupación en una patria llamada Irlanda. ¿Y qué carajo hacen ustedes acá? 

Por Carlos Semorile.

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