El escritor Ian Gibson hace una reflexión personal del tema de los Seis Condados Ocupados (Úlster son nueve condados) y sus relaciones recíprocas con los 26 Condados y el Reino Unido, todo ello lo hace en relación al proceso catalán.
Paso a poner el artículo en cuestión (fuente El Periódico):
Me ha sorprendido mucho no encontrar en lo publicado por la prensa española sobre el referéndum escocés reflexión alguna acerca de la relación actual de la República de Irlanda con el Reino Unido. Y aún más constatar la tendencia a referirse al Ulster -los seis condados del norte de la isla que todavía forman parte de Gran Bretaña- como nación. «Estaba convencido de que la desaparición de esa nación de cuatro naciones que es el Reino Unido hubiera sido una catástrofe no solo para Inglaterra y para Escocia, sino para Europa», escribió eufórico, al poco de conocer los resultados, Mario Vargas Llosa. Catástrofe porque entre otras razones, según él mismo, habría «atizado de manera decisiva las expectativas soberanistas de galeses y norirlandeses». Las de Gales, quizá, aunque sospecho que no (los galeses son enigmáticos, tienen, como Escocia e Irlanda del Norte, su parlamento, medio millón de ellos hablan gaélico y han llegado a una entente con Londres, si no siempre cordial, al fin y al cabo entente).
Pero, ¿expectativas soberanistas de los norirlandeses? Es un contrasentido. La población católica de la comunidad autónoma, por el momento numéricamente inferior, sueña con una Irlanda reunida. Y la protestante se aferra con vehemencia a la unión con la isla de John Bull, asegurada por la implantación, en 1922, de la nefasta frontera que separa ambas partes del país. Por lo que les toca a los irlandeses de la República, la mera sugerencia de que el Norte fuera nación sería tenida no solo por ridícula, sino insultante. Ni ellos ni, en general, los británicos han considerado nunca nación al enclave. Si me equivoco que alguien me lo demuestre.
No hay que olvidar que en el siglo XVII los indígenas del Ulster, en su inmensa mayoría católicos, fueron echados brutalmente de su territorio por el invasor. Territorio luego repoblado, léase usurpado, por colonos protestantes procedentes de Inglaterra y Escocia. De ahí viene el problema. Los católicos irlandeses del sur y la minoría del norte nunca han olvidado aquella afrenta, aquella crueldad, aquella injusticia. Es natural. Tampoco el hecho de que los ingleses suprimieron a sangre y fuego, en toda la isla, su idioma nativo. Pero han sabido perdonar. Es su grandeza. O una de ellas.
La Constitución de la República (1937) tenía una cláusula según la cual se reivindicaba tajantemente, como meta urgente, la reincorporación a la nación del perdido Ulster. A partir de 1999, a consecuencia de los nuevos acuerdos con Westminster, y con el ingreso de la República en Europa, se modificó la cláusula correspondiente de la Magna Carta para expresar la aspiración a una futura reunificación pacífica de la isla. Desde entonces el camino hacia la paz en el Ulster, es decir, hacia la convivencia de ambas comunidades religiosas, ha progresado notablemente, con la plena participación gubernativa de los católicos. No cabe la menor duda de que la integración en Europa del Reino Unido y de la República -más completa de esta, hay que decirlo, ya que optó con entusiasmo por el euro desde el primer momento- ha ayudado al proceso de paz, abriendo vías de diálogo antes impensables. Prueba del éxito del mismo es que hasta llegaron a profesarse amistad los previamente irreconciliables Martin McGuinness, antiguo dirigente del IRA, y el esperpéntico reverendo protestante Ian Paisley, fallecido hace poco. ¡De sabios es rectificar! Después de muchos años de conflicto mortal, el diálogo y la intervención silenciosa de interlocutores sensatos y benevolentes dieron sus frutos. Contribuyó, desde luego, el paulatino descrédito de la jerarquía católica irlandesa, tan temida antes por los protestantes ulsterianos, de intransigencia proverbial.
Todo esto lo expongo pensando en Catalunya. Si los irlandeses, después de haber sido colonizados y machacados durante siglos por los ingleses, y luego de perder el Ulster, han sido capaces de construir, dentro de Europa, un cómodo modus vivendi con sus antiguos represores, no debería ser tan difícil que los catalanes y el resto de los españoles encuentren una solución satisfactoria para todos. Llevo años creyendo que la única salida viable es ir hacia el Estado federal (ibérico, si puede ser un día), olvidando viejas rencillas, abandonando la tontería de las esencias perennes y aplicando el sentido común. Me alegro de que el PSOE lo vea así y esté abogando por los cambios constitucionales necesarios para hacer posible la vía hacia tal reorganización. Veremos si la derecha se demuestra capaz de imitar la magnanimidad irlandesa y de entender que una Tercera República, federal, no supondría la destrucción de la (sagrada) unidad de la patria sino lo contrario: su fortalecimiento.
Paso a poner el artículo en cuestión (fuente El Periódico):
Me ha sorprendido mucho no encontrar en lo publicado por la prensa española sobre el referéndum escocés reflexión alguna acerca de la relación actual de la República de Irlanda con el Reino Unido. Y aún más constatar la tendencia a referirse al Ulster -los seis condados del norte de la isla que todavía forman parte de Gran Bretaña- como nación. «Estaba convencido de que la desaparición de esa nación de cuatro naciones que es el Reino Unido hubiera sido una catástrofe no solo para Inglaterra y para Escocia, sino para Europa», escribió eufórico, al poco de conocer los resultados, Mario Vargas Llosa. Catástrofe porque entre otras razones, según él mismo, habría «atizado de manera decisiva las expectativas soberanistas de galeses y norirlandeses». Las de Gales, quizá, aunque sospecho que no (los galeses son enigmáticos, tienen, como Escocia e Irlanda del Norte, su parlamento, medio millón de ellos hablan gaélico y han llegado a una entente con Londres, si no siempre cordial, al fin y al cabo entente).
Pero, ¿expectativas soberanistas de los norirlandeses? Es un contrasentido. La población católica de la comunidad autónoma, por el momento numéricamente inferior, sueña con una Irlanda reunida. Y la protestante se aferra con vehemencia a la unión con la isla de John Bull, asegurada por la implantación, en 1922, de la nefasta frontera que separa ambas partes del país. Por lo que les toca a los irlandeses de la República, la mera sugerencia de que el Norte fuera nación sería tenida no solo por ridícula, sino insultante. Ni ellos ni, en general, los británicos han considerado nunca nación al enclave. Si me equivoco que alguien me lo demuestre.
No hay que olvidar que en el siglo XVII los indígenas del Ulster, en su inmensa mayoría católicos, fueron echados brutalmente de su territorio por el invasor. Territorio luego repoblado, léase usurpado, por colonos protestantes procedentes de Inglaterra y Escocia. De ahí viene el problema. Los católicos irlandeses del sur y la minoría del norte nunca han olvidado aquella afrenta, aquella crueldad, aquella injusticia. Es natural. Tampoco el hecho de que los ingleses suprimieron a sangre y fuego, en toda la isla, su idioma nativo. Pero han sabido perdonar. Es su grandeza. O una de ellas.
La Constitución de la República (1937) tenía una cláusula según la cual se reivindicaba tajantemente, como meta urgente, la reincorporación a la nación del perdido Ulster. A partir de 1999, a consecuencia de los nuevos acuerdos con Westminster, y con el ingreso de la República en Europa, se modificó la cláusula correspondiente de la Magna Carta para expresar la aspiración a una futura reunificación pacífica de la isla. Desde entonces el camino hacia la paz en el Ulster, es decir, hacia la convivencia de ambas comunidades religiosas, ha progresado notablemente, con la plena participación gubernativa de los católicos. No cabe la menor duda de que la integración en Europa del Reino Unido y de la República -más completa de esta, hay que decirlo, ya que optó con entusiasmo por el euro desde el primer momento- ha ayudado al proceso de paz, abriendo vías de diálogo antes impensables. Prueba del éxito del mismo es que hasta llegaron a profesarse amistad los previamente irreconciliables Martin McGuinness, antiguo dirigente del IRA, y el esperpéntico reverendo protestante Ian Paisley, fallecido hace poco. ¡De sabios es rectificar! Después de muchos años de conflicto mortal, el diálogo y la intervención silenciosa de interlocutores sensatos y benevolentes dieron sus frutos. Contribuyó, desde luego, el paulatino descrédito de la jerarquía católica irlandesa, tan temida antes por los protestantes ulsterianos, de intransigencia proverbial.
Todo esto lo expongo pensando en Catalunya. Si los irlandeses, después de haber sido colonizados y machacados durante siglos por los ingleses, y luego de perder el Ulster, han sido capaces de construir, dentro de Europa, un cómodo modus vivendi con sus antiguos represores, no debería ser tan difícil que los catalanes y el resto de los españoles encuentren una solución satisfactoria para todos. Llevo años creyendo que la única salida viable es ir hacia el Estado federal (ibérico, si puede ser un día), olvidando viejas rencillas, abandonando la tontería de las esencias perennes y aplicando el sentido común. Me alegro de que el PSOE lo vea así y esté abogando por los cambios constitucionales necesarios para hacer posible la vía hacia tal reorganización. Veremos si la derecha se demuestra capaz de imitar la magnanimidad irlandesa y de entender que una Tercera República, federal, no supondría la destrucción de la (sagrada) unidad de la patria sino lo contrario: su fortalecimiento.
Irlanda sirvió de modelo para Cataluña durante el primer tercio del siglo XX, época en la que parte del separatismo radical catalán se inspiró en el Sinn Féin, admiró a Terence MacSwiney, etc. Pero dudo que en la actualidad, Irlanda sirva de modelo para Cataluña.
ResponderEliminarSin querer ser arrogante, creo que lo que ahora pasa es que el movimiento independentista catalán es observado con simpatía y sus actuaciones imitadas en otras naciones sin estado.
Un saludo
Na Fianna Chatalonian
Dicho queda Na Fianna Chatalonian, otro saludo para ti!!.
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