Jimmy Jones |
El Celtic de Belfast es posiblemente uno de los mejores ejemplos para explicar la nefasta influencia que la política puede tener en el deporte y cómo la plácida existencia de un equipo puede desembocar en un infierno por culpa de las ideas y la religión. Su desaparición en 1949 es una nuestra del peligro que encierra el sectarismo.
Al Celtic de Belfast no le costó convertirse en el mejor equipo de toda Irlanda. James Keenan promovió su fundación en 1891 con el Celtic de Glasgow como espejo en el que mirarse. Un sacerdote irlandés había creado tres años antes el conjunto de la capital escocesa con el objetivo de recaudar fondos y dedicarlos a las clases más desfavorecidas. Aquel equipo cuajó de inmediato y en Irlanda observaban con orgullo el rápido crecimiento del Celtic. Keenan quiso imitar ese modelo de inmediato y fundó el conjunto de Belfast. "Nuestro objetivo es imitar a nuestros hermanos de Glasgow en estilo, juego y caridad", explicó el dirigente cuando se le cuestionó por sus metas. Vestían, como no podía ser de otro modo, con una camiseta idéntica a la de los escoceses y a su campo también se le conocía como el Celtic Park, al oeste de la ciudad, la zona en la que el equipo arraigó con rapidez.
Tardó cinco años en competir en la máxima categoría de la liga irlandesa y sólo tres en conseguir su primer título en 1900. Aunque luego pasó por una etapa de sequía, el Celtic de Belfast no tardó en convertirse en el mejor equipo de Irlanda cuando despuntaban los años veinte. Pero justo en ese momento la política cambió para siempre su vida. Irlanda declaró su independencia del Imperio Británico, al margen de la cual quedaron las provincias del norte. El Celtic y sus simpatizantes, como sucede en Glasgow, eran mayoritariamente católicos y de golpe se sintieron desplazados en la Belfast protestante. Mientras los equipos del resto de la isla no tardaron en organizar la Liga del Estado Libre, el Celtic, pese a ser el vigente campeón, fue expulsado de la Liga de Irlanda (que no tardaría en convertirse en la Liga de Irlanda del Norte). En medio de la Guerra Civil que se vivió hasta 1923, las autoridades optaron por mantener a un equipo católico lejos de la competición, que no se detuvo pese a los evidentes peligros que encerraba reunir a grandes cantidades de espectadores en torno a un campo del fútbol. En 1924 el Celtic de Belfast fue autorizado a volver a la competición aunque no tardaron en darse cuenta de las cosas habían cambiado de forma evidente.
Eran el mejor equipo de Irlanda del Norte con mucha diferencia, pero también el que mayores enfrentamientos suscitaba. Encadenó cuatro títulos de forma consecutiva mientras crecía la adhesión por parte de la comunidad católica, necesitada de símbolos alrededor de los que reunirse. Con la independencia del resto de la isla, los católicos del norte se habían quedado un tanto descolocados y el Celtic de Belfast era uno de los iconos que abrazaron de forma desmedida. Entre la comunidad protestante, cada vez más mayoritaria, sucedió al contrario. Con la política cada vez más radicalizada, las victorias del equipo católico de Belfast en una competición formada de manera casi exclusiva por conjuntos protestantes era una punzada en su orgullo. Y el problema es que el conjunto verdiblanco no paraba de ganar un campeonato tras otro. Solo el Linfield, también de la capital, fue capaz de discutir su reinado a comienzos de los años treinta.
La Segunda Guerra Mundial, que detuvo la competición durante siete años, frenó una secuencia de títulos inmejorable. El equipo producía jugadores magníficos, ganaba de forma frecuente y el único problema es que a su alrededor existía cada vez más hostilidad. Todo desembocó de manera lamentable en la Navidad de 1948, en el segundo campeonato que se disputaba tras el parón provocado por la guerra. En el Boxing Day, 26 de diciembre, se enfrentaban el Celtic de Belfast contra el Linfield en un apasionante derbi con los dos grandes aspirantes a ganar la Liga. El partido se jugaba en Windsord Park con las localidades agotadas desde muchos días antes. Los ánimos estaban muy caldeados y mucho más después de que un jugador del Linfield se retirase lesionado tras un encontronazo con Jimmy Jones, el mejor jugador de los católicos, un chico que procedía de una familia protestante y en quien habían puesto sus ojos algunos de los grandes equipos de Inglaterra como el Manchester United. Dominaba el Celtic el marcador por 0-1 hasta que en el último minuto igualó el Linfield en medio de la locura de sus hinchas, que saltaron al campo a celebrarlo y de paso, a ajustar cuentas con los jugadores y aficionados del equipo rival. Casi todos los futbolistas pudieron ganar a duras penas el vestuario excepto Jones, que fue apaleado en el propio césped. Se llevó docenas de patadas ante la inacción de las fuerzas de seguridad, cuyo comportamiento, según las crónicas de la época, resultó bochornosa.
Los dirigentes del Celtic entendieron que aquello no tenía sentido y que lejos de serenarse, el odio crecía por todas partes. Lo vieron más claro cuando el castigo que recibió el Linfield por parte de la federación fue el de jugar sus partidos un mes en otro campo. Ni tan siquiera en otra ciudad. No lo dudaron. Se reunieron con rapidez y anunciaron la disolución del equipo. Si nadie les quería a su lado, ellos no serían una fuente de problemas. Acabaron aquel campeonato y se despidieron para siempre. Como el pobre Jimmy Jones, que acabó el Boxing Day con una pierna rota por dos sitios, lesión de la que ya no fue capaz de recuperarse. En medio de la barbarie sectaria se perdía un enorme talento para el fútbol. El Celtic de Belfast hoy es un bonito recuerdo conservado por un museo en el lugar donde se encontraba el campo en el que jugaban sus partidos y donde ahora mismo hay un centro comercial.
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