viernes, 18 de septiembre de 2009

Videoteca

6.Elephant:

Director: Alan Clarke (1935-1990).

Realizada, como gran parte de su trabajo, para la BBC. La violencia es el tema principal en la obra de Clarke, quien tuvo a menudo problemas para la emisión de sus series y películas. Sorprende, sin embargo, que en su último trabajo, Clarke huyera de la frontalidad con la que abordaba las manifestaciones más rabiosas de la violencia en la gran Bretaña que le tocó vivir: las instituciones penitenciarias y reformatorios (Scum, 1979), los campos de fútbol (The Firm, 1988) o los Skinheads (Made in Britain, 1982). Nadie dudó en el momento de su rodaje y emisión que Elephant refería el conflicto irlandés. De hecho, los siete meses en que BBC retrasó su programación, se debieron a algunas reacciones nerviosas en visionados privados, a la voluntad de no ofender a ningún bando. Es decir, no estaban seguros de qué significaba. Nuevamente, ‘¿Pero quién ha hecho esto?'. El título de la película proviene de un escrito previo de su guionista, Bernard MacLaverty (Belfast, 1942), quien escribió sobre problemas ‘como elefantes en tu habitación, de los que nadie quiere hablar'. La frase hizo fortuna y funciona casi como un refrán en ciertos ámbitos irlandeses. Danny Boyle produjo este mediometraje, cuyo impacto no ha dejado de crecer con el tiempo. Fue Harmony Korine quien habló de él a Gus Van Sant y éste, a partir de su descripción via teléfono, aseguró que halló la respuesta sobre cómo rodar una película en torno a la masacre en el instituto de Columbine. Ciertamente, el planteamiento visual de Elephant (Alan Clarke) es tan sencillo y contundente que podemos entender el ‘contagio creativo' por teléfono, pero los resultados no podrían ser más diferentes. Gus Van Sant se centra en un hecho conocido por todos y sobre el que pesan numerosos tópicos (‘adolescentes que leen a Hitler' y ‘disfrutan videojuegos violentos' asesinando ‘adolescentes inocentes y desprevenidos') , mientras que Clarke ha despojado de toda circunstancia una serie interminable de asesinatos, hasta entumecernos y enfrentarnos al simple gesto de apretar el gatillo, a la imagen de alguien que aprieta el gatillo. Clarke, emulando a Magritte, parece decirnos ‘esto no es un asesinato'. Gus Van Sant, por el contrario, encaró el relato de una jornada dramática, histórica, hipermediática, con elegante contención, pero consciente de que ‘escribía' sobre un día determinado: el ‘Little Big Horn' de los adolescentes yanquis, el ‘Alamo' estudiantil, ‘La matanza de Columbine'…

El planteamiento de Clarke supera con mucho la descripción de una ‘espiral de violencia'.
Los cinco primeros minutos bastan para representar eso. Pero Clarke nos enfrenta a 39.
Lo que ocurre a partir del minuto cinco, por señalar un punto en el que la mecánica repetitiva del film queda clara, es diferente en cada espectador. Lo seguro es que se llega a un punto en el que el ojo ya sólo advierte la teatralización, los efectos especiales, el movimiento de la cámara…las artes implicadas en el arte de la representación. Es dificil superar el minuto veinte y aún sentir algo, convencerse de que estamos ante el retrato de una locura insoportable. No es cierto, hay caídas que parecen cómicas, disparos que suenan a fogueo y cierta impaciencia por que acabe. A fín de cuentas es él mismo quien nos ha expulsado de la pantalla, quien ha dinamitado la ‘suspensión crítica' , la posibilidad de que nos sumergiéramos en ‘una historia'. Creemos entonces que nada nuevo surgirá de la repetición y tampoco eso es cierto. Tras el shock, la admiración, el estudio, el aburrimiento y la ansiedad viene la revelación: ‘Estoy en una sala, ante una pantalla en la que se están disparando una y otra vez sin que me importe lo más mínimo'.

Son en verdad muertes que no pesan, porque nada sabemos de quien mata ni muere. Hay una excepción, un gesto comunicativo entre víctima y verdugo, apenas dos palabras, y que sirven para que el corazón nos dé un vuelco. Entre tanto silencio, esas palabras parecen condensar todo un argumento. Sabemos al menos que se conocen y descubrimos que eso es mucho, muchísimo. Suficiente para ‘entrar' de nuevo en una historia que no es tal. Es una humillante trampa de Clarke, con la que reforzar el sentido de su discurso: no hay más historia que la que dictemos. Las imágenes, los hechos, se ajustarán a nuestra imaginación, ilustrarán nuestros deseos e impondrán nuestra visión.
Referencia:http://doncecilio-perroandaluz.blogspot.com/2007/04/fase-ii-volumen-i-elephant-alan-clarke.html

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