viernes, 20 de septiembre de 2013

Una visión de Irlanda ... entre cerveza y lluvia

Foto Vanguardia-EFE
Desde Vanguardia.com.mx nos hacen un particular repaso de lo que nos ofrece Irlanda de la mano de Andrea Rullán.

La naturalidad es una cualidad de esta isla que ha permanecido invariable a lo largo del tiempo. Abiertos son sus paisajes y transparentes sus habitantes. Es la tierra de la magia,  la sabiduría celta, la cerveza negra y la religión católica. Solo hay un sitio en el mundo en el que cosas tan contradictorias forjan un carácter único: Irlanda. 

De apenas 70 mil metros cuadrados, su esplendor enmudeció los gritos de los vikingos que siempre trataron de invadir este pequeño rincón en medio del océano Atlántico, embriagados por su particularidad mística.

Sus ciudades vitalistas, hogar de miles de estudiantes universitarios, se contraponen al espíritu tradicional de los bares en sus calles más típicas. Un lugar en el que la tranquilidad natural también da paso al agitado ritmo de la ciudad europea. Así es Irlanda, un alma joven con un corazón milenario. 

La isla de color esmeralda

Irlanda es un lugar donde recuperar la fe en la magia y en el ser humano, un espectacular escenario en el que el hombre comprende su insignificancia. 

Se dice que en Irlanda hay cuarenta tipos de verde, por ello recibe el sobrenombre de la Isla Esmeralda. La lluvia constante ha hecho de las tierras una manta de color en la que se respira la niebla de las montañas.
Las impresionantes vistas que barren su horizonte se cortan ante la caída libre de los acantilados de Moher, un rincón engendrado por la naturaleza cuyo rugido sobre el océano sobrecoge al hombre. 

Desde sus imperiales límites en el condado de Clare, el viento de la libertad sopla con rabia y evapora los problemas mundanos con su belleza vertical. En el mismo condado se encuentra la meseta kárstica de aspecto lunar de Burren, en la que uno experimenta sensaciones transcendentales.    

La Calzada del Gigante es un paso hacia otro mundo. Situada en el norte de Irlanda es un icono de la tierra del Éire, rodeada de mitología y leyendas, como todo lo importante en esta nación. 

Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1986, el origen de este peculiar accidente geológico se debe a una disputa entre dos gigantes rivales: Finn desde Irlanda y Bennandoner desde Escocia,se lanzaban piedras mutuamente y acabaron por conformar una pasarela de columnas de basalto entre ambas tierras.

Acantilados, cordilleras y agua. Mucha agua. En forma de lluvia y también de grandes lagos, Irlanda absorbe la tranquilidad heladora del Atlántico, mientras que los lagos de Glendalaugh aguardan serenos en el paraíso monacal de Wicklow, al cobijo de las verdes montañas. 

Un paisaje que se extiende enfrentándose a los límites del mar y que han sido testigos de la filmación de grandes mitos del cine. Películas que sin este espectacular escenario nunca hubieran sido las mismas, cintas como 'Braveheart', "Harry Potter" o King Arturo' son algunos ejemplos de lo que esta gran isla puede ofrecer.

La tradición yla modernidad

Al color verde se superpone el gris de la historia que conforma sus construcciones. Desde el rito místico hasta el sentido utilitario, Irlanda cuenta con un sinfín de monumentos a su patria y creencias. 

No tienen pretensión de ser los más grandes, simplemente quieren fusionarse con los páramos ascéticos que forjan su carácter. Cinco son los castillos que modelan la leyenda medieval de este país en los que no puede faltar el misterio. 

La fortaleza de Malahide, la más cercana de la capital, tiene cinco fantasmas que lo guardan; las ruinas de Dunluce desafían los abismos; el Castillo gris de Blarney dota del poder de la persuasión y la elocuencia a aquel que bese sus muros; la fortaleza de Kilkenny domina una pequeña ciudad medieval y el de Ross se sitúa a la orilla del lago Leane.

Estos castillos en su mayoría cuentan con capillas o pequeños rincones en los que los señores feudales practicaban su espiritualidad, una costumbre arraigada en la tradición irlandesa desde los pueblos primitivos.
Es numeroso el patrimonio megalítico y celtas que se conserva aún por todos los rincones de esta geografía, pero predominan principalmente en el Condado de Sligo. Altares, túmulos y monumentos funerarios son vestigios del pasado que aún se encuentran muy presentes en la cultura irlandesa.    

Los cementerios abrigan las explanadas más verdes. Rodeadas de musgo, las cruces celtas, como herencia del paganismo, se erigen con solemnidad desde que San Patricio introdujera el cristianismo. 

La Catedral de San Patricio de Dublín es uno de tantos templos que se han levantado en honor a este Santo, que consagró su vida a que este corazón verde abrazara el cristianismo y que cada 17 de marzo convierte a todo el mundo en irlandés.

Del mismo modo, la Universidad de Trinity College, también en la capital, es la más antigua de Irlanda. A sus clases han acudido algunos alumnos famosos como Oscar Wilde o Bram Stoker y cuenta con una gran biblioteca de investigación.

También los pueblos pesqueros de Galway y Cork son destinos atractivos para los turistas. El primero, patria de marineros con acento español, mantiene su vocación de puerto,  mientras que Cork es la segunda ciudad más poblada de Irlanda y tiene una gran actividad cultural.   

La arquitectura gris y medieval se combina con la fuerza vibrante de un pueblo que no ha olvidado sus raíces. El catolicismo se conjuga con las letras gaélicas impregnadas en establecimientos y calles. 

El empedrado lluvioso de Dublín

Es romántica, jovial, alegre y sentimental. Una ciudad que se sucede despacio, con una tranquilidad sin igual, mientras que el reflejo de la lluvia empapa los adoquines de la calzada, testigos de su propia aventura.

Dublín es esa ciudad, un pequeño rincón urbanizado, entre tanta bucólica estampa. Sin embargo, las prisas y el bullicio no son lo que mejor definen esta ciudad con puertas de colores, en la que cada esquina esconde una sonrisa y cada calle oculta un significado propio. 

La música callejera fluye a través de las guitarras y las jóvenes voces. La música se encuentra en cada esquina. Es un país que no concibe su existencia sin una canción que explique sus problemas. Un paseo por Temple Bar, la galería del rock alternativo, deja constancia de ello, al mismo que tiempo que fusiona el acento irlandés con el sonido y el baile autóctono.   

Una cultura enraizada en la música. Música callejera, música en los bares, canciones esencia de lo que significa ser irlandés y sonido profundo de la belleza natural. 

Dublín tiene algo, un espíritu que la hace diferente al resto de capitales europeas y, sin embargo, no ha perdido ese toque mágico que define a todas las capitales del viejo continente. 

Un río negro como el azabache, parques verdes y floridos, una arquitectura gótica y gris, como el cielo cada mañana, y un particular empedrado hacen de Dublín una ciudad capaz de enamorar a cualquiera. 

La sonrisa del irlandés

Auténticos, buenos conversadores e imaginativos. De ellos dicen que “Dios inventó el alcohol para que no dominaran el mundo”, un universo que sería más amable si lo gobernara la sonrisa de un irlandés.

Creen en la magia, la fortuna y la fantasía. Es el pueblo del trébol y de los “leprechauns”. Una nación que cree en la espiritualidad que reside en las raíces de los árboles centenarios, hogar de millones de pequeñas criaturas que dotan su entorno de vitalidad.   

Los irlandeses son distintos, extremadamente amables, amantes de la bebida. Cuna de una de las más famosas cervezas negras del mundo, este elixir creado por la experta mano de sir Arthur Guinness en 1759 se ha convertido en icono de la nación que canta arropada de las gaitas y el graznar de las gaviotas.

Irlanda es así. Cerveza, ovejas, magia, paisajes bucólicos y lluvia, mucha lluvia. Los días amanecen grises, amenazando tormenta y al final llueve, siempre sobre suelo mojado, aunque por un par de horas al día el sol puede ofrecer una tregua para suspirar con su olor a tierra mojada y después cantar, de nuevo, bajo la lluvia.
(EFE-Reportajes)

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